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¡Yo voy a Montevideo!

¡Yo voy a Montevideo!

Por Manuel Suárez Suárez
miércoles 11 de noviembre de 2020, 12:59h

En noviembre de 1958 yo tenía cinco años. El lugar más alejado de mi aldea (Santa Baia de Tines-Concello de Vimianzo) en el que estuviera fue en Santiago de Compostela, cuando el 21 de julio, ingresé de urgencia en el Sanatorio Baltar para curar las heridas de los dientes y las garras de un lobo o loba que dejó la huella de 33 cicatrices en mi cuerpo infantil. Dicen que soy muy afortunado ya que voy camino de Montevideo en un barco llamado “Cabo de Hornos”. Mi pensamiento está en el deseo de encontrarme con mi padre (Jesús Suárez García) que espera al otro lado del mar.

Supongo que quien sentía un cierto alivio era mi madre (Valentina Suárez Lema) que me apretaba la mano para tratar de dejar atrás, lo más rápido posible, aquel triste acontecimiento que pudo terminar en tragedia. Su firme coraza me evitó las preguntas de los que siempre meten el hocico donde no deben. Recuerdo, aunque pasaron muchos años, que hice un activo borrado de lo sucedido con el lobo o loba para centrarme en Montevideo. Mi madre dice que era mi acalorada respuesta a alguno de los vecinos que me buscaba las pulgas con el aguijón de que mi padre ya se olvidara de mí.

Aquel barco se balanceaba mucho. Los mareos eran continuados y dejé de acercarme al comedor para no oler aquella desconocida comida que me hacía temblar. Fui perdiendo peso pero las galletas y la leche de la merienda evitaron males mayores. Los días en el mar (20) están olvidados ya que solamente recuerdo las alegrías pero no las penas. Así fue que tengo muy presente una sabrosa fruta que me esperaba en el puerto de Santos. Allí estaba emigrado el tío José de Borneiro (casado en Tines con una hermana de mi padre) que subió al barco con un gran cacho-racimo de más de tres docenas de bananas. Los días siguientes y hasta el desembarco recuperé energías con la dieta bananera.

El “Cabo de Hornos” echó anclas en el puerto de la capital uruguaya el jueves 27 de noviembre. El muelle estaba lleno de gente que gritaba y movía los brazos para saludar a los recién llegados, amigos o familiares. Aquel ruido me provocó una fuerte inquietud que no disminuyó hasta que mi madre me indicó donde estaba mi padre. Ahora ya no quito la vista de un hombre que lleva camisa blanca de manga corta y que sonríe y no para de mover las manos. Es un día soleado ya que estamos a un paso del verano montevideano que es mucho más caluroso que en Tines. Me acuerdo que me llamó la atención que alrededor del puerto hubiese muy pocos árboles. Había muchos edificios y muchísimas letras pintadas en los muros que me acompañaron durante todo el recorrido hasta la calle Pantaleón Artigas (Barrio de Aires Puros) que era donde mi padre había alquilado un apartamento.

Unos años después me enteré que el trayecto desde el puerto fue con rumbo al norte de la capital. La ruta seguida fue la siguiente: a) avenida Agraciada (actual avenida del Libertador Brigadier General Juan Antonio Lavalleja): b) avenida San Martín; c) avenida Millán; d) avenida Burgues; e) calle Máximo Gómez; f) calle Pantaleón Artigas. En todo el camino fui mirando y tratando de leer, con mucho interés, la interminable sucesión de pintadas ya fuesen sobre pequeños o medianos muros o en altas edificaciones. No entendía lo que significaban pero me gustaban mucho. Era muy diferente a mi aldea en la que no había pintadas y tampoco letreros de clase alguna. Acá usan dos colores para las letras: blanco (Partido Nacional) y rojo (Partido Colorado). El domingo 30, después de escuchar la música de los gaiteros de “Sempre en Galicia” en Radio Carve, mi padre me dijo que era día de elecciones. Me explicó que los colores que vi eran identificativos de los dos partidos políticos más importantes. Pasaron muchos años hasta que pude aprender, más o menos, que los ciudadanos votan para elegir a sus gobernantes ya que así lo establece la “Constitución” de la República Oriental del Uruguay. Aquel último domingo de noviembre hizo de mí un defensor vitalicio de la generosidad con la que me recibieron en la muy noble tierra de Artigas, Gardel, Obdulio Jacinto Varela, Galeano y Benedetti.

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