De manos, de sonrisas y de despedidas

Este adiós no maquilla un "hasta luego",este nunca no esconde un "ojalá",estas cenizas no juegan con fuego,este ciego no mira para atrás.
Joaquín Sabina

En cuanto das dos pasos por la ciudad es raro que no te topes con un mendigo que tiende la mano, un parado que intenta colocarte una bolsita de pañuelos, un rumano que hace sonar un viejo acordeón o una mujer, con visón hasta los pies, que solicita unos euritos para una buena causa. Puedes dar o no dar, según he podido observar, pero el personal, mayormente, pasa de largo sin dedicarle una sonrisa o, lo que es todavía peor, sin responder a su saludo. Se trata de indigentes, ciudadanos en paro, emigrantes, postulantes, drogatas... La mala educación, lentamente, se ha instalado en nuestros hábitos. El torpe truco es acercar el móvil al oído o, sencillamente, girar la cabeza hacia otro lado. Por desgracia este ritual se repite una y otra vez, continuamente. No digo que todo el mundo se "pase por taquilla", pero sugiero un gesto hacia el prójimo necesitado. No muerde, de verdad que no muerde, y lo agradece siempre. Qué razón tenía el gran Gustavo Adolfo: "Por una mirada, un mundo, por una sonrisa, un cielo".  Si lo sabrán ellos.

-Qué, jefe, hoy vas de bueno...
  
Gumer, como bien sabes, hoy es un día muy especial. Hoy, por si te has olvidado, nos despedimos de este rincón de libertad en el hemos sido tan felices. Además son vísperas navideñas y toca ser buenos.

-Menos mal, añade el hurón, hoy pueden descansar el presidentísimo y el famoso galán "oscarizado".

El bicho ironiza porque le va la marcha, pero en esta ocasión no pienso pisar ningún callo. Quiero recrearme en la mirada, "el leguaje del corazón" que dijo Shakespeare. Qué bonito, don William. Yo, cuando le tiendo la mano a un niño, suelo, aconsejarle que me la apriete con fuerza y que me mire a los ojos. Y así siempre, porque considero que es un signo de buena educación. Personalmente soporto mal que me ofrezcan una mano pendulona y que me nieguen la mirada, formula bastante habitual sobre todo cuando se trata de gente poco de fiar. (Me ahorro dar nombres que los lectores conocen bien).
   
Pero hoy es otra cosa. Gumer y yo compartimos tristeza al abandonar este barco, donde hemos tenido la inmensa suerte de contar con un buen capitán. Y a buena fe que lo ha sido, porque nos ha dejado respirar, disfrutar del sabor puro, y fuerte a veces, de la verdad. La nuestra ha sido una travesía profesional maravillosa. Nos vamos también con el agradecimiento infinito a unos lectores que para sí quisieran muchos. Ellos nos lo han hecho fácil. Quizás pronto volvamos a encontrarnos y, mientras tanto, esbozamos una sonrisa para todos los que han compartido con nosotros tan feliz singladura. Como el "ciego" de Sabina, Gumer y yo hemos decidido no mirar por el espejo retrovisor. Adelante, siempre adelante.
  
Y nos vamos, deseándoles unas felices Navidades. A los amigos (si nos queda alguno) y a los enemigos (si no nos han perdonado todavía). A todos. 

Félix Lázaro. Periodista.

Las notas de Gumer.- 1.- Pues sí que se ha puesto tierno el señorito. Quién lo diría. Yo había decidido quedarme aquí, pero me ha convencido. Nos merecemos un descanso. Me marcho a pasar las fiestas navideñas con los míos, a cualquier agujero del campo en el que seguiré disfrutando de ese bien tan preciado que los humanos llamáis libertad. Él, sin embargo, retorna a Galicia (puta manía) a ponerse ciego de esos bichos tan feos que llama moluscos. Qué tipo tan raro. Y, sin embargo, le quiero.

2.-Don Juanvi, me voy pero en un buzón del Ala Oeste le he dejado mi carta a los Magos. Usted es como un rey y algo, digo yo, sí que podría dejarme como recuerdo. No lo olvide, antes de que ese otro mago amigo suyo, de nombre Mariano, le lleve a torear a las Ventas. Salude de mi parte a don Picalcaba.