Mientras el portavoz popular, Eduardo Zaplana, consumía tres minutos de réplica a Joan Tardá por su gravísimas imputaciones al presidente fundador del PP, Manuel Fraga Iribarne, se pudo oír la voz de algunos diputados populares exclamando contra Tardá: “¿Lo veis? ¡Terra Lliure!”. Era la acusación gravísima contra Tardá y su grupo, ERC, en respuesta a las gravísimas acusaciones de Tardá contra Manuel Fraga.
Así ha sido la despedida de esta legislatura que se inició con mal pie en 2004 y ha acabado aún peor este 10 de enero, cuatro días antes de que el Gobierno de Rodríguez Zapatero disuelva las Cortes Generales y convoque elecciones generales para el 9 de marzo. Una legislatura tan crispada que incluso se ha permitido la perversión de oír en sede parlamentaria cómo a uno de los padres de la Constitución se le llamaba veladamente ‘asesino’ o ‘partícipe de asesinatos’, que eso es lo que significa, en definitiva, tener “las manos manchadas de sangre”.
Las gravísimas imputaciones del republicano catalanista Joan Tardá contra Manuel Fraga tuvieron lugar en el último punto de la Diputación Permanente solicitada por el PNV e IU-ICV y PP para pedir la comparecencia del ministro del Interior, Alfredo Pérez Rubalcaba, por las lesiones del supuesto etarra Igor Portu, y por el PP para pedir la ilegalización de Acción Nacionalista Vasca (ANV) y del Partido Comunista de las Tierras Vascas (PCTV).
Ese último punto fue defendido por el portavoz parlamentario del PP, Eduardo Zaplana, quien, en un tono más suave que de costumbre, insistió en que PCTV y ANV son complemento de ETA (“es una evidencia que nadie discute y que ellos no niegan”) y que ésta “es la última ocasión que tienen para recuperar el consenso” en la lucha antiterrorista y de rectificar “el grave error que ustedes (el Gobierno socialista) cometieron embarcándose en la negociación con ETA”.
La intervención posterior de los portavoces parlamentarios del resto de los grupos no auguraba un final como el que deparó Tardá. Tanto Begoña Lasagabaster (de EA), como Gaspar Llamazares (de IU) o Emilio Olabarria (del PNV) se opusieron a la propuesta del PP, pero dentro de la normalidad parlamentaria. Luego llegó el turno de Joan Tardá, y con él llegó el escándalo.
De ‘fascistas’y ‘asesinos’ y de apoyo a los abertzales
“¿Dónde estaba el señor Fraga Iribarne cuando Acción Nacionalista Vasca luchaba contra el fascismo?”, bramó Tardá, para añadir que los populares “no tienen credibilidad mientras tengan al señor Fraga Iribarne con las manos manchadas de sangre”. La apoteosis. La bronca entre los diputados populares fue mayúscula. Tardá siguió interpérrito: “Fraga Iribarne comandaba las fuerzas represivas franquistas” mientras los trabajadores luchaban en Álava y varios eran muertos por la policía en Vitoria. Y, además, “el señor Fraga Iribarne era ministro cuando fusilaron a Julián Grimau”.
Las acusaciones de Tardá fueron gravísimas, pero no menos que su apoteósico final, al espetar a los populares: “¿Qué quieren al final? ¿Encarcelar a 200.000 ciudadanos vascos?”, ya que consideró que podría ser el final de la aplicación de la ley de partidos políticos para ilegalizar a ANV y PCTV, como en 2002 se ilegalizó Batasuna: “La paz no se puede construir sobre la base de la ilegalización”. Y finalizó con su expresa “solidaridad con la izquierda abertzale vasca”.
Los gritos en las filas populares obligaron a la presidenta de la Diputación Permanete, Carmen Calvo, a intervenir con la máxima dureza. En ese punto arreciaron las acusaciones de que Tardá era “de Terra Lliure”, una organización terrorista catalana ya disuelta. Los populares protestaron vivamente, Calvo concedió a Zaplana tres minutos por faltas muy graves. Silencio en los demás grupos parlamentarios.
Zaplana llamó entonces a Tardá de todo: “El respeto al señor Tardá es bastante bajo”, inició; “su actitud y expresiones de hoy son absolutamente despreciables”, siguió; “Son ideas totalitarias y fascistas y el señor Tardá merece el mayor de nuestros desprecios”, continuó, y finalizó con la exigencia de que se retiraran las “calumnias a Don Manuel Fraga”.
En ese punto, Carmen Calvo consideró conveniente conceder otros tres minutos de réplica al republicanista Tardá, que no sólo confirmó sus anteriores expresiones, sino que dijo que “me importa lo más mínimo la opinión del señor Zaplana respecto a los calificativos que me ha dirigido”. Abundó aún más Tardá en sus acusaciones sobre Fraga: dijo que en Europa nadie hubiera llamado a formar parte de un gobierno democrático a alguien que hubiera formado parte del gobierno de un dictador, y puso como ejemplos concretos a antiguos miembros del Partido Nazi alemán. “Mis palabras son objetivas y claras”, fue el exabrupto final.
La presidenta Calvo consideró que allí se habían pronunciado palabras “ofensivas en ambas direcciones que deben desaparecer [del Diario de Sesiones] y pediría a sus señorías que las retiraran. Tardá exclamó un débil “Bueno, pues se retira”. Pero Zaplana se negó a retirar las suyas: “Ha hecho una imputación criminal al señor Fraga y ha dicho que tiene las manos manchadas de sangre”.
En estos casi cuatro años ha habido muchísima tensión en el Parlamento, pero nunca con imputaciones tan graves y con tanta falta de gentileza y menos de cortesía como en esta Diputación Permanente que ha puesto el ‘broche de vinagre’ a una legislatura más que crispada.
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