La novela del verano: ‘Los hombres que no amaban a las mujeres’

Pienso que nos hallamos ante la novela del verano, aunque las modas de editores y críticos no parezcan haber sentido el previsible entusiasmo, aún, ante la obra de Stieg Larsson, un periodista sueco fallecido a los cincuenta años  que apenas llegó a ver publicada la primera parte de su obra. ‘Los hombres que no amaban a las mujeres’ es, desde luego, un ‘thriller’ con
todos los ingredientes del género, que se salva de lo convencional porque cuenta ‘de verdad’ una historia creíble –ay, Ruiz Zafón, que te nos has quedado en narrador de lo inverosímil, que no siempre coincide con lo fantástico— y eleva a alguno de sus personajes a la categoría de inolvidables. Tiene misterio, acción, unas gotas de amor y muy raras partículas de humor.

¿Es una saga familiar, una novela negra, una policíaca de esas en las que un periodista se convierte en el protagonista –los periodistas pueden dar grandes novelistas, como se ha demostrado en España;  pero rara vez olvidan traer periodistas a sus obras de ficción--, es una historia de amor con final de desamor? No sé, puede que sea todo eso: a mí me intrigó, me
apasionó –fui incapaz de dejarla, y eso que pensaba llevármela de vacaciones agosteñas—y me enamoró el personaje, tierno y algo patético, de Lisbeth Salander, al tiempo que me identificaba, el gremio al fin y al cabo, con el protagonista, director de una revista en Suecia, un tipo íntegro y algo víctima de las circunstancias, que vive un penoso momento profesional.

Pero no teman: no es una novela de esas que un periodista escribe sobre y para periodistas. Es mucho más: el éxito que ‘Los hombres…etc’ ha tenido en muchos países europeos –trascendiendo las peculiaridades nórdicas-- demuestra que estamos ante una obra susceptible de entusiasmar a públicos
muy diferentes que quieren pasar un buen rato identificándose con una situación, un paisaje –nevado, claro—y unos personajes humanos, contemporáneos, seres que no son extraordinarios salvo en ciertas
cualificaciones cibernéticas en el caso de la Slander. Pero como ella hay muchos ‘frikis’.

Sé que la novela es cosa de apreciación subjetiva, y casi nunca recomiendo las lecturas que me atraen, aunque a veces reconozco que sí prevengo a los lectores contra los bodrios patentes, tipo ‘Código da Vinci’  antecesoras.
En este caso, y ahora que ustedes tienen algo más de tiempo que perder --¿es esto perder el tiempo?--, sí me aventuro a avalar esta obra del colega fallecido, de quien, por circunstancias ajenas a la literatura, había oído hablar con antelación.

Ah, y por fin un proyecto de ‘best seller’ que no habla de santos griales, ni de la Alta Edad Media, ni de templarios, ni de papas guerreros y malvados. Un alivio, oiga.