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Por una sociedad democrática de avanzada

Por una sociedad democrática de avanzada

Por Jesús Rodríguez
jueves 14 de enero de 2021, 14:39h

La pandemia que azota el mundo ya generó la peor crisis económica en un siglo, produjo el primer retroceso registrado en el Índice de Desarrollo Humano de la ONU y consolida una nueva década perdida, en términos económicos y sociales, en la Región de América Latina. En nuestro país, la pandemia se desplegó frente a un gobierno recién asumido que se distingue por una anomalía de origen: el núcleo del poder no reside en la casa de gobierno.

El estilo populista de nuestro gobierno -que en la definición de Felipe González se caracteriza por “imaginar supuestas soluciones fáciles para problemas complejos y, por cierto, siempre señalando culpables”- reveló, como era previsible, sus carencias en el abordaje de la pandemia al descreer del saber científico, relativizar las enseñanzas de las mejores prácticas internacionales y, al propiciar una sociedad tutelada desde el poder, rechazar los estilos de gobierno cooperativos. Además, destacados dirigentes del oficialismo agregaron una tosca explicación pseudo ideológica responsabilizando al neoliberalismo, cuando no al capitalismo, de la pandemia.

Argentina es, en la región, el segundo país en muertes por millón de habitantes -después de Perú y antes de Brasil- y en materia económica la cuarentena extendida produjo efectos catastróficos.

La caída interanual del PIB es de alrededor del 11%, superior al registro del año 2002 con la implosión del régimen de convertibilidad, y más del doble que el promedio mundial. Asimismo, a pesar que el déficit primario fue el más alto desde el Rodrigazo del año 1975 - y el fiscal el mayor desde la instauración democrática de 1983-, la destrucción de puestos de trabajo alcanzó la cifra de 4 millones en el pico de la cuarentena.

La reversión de las consecuencias de la pandemia está subordinada a la evolución de las condiciones de la economía global - que depende, crucialmente, de mejoras en la gobernanza global- y, en cada país, de la capacidad de los sistemas políticos para procesar, con arreglo a los principios del estado de derecho, los múltiples y diversos impactos negativos.

La actitud y los resultados de la gestión indican que el movimiento que ejerce el gobierno -más allá de su legitimidad electoral y las mayorías legislativas- es impotente para asumir la agenda de transformación que exige la Argentina de la pospandemia.

Ello es así por: su polarizante práctica política; el extravagante alineamiento internacional que propone; la desconfianza en las reglas que instrumentan la producción de mercancías y servicios en los países más exitosos promoviendo, en cambio, un capitalismo prebendario y de amigos; la negación de la vigencia del ordenamiento republicano; el desdén por los principios del federalismo; la utilización del recurso del clientelismo como regla en la relación con los ciudadanos y los actores económicos y sociales.

La superación de la decadencia y el estancamiento está asociada a la puesta en marcha de un programa de progreso social asentado en el trípode de fortalecimiento institucional -condición para la convivencia pacífica de los argentinos y causa determinante de los resultados económicos-, integración al mundo -promoviendo los valores de la democracia y los derechos humanos y siendo parte de todas las corrientes de comercio y producción globales- y formalización de compromisos -alentando la cultura del diálogo y el acuerdo entre todos los actores políticos con vocación democrática-.

Siempre será necesario insistir en nuestra fundada convicción acerca de que la ajuridicidad explica, en buena medida, las fuentes del retroceso relativo de nuestro país.

Del mismo modo, nuestra certeza sobre la completa amoralidad de la violencia, y nuestra inconmovible creencia en que la democracia es la única regla de juego legítima para dirimir los conflictos en la sociedad, nos obliga a denunciar el acompañamiento a la reivindicación de la lucha armada por parte de dirigentes oficialistas y autoridades del gobierno.

Ese posicionamiento político constituye un desgraciado retroceso en el consenso social alcanzado en la pos dictadura cuando quedó claro que el fracaso de la experiencia aventurera de la guerrilla fue una equivocación estratégica trágica y no una derrota accidental y contingente.

Así como confiamos en las normas como el cemento de una sociedad que aspira a vivir en paz y libertad, entendemos que la realización de nuestro país sólo es posible integrado al mundo pos pandémico que acentuará la “desoccidentalización” de la globalización, tendrá una disputa creciente entre las superpotencias por la primacía tecnológica, deberá lidiar con los aumentados desafíos de las migraciones y del crimen transnacional organizado y, también, con las potenciales nuevas pandemias.

El reto de una gobernanza global de mayor calidad y eficacia debe tener a la Argentina en una posición protagónica, afirmando el valor de las normas, reconstruyendo el papel de los organismos multilaterales, contribuyendo al diseño de reglas en la dimensión financiera de la globalización y asentando el principio de los derechos humanos como religión laica de escala planetaria.

Por cierto, ese recorrido requiere de una reformulación de la acción política de tipo populista que impone el movimiento que gobierna. Ese replanteo exige que el diálogo y la cultura del acuerdo entre los actores políticos y en sede parlamentaria esté situado en el centro de la escena.

Concebir el poder como un sitio a conquistar, donde el juego político es de suma cero, denota un modo arcaico y atávico de gestión política. Por el contrario, asumir el poder como una construcción que requiere de acuerdos es una manera de diseñar una sociedad democrática de avanzada, superior a los modelos de imposición o subordinación propio de los modos populistas de acción política.

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