Los síntomas de una profunda degradación
domingo 25 de enero de 2015, 13:05h
Un hombre va al Casino de Montecarlo, gana mucho dinero,
vuelve a su hotel y se suicida. Basándose en esta paradójica anécdota que
Chejov apuntó en sus cuadernos de notas, Ricardo Piglia sostiene en su Tesis
sobre el cuento, que en todo cuento hay dos historias, lo que obliga a
desentrañar la que está oculta para entender ambas.
No sabemos aún la historia que está detrás de la muerte de
Alberto Nisman. Pero debemos conocerla, necesitamos que la pesquisa arroje un
resultado que con contundencia disipe la enorme cantidad de incógnitas que
todos tenemos. Así como es incomprensible que un hombre vaya al casino, haga
saltar la banca y se pegue un tiro, también lo es que un fiscal a punto
defender su trabajo de tantos años aparezca sin vida. Puede ser que haya
diversas hipótesis, pero todas terminan en un hecho criminal.
Más allá de la confusión que sentimos y cualquiera que sea
el resultado de la causa que investiga la muerte de Nisman, hay algunas
certezas que explican la conmoción, el desánimo y la profunda desconfianza de
gran parte de la sociedad. La falta de todo control sobre la actividad de los
servicios de inteligencia es una de ellas; son organismos que parecen actuar
por cuenta propia y con características pseudomafiosas. La cada vez mayor
conciencia del rotundo fracaso del país en la investigación del atentado contra
la AMIA es otra. Luego de 20 años de sucedido, no se ha podido dar una
respuesta y la impunidad sobrevuela como un fantasma.
Tenemos también la certeza de la total falta de
profesionalismo, la chapucería increíble de nuestras fuerzas de seguridad y de
algunos órganos judiciales. Sumemos a esto, la aparición de los motivos que
impulsaron la firma del bochornoso acuerdo con Irán, largamente denunciados por
toda la oposición en el debate parlamentario, que dejan al desnudo la patética
política exterior de la Argentina y provocan estupor. Y una última y grave
certeza: la sociedad ha sentido la ausencia de una adecuada conducción por
parte de las máximas autoridades, que actuaron con desconcierto y confusión,
mostrando su impotencia para enfrentar la situación.
Todas estas circunstancias dan cuenta de la profunda
degradación institucional que sufre nuestra democracia. El corazón de cualquier
democracia republicana reposa en el Estado de Derecho, allí está la sujeción de
los gobernantes a la ley, la división de poderes, la independencia de la
Justicia y, por supuesto, los derechos y libertades ciudadanas.
A 30 años de su recuperación, la democracia argentina exhibe
un muy débil apego a la ley, al conjunto de las reglas de juego básicas que
definen el marco de actuación de los actores democráticos.
Por ello, las elecciones de este año no implican tan sólo el
cambio de una administración por otra, como sería lo normal en cualquier
democracia. Se trata de restaurar las instituciones profundamente dañadas y
emprender un verdadero cambio cultural basado en la decencia, la tolerancia, el
diálogo, el acuerdo y, por sobre todo, el respeto irrestricto a la Constitución
y la ley.
Es posible que esta reconstrucción institucional,
imprescindible para enfrentar un futuro de desarrollo e inclusión, demande al
menos un período constitucional. Ésta es la necesidad más acuciante que tenemos
por delante: sin instituciones, no tendremos seguridad, salud, educación ni
crecimiento económico. Es de esperar que las fuerzas políticas que creen en la
democracia republicana confluyan en la construcción de este edificio común y
entiendan que más allá de ideas progresistas o conservadoras éste es el
objetivo básico por alcanzar.