Veinticinco años no es nada... O sí

En otras circunstancias, quizá. Pero con la que está cayendo, no parece que el PP haya previsto celebrar festejos con motivo de su 25 aniversario en el Gobierno de Castilla y León.

Aquel 10 de junio de 1987, la fecha del vuelco, ejercieron su derecho al voto 1.479.446 castellanos y leoneses (el 74,1% del censo), que repartieron sus papeletas entre 15 formaciones electorales. Las más votadas fueron las candidaturas de la Federación de Partidos de Alianza Popular (33,3%), seguida de las del PSOE (33%). Ambas consiguieron 32 escaños de un total de 84. También lograron representación en las Cortes de la segunda legislatura el CDS (18), el PDP (1) y Solución Independiente (1).

El CDS cumplió su compromiso, facilitó la formación de Gobierno al partido más votado y José María Aznar fue investido presidente gracias a las 5.019 papeletas que obtuvo sobre las candidaturas socialistas. Fue, eso sí, la última mayoría relativa. En las sucesivas elecciones posteriores, como es bien sabido, los candidatos de AP (después PP) han gozado de mayorías absolutas.

Un dato curioso. Durante los cuatro primeros años de gobiernos populares (1987-1991), pasaron por el Colegio de la Asunción tres presidentes: Aznar, Jesús Posada y Juan José Lucas, que fue elegido en 1991. Pero en estos 25 años de gobierno del PP, Castilla y León ha tenido cuatro presidentes: los tres ya citados y el actual, Juan Vicente Herrera. Algunos lo interpretan como signo de estabilidad. Otros, no, claro.

Atrás, muy atrás, quedaron aquellos viejos debates sobre las Visa oro, los estivales, las subvenciones finalistas a los municipios, las subvenciones a la minería y las biomédicas... Lo cierto es que en aquella segunda legislatura se cerró, casi milagrosamente, la estructura institucional de un proyecto autonómico débilmente hilvanado. Y, en contra de lo que era habitual, Castilla y León también comenzó a ocupar espacios en páginas distintas a las de sucesos. Aznar y Las Edades del Hombre fueron los primeros protagonistas.

El balance de estos 25 años es claramente positivo. Castilla y León sigue siendo una comunidad de paso, sobre todo en política. Pero se ha situado en la media de la mayoría de los indicadores económicos y sociales. La renta per cápita, por ejemplo, es similar a la media nacional; y además, ha avanzado en 35 puntos hasta situarse también en la media de la Unión Europea. El tejido empresarial se ha multiplicado por 1,5. Las ventas al exterior, actualmente en plena diversificación, se han multiplicado por nueve. El turismo ha dinamizado extraordinariamente el sector servicios, que hoy explica el 65% del PIB regional. La industria agroalimentaria ha sido clave para el desarrollo del sector. Se han modernizado los sistemas educativo y sanitario; y los servicios sociales son un modelo a seguir.

Al mismo tiempo, el presupuesto anual de la Comunidad, que no alcanzaba el medio millón de euros en 1987, llegó a superar los 10.500 en este periodo. Pero, claro, la deuda pública representa ahora el 9,4% del PIB. El déficit, el 2,3%. Y la crisis de liquidez es la espada de Damocles.

Y todo porque mientras empresas y familias reducían su gasto estructural, sin capacidad de acudir al crédito, la Administración autonómica siguió la estela de las demás, acumulando deuda y déficit, hasta escandalizar a propios y a extraños, sumisos o insumisos, apasionados y escépticos. Eso sí, con escasos gestos de renuncia a ese cierto protocolo del nuevo rico, tan frecuente como denostado. Éste ha sido el talón de Aquiles. El origen del descrédito.

Pero, en fin, si veinte años no es nada -con notas de tango-, veinticinco, poco más. O no.

Manuel Trapote. Periodista.