Strassera: hombre modesto, fiscal implacable
miércoles 04 de marzo de 2015, 22:37h
"Nosotros tuvimos una vida sencilla, debemos tener
también una muerte sencilla." Ésa fue la respuesta que nos dio Marisa, la
mujer de Julio Strassera , cuando unos amigos le preguntamos por qué había
rehusado el ofrecimiento que hizo el gobierno de la ciudad para que el
velatorio del fiscal se hiciera en la Legislatura porteña. Un velatorio en un
lugar público hubiera facilitado que mucha gente pudiera despedirse de Julio,
pero también habría restado privacidad e intimidad al último contacto de sus
seres queridos. Esa frase y esa actitud de su compañera sintetizan uno de los
aspectos de la figura de Strassera.
¿Por qué lo conocía tanta gente? ¿Por qué lo saludaban en
todos lados? ¿Por qué lo paraban por la calle? Su extendido reconocimiento
público se asienta, según creo, en dos razones. La primera, sin duda, en el
papel histórico que le tocó desempeñar como fiscal en el denominado Juicio a
las Juntas Militares. La segunda, porque esta admiración se depositaba en una
persona que supo tener conductas republicanas.
Julio Strassera fue un hombre decente, modesto, austero,
sobrio, alejado de los personalismos y egocentrismos de muchos personajes
públicos. Poseedor de un temperamento pasional, fue un polemista incansable,
agudo, filoso e irónico. Quienes lo conocimos y tratamos recordaremos siempre
sus acaloradas discusiones, la vehemencia con que defendía las causas que
entendía justas en cualquier sitio, en un despacho, en un café, en la puerta
del Palacio de Tribunales, en las comidas de amigos. Era un buen amigo. Uno de
los últimos libros que leí el año pasado me lo recomendó Julio. Es una
"oda a la amistad", me dijo. Se refería a La nieta del señor Linh,
una deliciosa novela de Philippe Claudel, donde el noble sentimiento de la
amistad aparece entre dos hombres de culturas y costumbres muy diferentes, que
ni siquiera pueden hablar entre sí, porque no tienen una lengua común.
Strassera sabía encontrar el lenguaje común de la amistad.
Pero más allá de las anécdotas de quienes tuvimos el
privilegio de ser sus amigos, la sociedad argentina recuerda a Julio Strassera
por el rol de fiscal que el destino le asignó en el juicio a las juntas
militares. Se trató sin duda de un proceso de características excepcionales. No
había un precedente nacional ni universal del juzgamiento de hechos de una
dictadura saliente por parte de un tribunal civil, aplicando exclusivamente las
leyes comunes. La práctica argentina había sido siempre la del olvido a través
de amnistías generales; incluso los militares habían ya dictado una ley de
"autoamnistía", cuya validez era reconocida por muchas de las fuerzas
políticas. Los militares negaban que se hubiera cometido delito alguno, versión
que era aceptada por buena parte de la sociedad. Muchos de los presuntos
autores de delitos se encontraban en actividad y al mando de tropas. A la vez,
legítimamente, las víctimas y los familiares de los desaparecidos, como la
mayoría del pueblo, le reclamaban al nuevo gobierno democrático que
esclareciera lo que había ocurrido y que castigara a los autores de tan
horrendos delitos.
Pese a las enormes dificultades que planteaba ese contexto,
y asumiendo los riesgos que implicaba para el sistema democrático, el
presidente Raúl Alfonsín tuvo la audacia de someter a juicio a los máximos
responsables de los crímenes cometidos durante la dictadura. Recayó sobre Julio
Strassera la responsabilidad de llevar adelante la acusación en ese difícil
proceso, de suerte incierta. Y Julio estuvo a la altura de las exigencias de la
historia. Su desempeño fue inolvidable.
La esencia de la actividad del fiscal es representar a la
sociedad para asegurar que la ley se aplique sin distinciones, especialmente a
los poderosos. El fiscal Strassera promovió el juicio y la condena de quienes
habían sido los amos de la vida y de la muerte en la Argentina, representando
cabalmente la demanda social de justicia. Seguramente, la perfecta coincidencia
entre esta demanda con el acabado ejercicio de la función ha hecho que
Strassera quedara como paradigma de lo que significa ser un fiscal.
En la Argentina actual se percibe claramente esta exigencia
de que el fiscal procure la aplicación igualitaria de la ley, sobre todo frente
al poder. Esto explica la fuerte reacción popular ante el arbitrario intento de
remoción del fiscal Campagnoli, por intentar investigar casos de grave
corrupción gubernamental. De igual modo, el rechazo que produce la conducción
facciosa del Ministerio Público, por parte de la doctora Gils Carbó, lesiona la
independencia funcional de los fiscales. La muerte en circunstancias aún
dudosas del fiscal Nisman, inmediatamente después de haber denunciado a la
Presidenta y al canciller por la suscripción del inexplicable convenio con
Irán, ha dejado en la población una fuerte sensación de sospecha, incredulidad
y frustración respecto de las investigaciones judiciales y el comportamiento
del Gobierno. Y en especial frente a la aparición de una siniestra trama de
servicios de inteligencia vinculados con la Justicia y el poder.
La Justicia está hoy en el centro de la arena política. Hace
30 años, cuando la democracia nacía, la Justicia era un simple actor de reparto
en el escenario del poder. En cambio, ahora tiene un rol protagónico y está
bien que así sea. La Justicia se encarga de que se cumplan muchas de las
promesas de la democracia, la igualdad ante la ley, el efectivo goce de los
derechos, la sujeción de la autoridad a los mandatos de la Constitución y de la
ley. Es una suerte de guardián calificado del régimen democrático. No pueden
sustituir a las mayorías, pero sí controlar y limitar sus actos cuando se viola
un derecho. Sin embargo, para poder cumplir estas tareas debe ser creíble
frente a la ciudadanía. La legitimidad de sus decisiones no deriva directamente
de la soberanía popular, sino de la confianza pública en que va a resolver los
asuntos bajo su conocimiento con independencia e imparcialidad, sin presiones
ni injerencias indebidas, sujetándose sólo a la ley.
La tensión que se observa hoy entre el Gobierno y la
Justicia no puede causar sorpresa. El Gobierno concibe una democracia en la que
quien tiene la mayoría de los votos posee el poder absoluto, sin límites ni
posibilidad de crítica o disenso. Estas ideas, claramente autoritarias,
llevaron a que se intentara dominar la rama judicial por diversos caminos. A
través del Consejo de la Magistratura, de la partidización del Ministerio
Público, con la aparición de la línea política oficial llamada Justicia
legítima o con la "democratización" de la Justicia. Al fracasar estos
intentos, aparecen ahora las absurdas acusaciones de "partido
judicial", de "golpismo" o de gobierno de los jueces. Todas
cortinas de humo que esconden la pretensión de gobernar sin límite alguno.
Quedará seguramente para el próximo gobierno asegurar la independencia de los
jueces y restablecer la confianza pública en el funcionamiento eficaz y
transparente de la Justicia.
Con la muerte de Julio Strassera, muchos hemos recordado las
históricas palabras que pronunció al cerrar su acusación, para tenerlas como
faro que alumbre nuestras conductas futuras. Al condenar los hechos que se
juzgaban, y como compromiso hacia adelante, utilizó la memorable frase del
informe de la Conadep y les pidió a los jueces, y a todos nosotros, "Nunca
más". Honrar hoy esa promesa significa para los argentinos aplicarla a
varias cosas. Nunca más a la corrupción de los funcionarios públicos. Nunca más
a los abusos de poder. Nunca más a la violencia y a la intolerancia.