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Ministros que se comerán el turrón

Ministros que se comerán el turrón

Por Fernando Jáuregui
domingo 15 de diciembre de 2013, 19:17h
Contemplando la calma chicha oficial, uno diría que en España no pasa nada; que la pregunta-trampa (sobre todo, para él mismo) de Artur Mas no llegará a formularse nunca; que Adelson acabará abriendo un Eurovegas en algún secarral de la geografía hispana; que la legión de parados se ha reducido; que no hay cada día cientos de jóvenes-sobradamente-preparados que emigran acaso para siempre. Y, sobre todo, se diría que España, esta España de indignados y pasotas, este gran país achicado por el nacional-pesimismo, es una nación conforme con sus representantes. Como si no estuviesen ahí las encuestas, que nos dicen que 2013 fue un pésimo año para la moral nacional, pero que en 2014 no hay brotes verdes de esperanza y optimismo. Pese a ello, nada se quiere cambiar, ni siquiera con una cosmética lampedusiana. Y, así, hay ministros que no deberían serlo que se comerán el turrón en el cargo, y vaya usted a saber si no acabarán veraneando en el cargo. Aunque la radiografía que pueda hacer alguien que, como quien suscribe, se pasa el día mirando, hablando con unos y con otros y tratando de almacenar cotilleos que quisieran convertirse en categorías, aconsejaría procederes muy distintos.
 
Ya digo: quien suscribe constata grietas profundas en el seno del propio Consejo de Ministros, grietas que afectan ya a la propia, y hasta recientemente intocable, vicepresidenta Sáenz de Santamaría. En ese mismo Consejo de Ministros se habla de alianzas de unos con otros, de unos frente a otros, de ambiciones insatisfechas, de conatos de dimisiones incumplidas, de banderías. Rajoy lleva dos años gobernando con el mismo equipo y todo indica que no tiene la más mínima intención de cambiar ni a un solo ministro, por mucho que alguno provoque incendios sociales con ocurrencias variopintas. Está el presidente a punto de batir el record de inmovilismo, y la verdad es que los acontecimientos con los que termina el año no recomendarían tal falta (quizá aparente) de iniciativa.
 
Hemos de reconocer los avances, que claro que los ha habido. Rajoy me sigue pareciendo una figura respetable, que se mueve por los altos intereses de España, aunque no remonta el vuelo lo suficiente como para alcanzar tales alturas. Y lo mismo diría de Rubalcaba, con quien me consta que el presidente del Gobierno comparte por teléfono (y no solamente por teléfono), día sí día no, sus inquietudes por la marcha de las cosas. Están lejos los tiempos de aquel desafortunado grito de 'váyase, señor Rajoy', emitido por el líder de la oposición y secretario general de los socialistas. Lo que ocurre es que su identidad de puntos de vista acerca de, por ejemplo, la gravedad del 'caso Artur Mas' no llega hasta una cercanía en las soluciones. Y, así, Rajoy, que presume de no leer lo que de su trayectoria dicen los periódicos, sigue aferrado a que no hay que tocar ni una coma de la Constitución para modificar el Título VIII de la ley fundamental, mientras Rubalcaba trata de convencerle de que lo haga (y tal vez, me dicen, acabe convenciéndole, aunque no se darían pasos a corto plazo).   
 
La voluntad de cambio de Rajoy, si es que la tiene en algún rincón de su alma, habría de evidenciarse con una primera medida que sería una crisis de Gobierno en toda regla, que reforzase la línea y la cohesión del equipo económico y pusiese en marcha las necesarias reformas políticas, separando a algunos ministros que son piedra de escándalo, sea o no por sus culpas propias. Luego vendría todo lo demás. Pero mal va a evidenciar el presidente que encara con espíritu nuevo la segunda mitad de la Legislatura, ahora que llega un 2014 electoral, de convulsiones en Europa y en el mundo, con el mismísimo equipo con el que puso en marcha políticas económicas y sociales muy diferentes a las que ahora se imponen. Aquel mítico motorista que, según la broma popular, transportaba los ceses al domicilio de los ministros, lleva demasiados meses en paro. Y uno, que tiende al buenísimo, desde luego no quiere amargar las navidades a nadie. Pero, menos que a nadie, al conjunto de los españoles, que me parece que están que ya no entienden nada.
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