El último deseo (insatisfecho) de Manuel Fraga
lunes 16 de enero de 2012, 13:00h
Me ha llamado alguien que ha querido mucho a quien él, y solamente pocos
más, llamaba 'Manolo'. "Que se está muriendo; escribe sobre él, todo lo
que has vivido con él", me dijo. Este domingo, la noticia llegaba a
última hora: ha fallecido Fraga.
He escrito mucho sobre
Fraga. Unas veces bien, otras mal. Alguna vez me sentí, cuando los
accesos de cólera del indomable Don Manuel, antifraguista. Reconozco que
en otras ocasiones me sentí cerca del estadista, del hombre
que-todo-lo-tenía-en-la-cabeza. Luego decía aquello de "la calle es mía"
y nuevamente se convertía en el hombre prepotente que a nadie le
gustaba. Fraga, esa fuerza de la naturaleza. Sea como fuere, ahora, en
el trance de su desaparición, hay que recordarle, cómo no, en sus
mejores perfiles, en los del hombre que nos blindó contra la extrema
derecha, en los del político que construyó una alternativa que hoy ha
llegado al Gobierno.
El último superviviente de la época dura
del franquismo. El hombre que supo evolucionar hasta posiciones
democráticas. Sesenta años en la brega política. Estoy convencido de que
él creyó siempre que prestaba un servicio público a sus compatriotas,
aunque a veces lo hiciese a su manera. No resulta difícil entrar en la
personalidad recóndita de Fraga, el colérico, el que una vez,
irritadísimo ante algunas preguntas con las que yo le machacaba en las
campañas electorales, me lanzó, enrojecido: "cuando usted esté en
política, que todo se andará...". Reconozco su nula capacidad de rencor:
era capaz de expulsarte de su despacho y al día siguiente lo había
olvidado, quizá porque tenía cosas más importantes en las que pensar.
Me cuenta Angel Sanchís,
su amigo, con el que almorzaba últimamente casi cada semana en compañía
de Carlos Robles Piquer, de Abel Matutes y de algún otro (asistí
recientemente a uno de esos almuerzos; Don Manuel seguía gozando del
viejo buen apetito), que su último sueño era morir como senador. No pudo
ser. Mariano Rajoy se lo ofreció a la vuelta del verano, cuando ya
Fraga estaba atado irremediablemente a la silla de ruedas, con
dificultades para hablar, pero con el espíritu explosivo indomable:
"¿quieres seguir de senador?", le dijo. "Si", respondió, sin más, Don
Manuel. Pero la familia se opuso: demasiado desgaste, dijo Pisco,
Isabel, la hija médico que le acompañaría siempre. Quizá quienes le
querían no le deseaban patético. Y Don Manuel, rugiente, se quedó
clavado en su silla, dándole vueltas al magín, quién sabe si pergeñando
su sexto volumen de memorias. Me dicen que quería morir con las botas
puestas, como ese John Wayne al que me aseguran que, en secreto,
admiraba.
Escribí sobre él un libro que se tituló 'Cinco horas y
toda una vida con Fraga', en el que contaba algunas de las anécdotas
que me ocurrieron cuando le seguí, durante años, profesionalmente, yo
como periodista, él a veces como víctima de mis escritos. Prometí a
Sanchís, que fue tesorero en Alianza Popular y que nunca necesitó de la
política para ser rico -más bien, creo que la política le costó dinero-,
que escribiría algo así como un epitafio titulado "homenaje a Fraga de
un antifraguista".
Ambos tratamos de encontrar una sexta hora
para ver al león de Perbes, enjaulado en su silla de ruedas; ya era
tarde. Cuando Sanchís, acompañado de Matutes, le comunicó mi intención
de verle, Fraga, ya muy mal, le dijo: "prepáreme una nota agradeciéndole
que quiera venir". Le gustó que quisiera hacerle la que sin duda iba a
ser la última entrevista. A continuación, Sanchís le contó el chiste de
aquel sacerdote que, en misa, preguntó a sus feligreses si había alguno
de entre ellos que no tuviese enemigos. Se levantó una anciana, doña
Francisca. "Y ¿cómo es que, a sus ochenta años, no tiene usted ningún
enemigo, doña Francisca?", quiso saber el cura. "Porque los muy cabrones
se han muerto todos", dijo la anciana. Fraga, que sí tuvo muchos
enemigos, se rió con ganas; puede que fuese la última vez que soltó una
carcajada. Me parece que, al final, eran muchos más sus amigos que sus
enemigos, aunque durante bastante tiempo fue mucho más fácil ser lo
segundo que lo primero.
Creo que, todo incluido, la figura de
Fraga, por legendaria, ha acabado gustándome, y que no me importa poner
como título a un libro remodelado -he escrito tres que le tienen más o
menos como protagonista-ese que le prometí a Sanchís: "homenaje a Fraga
de un antifraguista". Al fin y al cabo, uno no tiene muchas
oportunidades de decir que ha pasado cinco horas y toda una vida con
alguien que, sin duda, ocupará bastantes páginas en la historia de
España.