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Villeros neoliberales

Villeros neoliberales

Por Ricardo Lafferriere
martes 05 de mayo de 2015, 10:38h
El triunfo generalizado del PRO en las villas, en las PASO porteñas, abrió ojos y desató debates.


Antes de seguir, aclaro que el título trata de ser apenas una humorada. La sola posibilidad de que los sectores más empobrecidos del electorado porteño se hayan volcado masivamente a las listas del PRO altera las cofradías progresistas más de lo imaginable, tanto en el espacio kirchnerista como en los opositores que se aferran a las categorías político-geométricas del siglo pasado. Y deja planteada a la reflexión y al debate el comportamiento electoral de los ciudadanos más necesitados.


Adelanto que, en la opinión de esta columna, está lejos de ser un voto ideológico.


¿Es, entonces, un voto clientelar?


Tal vez algo de eso exista. Al fin y al cabo, el voto clientelar es una categoría siempre presente en las compulsas electorales. No es ni más ni menos extraño que el clientelismo de las clases medias contratadas masivamente en empleos públicos, el clientelismo empresarial atado a licitaciones generosas, el clientelismo bancario, favorecido por las neo-bicicletas que le han permitido, en los años kirchneristas, ser el sector de la economía que más dinero ha ganado, o el propio clientelismo intelectual que nos atosiga con Cartas Abiertas escasamente leídas. Sería discriminatorio reservar la categoría clientelar sólo a los más pobres.


No son, sin embargo, la mayoría ni los que definen una elección. La mayoría de los ciudadanos no votan llevados de la nariz o la conveniencia personal, aunque algunos sí lo hagan. En el caso del voto villero porteño, a juicio de esta columna, responde a varias causas.


Hay, sin dudas, voto clientelar. Está presente en todos los partidos a través de sus "aparatos", principalmente en el FPV -ubicado en segundo lugar- aunque también del PRO y hasta de algunos radicales residuales, que distribuyeron sus lealtades en diversas alternativas del abanico, oficialista y opositor.


Pero en la mayoría hay lo que en todo votante: evaluaciones sobre lo que les parecen las mejores opciones para sus vidas personales, para sus familias, para sus barrios y para su país.


Una recorrida por los barrios porteños indica que aunque mucho falta, también se notan novedades. Acción cultural intensa, nuevos establecimientos educativos, algunas calles que comienzan a dibujar un esbozo de urbanización, centros de atención primaria de salud, establecimientos preescolares, centros de atención ciudadana multipropósito (los "NIDO") y, en algunos muy pocos casos, hasta esos símbolos de la modernidad ciudadana que son los semáforos, que, curiosamente, han sido instalados en algunos cruces de arterias con saturación de tránsito en plenas villas.


Se trata de un mundo cuya complejidad y dinamismo no suele aparecer en los medios, que sólo exponen la violencia, la dureza de la subsistencia y la presencia delictiva. Sin embargo, es un espacio urbano atravesado por esfuerzos vitales emocionantes de comisiones vecinales y barriales, aportes solidarios, ansias de superación y luchas por el mejoramiento de sus condiciones de vida, donde no faltan heroicidades que rescatan lo mejor de los valores humanos ni tampoco programas públicos, mixtos e incluso religiosos estimulantes de su vida comunitaria.


Desde la perspectiva del análisis político, sin embargo, lo que resulta curioso -aunque no extraño, porque desde esta columna lo venimos señalando desde hace años- es que las pertenencias "de clase" ya no dicen nada de cara a las definiciones políticas. Que la Villa 31 vote igual que Recoleta, o que Belgrano, habla de una homogeneización creciente de la condición ciudadana.


Los compatriotas más "pobres" no sienten ninguna diferencia, al momento de reflexionar sobre el país, con los de clases medias o de barrios más pudientes.


No parece que esto sea un mérito de nadie en particular. Es un signo de los nuevos tiempos, en los que las "puntas de lanza" de la modernización global impregnan las conductas de las personas de todo el planeta, desde las Villas porteñas hasta Puerto Madero, pero también desde las selvas y desiertos africanos hasta las democracias desarrolladas de Europa. Quien vea las características de los balseros que atraviesan el Mediterráneo y tenga acceso a las pocas notas periodísticas que los interrogan en forma directa no notarán diferencias en sus aspiraciones básicas con los desocupados españoles o los "indignados" de Wall Street.


Singular desafío para los analistas políticos -y para muchos políticos...-, obsesivamente atados a marcos interpretativos del mundo en retirada. Y estimulante acicate para quienes se atrevan a comenzar a esbozar nuevas categorías de análisis, interpretando este nuevo individualismo que abandonó sus identificaciones sociales y políticas de "pertenencia dura" para pensar por sí, sin delegar en ningún colectivo ideológico, partidario o corporativo, la definición de su destino.


Estos hombres y mujeres, tan alejados de "izquierdas" y "derechas" que atrasan medio siglo, buscan detectar y abrir en los mecanismos de la economía, la sociedad y aún de la política las grietas que les permitan mejorar sus vidas. No mucho más, pero tampoco menos. Se sienten tan protagonistas del mundo de hoy y de mañana como los "nerd" de las City's, los profesionales de la política o los dueños de las grandes riquezas. Y desde esos marcos, votan.


No son neoliberales. Tampoco progresistas. Y a la vez, son ambas cosas. Mejor aún: son los hombres y mujeres del siglo XXI, celosos de su independencia, dueños de su criterio, cada vez más responsables de sus propias vidas. Eso es lo emocionante y movilizador.


Ricardo Lafferriere
 
 
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