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Fin de año e inflación

Fin de año e inflación

Por Ricardo Lafferriere
martes 29 de noviembre de 2016, 14:59h

El gobierno ha anunciado el tradicional jubileo de fin de año.

Una serie de bonos y adicionales buscarán paliar la situación de los compatriotas más necesitados, una reducción del impuesto a las ganancias en el aguinaldo –con su efecto de aumentar el ingreso- y un bono de fin de año para los empleados formales públicos y privados aliviarán a los sectores medios.

La masa de dinero cuyo destino final es el consumo alcanzará un par de decenas de miles de millones de pesos, focalizados centralmente en segmentos populares. Lejos de oponerme, he sostenido desde hace años que el ingreso popular y los salarios son los “últimos orejones del tarro” en la distribución de la riqueza y damnificados finales por la inflación, a quienes es injusto hacerles “pagar los platos rotos” por todos los que están antes en la cadena económica y que, en última instancia, son los que definen políticas y tendencias.

Empieza con la oferta monetaria por encima de la demanda de dinero (lo ha repetido el propio presidente: el primer responsable es el Estado), luego siguen los empresarios desatando una rápida carrera por la apropiación de ese ingreso, vía precios, y por último el salario y los ingresos populares, que llegan de atrás y poco pueden disfrutar de las supuestas “mejoras”.

Obviemos el detalle del origen de esos ingresos que se “otorgarán”. Puede no ser emisión sino créditos. Siempre es mejor. Imaginemos que el Estado estuviera en condiciones, por una u otra vía, de financiar estas asignaciones (dejemos ese debate para otro capítulo). La consecuencia inmediata es desatar la lucha por la apropiación final de esa masa de recursos.

¿Alguien se anima a adivinar cuál será la actitud de los empresarios “nacionales”? ¿Alguien cree que será ampliando su producción para responder a la demanda estimulada principalmente de alimentos, ropa, juguetes, cosméticos, medicamentos y un poquito en turismo para aprovechar el repentino incremento del poder de compra del componente “popular” de la demanda?

¿O… piensan como yo: que será modificando sus tablas de precios para apropiarse de esa masa monetaria con aumentos sin justificación –porque no responden a incrementos de costos-, disfrutando del “país corralito” al que están acostumbrados desde siempre?

Los funcionarios deberían recordar que no están tratando con Bill Gates, Jeff Bezos, Wallmart o Marck Zuckerberg, sino con los clientes de De Mendiguren y Sergio Massa, especialistas en remarcaciones preventivas y expertos –por necesaria experiencia hasta de supervivencia- a desarrollar estos reflejos.

No se trata de un tema ético, sino de “real-economic” histórica, que debe cambiarse. El país cerrado ha privilegiado la especulación y la corrupción mientras castigaba el riesgo y la inversión, funcionando como un remedo de la antigua admonición de Sor Juana Inés de la Cruz, aplicado a la relación entre la política y los empresarios nacionales: “Queredlos cual los hacéis, o hacedlos cual los buscáis”.

Sugerimos a los responsables de Comercio recorrer supermercados, farmacias, tiendas y jugueterías y observar la dinámica de los precios en los últimos días. No de las listas manipuladas y “en blanco” sino de lo que paga realmente el que tiene ingresos mínimos, no compra “gourmet” y camina varias cuadras para conseguir una papa más barata o un paquetito de fideos de precios cuidados. Se encontrará con remarcaciones del 50 % y hasta el 100 % en un mes… sin que hayan aumentado ni los impuestos, ni los costos fijos, ni las tarifas, ni los salarios en esa magnitud.

No olvidemos que los consumos populares son componentes centrales de la medición inflacionaria. No los automóviles, televisores, celulares, ni tabletas del “Ahora 12” o “18”.

Los que gobiernan son personas de experiencia en el mundo económico, capacitados y además, honestos. Deben advertir que sin medidas adicionales, esa cantidad de dinero será un impulso extra a la inflación que deberemos soportar todos frustrando su objetivo directo.

El gobierno, por supuesto, terminará pagando el precio, en términos políticos. Pero los argentinos que no tenemos que ver directamente con la decisión de entregar esos ingresos –que se suman a los aguinaldos-, ni tampoco los recibiremos, sufriremos en el camino un incremento de los precios que –sabemos- no retrocederán, generando la justa presión salarial correlativa a comienzos del próximo año, ante el deterioro de los ingresos fijos provocado –al final- por esta medida.

Las autoridades deberían prevenir y evitar esta calesita. Puede ser con un heterodoxo acuerdo coyuntural voluntario de precios, que conlleva el riesgo del seguro incumplimiento y la reaparición de las tradicionales “trampas” –nuevos productos de menor calidad o cantidad, publicidad engañosa, etc.- O puede ser con la medida ortodoxa de aumentar aún más la restricción monetaria subiendo más la tasa de interés, lo que sería otro golpe a la esperada reactivación.

Sin embargo lo más sano y eficaz, que avanzaría hacia una economía más moderna y competitiva vinculada con el mundo, defendería el salario y el ingreso nacional y evitaría automáticamente las conocidas “picardías criollas” que conocemos, sería recurrir a una mayor apertura. No por supuesto una apertura salvaje, tipo “los 90”, sino cuidada, prudente, medida, pero inteligente y firme en aquellas áreas sensibles al consumo popular donde se prevé el mayor incremento de la demanda: alimentos, ropas, juguetes, cosméticos baratos, medicamentos genéricos.

La conjunción de estas dos medidas –más fondos y más apertura- no achicaría el mercado de las empresas argentinas –al contrario, lo estimularía-, pero a la vez de mantener abastecida la oferta a precios razonables se establecería un techo a los aumentos discrecionales de precios para evitar que los recursos entregados a los sectores populares, con gran esfuerzo fiscal y tal vez endeudamiento, sean arrebatados a los titulares y apropiado por el corralito oligopólico tradicional de la economía argentina.

El riesgo está. No caigamos en él sin prevenirlo. O lo lamentaremos en muy poco tiempo.

Ricardo Lafferriere

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