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El 'síndrome Gallardón'

Creo que hay que celebrar que el presidente del Gobierno central haya negado ayudas extraordinarias al alcalde de Madrid, Alberto Ruiz-Gallardón, para sacar a la capital de la ruina en la que los gastos propiciados por el propio Gallardón la han sumido, o están a punto de ello. No se puede hacer excepción alguna –ya lo han dicho otros alcaldes, con el de Barcelona a la cabeza—y el caos de las finanzas municipales hay que arreglarlo globalmente o acudir a medidas excepcionales, como la apuntada por la presidenta de la Comunidad de Madrid, correligionaria y vieja enemiga de Gallardón, Esperanza Aguirre: vender patrimonio. Y lo cierto es que el Ayuntamiento madrileño –y no es el único—cuenta con posesiones inmobiliarias de inmenso valor, destacada grandiosidad y escasa funcionalidad que bien podrían ser enajenadas, permutadas, alquiladas a particulares y un largo y remunerador etcétera.

Ocurre, no obstante, y duele decirlo, que algunos de nuestros municipios y munícipes han sido incapaces, hasta ahora, de abandonar los sueños imperiales, los automóviles ostentosos de cristales tintados, los escoltas, los despachos megalómanos y las obras faraónicas. Y, así, durante los años de bonanza, España se llenó de polideportivos donde no se practicaban apenas deportes, de centros culturales ajenos a la cultura, de rotondas horribles con animados motivos arquitectónicos, de aceras dignas de una pista de atletismo, de velódromos sin bicicletas, de estatuas sin motivo ni grandeza, de fastos y fiestas sin tradición.

De todo ello ha habido, y hay, en el Madrid de las obras eternas y, seguramente, muchas de ellas –ha habido otras dignas de encomio, desde luego—perfectamente innecesarias. Se gastó con largueza, se despilfarró con el plan E –y ahí sí tiene culpa Zapatero, por supuesto—y alcaldes hubo, con Gallardón a la cabeza, que soñaron con hacer una gran carrera política a la sombra de las obras, de las conmemoraciones -¿cuánto se gastó en el centenario de la Gran Vía?, ¿cuánto en la propaganda de las olimpiadas que nunca llegaron?-... En fin, pongamos que hablo de Madrid, el caso más emblemático y grandioso, vamos a llamarlo así, de disparate urbanístico, pero podría hablar de otros muchos municipios endeudados hasta las cejas, incapaces de pagar a sus proveedores y empresas de servicios. Y ahí, precisamente ahí, hay que buscar algunas de las causas primigenias del paro, de la tristeza económica y también de la corrupción negra que nos devora.

¿Quién le pone el cascabel al gato? Y, encima, el regidor de la Villa y Corte, tras ser recibido en La Moncloa y tras cosechar una negativa a sus planes imposibles para que el contribuyente vuelva a llenarle las arcas, tiene el valor de sugerir que es Zapatero el culpable de que Madrid vaya hacia la ruina. Y no: seguramente –seguro—Zapatero es culpable de muchas cosas. Del caos financiero de la Villa y Corte, no.


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