Francia: ¿Choque de civilizaciones o crisis europea?
viernes 09 de enero de 2015, 15:27h
La masacre en la redacción de Charlie Hebdo es presentada
como un capítulo más de una guerra mundial entre el bien y el mal, la
democracia y la brabarie. Sin embargo, el atentado deja expuesta la crisis de
identidad al interior de la sociedad francesa, así como el efecto boomerang de
la política exterior de Europa contra los países del Medio Oriente.
Casi sin excepción los medios de todo el mundo esparcen la
misma interpretación: el asesinato de
doce personas en la redacción del semanario parisino Charlie Hebdo es un nuevo
capítulo del choque civilizatorio entre Occidente y el Islam, entre la
Democracia y la Barbarie.
Esta interpretación, aunque esquemática, permite que cada
uno se acomode según su gusto ideológico: los hay quienes piden una devolución
guerrera en términos de ojo por ojo, como quienes explican magnánimos que los
grupos extremistas apenas representan una ínfima porción de la comunidad
musulmana.
Ambas opiniones, sin embargo, comparten la misma matriz: se
trataría de un conflicto donde la sociedad francesa, y por extensión la
europea, fue víctima de un ataque externo, de un "otro" barbárico,
incomprensible, ajeno.
¿Es correcto este enfoque? Volvamos sobre la escena del
crimen. Según la información que brinda la misma policía francesa, quien
comandó el ataque fue Chérif Kouachi, un joven de 32 años, nacido y criado en
París. Un ciudadano francés matando a otros ciudadanos franceses. Este dato,
más allá de cualquier otra interpretación, obliga a pensar a la matanza como
parte de un problema al interior de la sociedad francesa. Por la sencilla razón
de que quien perpetró la matanza nació, fue educado y se socializó al interior
de esa sociedad.
Sigamos un poco más con la biografía del supuesto autor de
la matanza: un video que circula por estas horas en la web, producido por el
canal France 3 en el 2005, muestra a Chérif, que en ese entonces tenía 22 años,
como un joven rapero de la periferia parisina. El contexto social de la época
no es para nada aleatorio: ese mismo 2005 quedó surcado como el año de las
grandes revueltas de jóvenes desclasados (ya sea por su origen social, étnico o
religioso) quienes mostraban su inconformidad con el lugar que Francia reservaba
para ellos. En el día más álgido de los disturbios 1.295 automóviles ardieron
en el cinturón citadino de París. Probablemente, Chérif, que por entonces no
tenía el extremismo islámico como brújula sino la música ni siquiera haya
participado de esas protestas, aunque probablemente su entorno familiar y de
amistades no estuvo ajeno a ellas. Como sea, la respuesta del Estado no fue
tolerante ni democrática: en medio de la convulsión callejera el por entonces
ministro de Interior, Nicolás Sarkozy, los catalogó públicamente "escoria".
Según consignan los propios medios franceses, tres años
después, en el 2008, Chérif inició sus contactos con células terroristas
activas en Irak y Siria, que buscaban reclutar jóvenes del Primer Mundo para
combatir en Medio Oriente.
Como reconoció el sociólogo francés Alain Tourine en una
entrevista en radio Nacional Rock este jueves, más de mil jóvenes franceses
pasaron a enrolar las filas yihadistas en los últimos tiempos. Una cifra de
esta envergadura elimina cualquier argumento de "locos sueltos", o casos de
patología individual asesina: algo anda mal en la sociedad francesa, por la
cual cientos y cientos de jóvenes nacidos y criados allí abandonan la tierra de
la "libertad" y la "democracia" para adentrarse en las entrañas del monstruo
pre moderno coránico. ¿Será que no todos pueden disfrutar de la misma libertad?
¿Será que no todos son iguales en la Francia actual de la austeridad económica
y la xenofobia racial y religiosa?
Para mirarlo de la manera más microsociológica posible: algo
no está bien entre los vecinos de París que resuelven sus diferencias
religiosas y culturales mediante el uso de Kalishnikov. Porque, aunque parezca
extraño, el exquisito caricaturista Stephane Charbonnier y el ex rapero
convertido al fanatismo islámico Chérif Kouachi, vivían en la misma ciudad.
Claro, resulta más tranquilizador responder que se trata de
una "contaminación" externa. Sin embargo, todo apunta al corazón de las
sociedades europeas, por más que en estas horas sus líderes políticos insistan
en arrojar el problema fuera de su cancha.
Las agencias internacionales de noticias consignan a los
hermanos que comandaron el ataque a Charlie Hebdo como de nacionalidad
"franco-argelino" aunque, como marcamos antes, se trata de dos ciudadanos
francés, a secas, nacidos y criados en el país galo. Podría pensarse como una
discriminación particular, entendible ante la conmoción de la matanza, pero no.
En Francia, como en otros países europeos, tener la ciudadanía legal no implica
tener la ciudadanía cultural, identitaria. En general, este último título es
reservado para los franceses "puros", aquellos que pueden ostentar largas
genealogías en la tierra del vino y los quesos, excluyendo quirúrgicamente a
quienes llegaron en las oleadas migratorias del siglo XX que, dicho sea de
paso, están directamente vinculadas con el pasado colonialista de Francia
Que se trata de un conflicto nacional -aunque con obvias y
notorias conexiones con dinámicas internacionales, entre ellas el llamado
"terrorismo internacional"- lo demuestra la reacción de la propia clase
política, inmediatamente después del crimen.
Marine Le Pen, líder del ultraderechista Frente Nacional, el
mismo día del atentado, salió a pedir un referéndum para establecer la pena de
muerte. En su país. Se podría decirse lo mismo que se dice de los fanáticos
religiosos respecto del Islam: es una pequeña minoría que no representa el
sentir del conjunto de los franceses. Ya no. Marine Le Pen ganó las elecciones
europeas de mayo pasado, y hoy, según todas las encuestas, ganaría las elecciones generales para elegir gobierno.
El brutal asesinato a los periodistas de la revista satírica
debería invitar a una sociedad democrática y con diversidad de opiniones a
preguntarse cómo llegó hasta este punto. En vez de acentuar la "otredad"
simplona descargando las culpas sobre una vaporosa "barbarie", ensayar un curso
acelerado de introspección sobre la propia "civilización". Claro, no es
sencillo: Francia tiene una larga tradición en realizar una operación político
ideológica por la cual convierte en un conflicto "externo", lo que en verdad
está ardiendo sin solución dentro suyo. Cuidado: no se trata de decir que los
franceses son igual de bárbaros que los musulmanes. Se trata de entender que
existe un problema social, político, económico y, en último término, religioso
al interior de las sociedades europeas, y no fuera de ellas, en algún "oscuro
rincón del mundo". El problema está en Europa.
Ese problema puede resumirse en el histórico problema
"nacional", por el cual sociedades como la francesa construyen una identidad
excluyente, refractaria a incorporar de manera plena a nuevos contingentes
poblacionales, manteniendo así una separación y segregación cultural y social
impropia de un país que se ve a sí mismo como plural y democrático. La
existencia de esa deriva nacional excluyente puede fácilmente corroborarse en el
comportamiento electoral reciente de franceses, ingleses o alemanes, que en un
contexto de crisis económica como el actual terminan volcándose por opción de
extrema derecha, como el caso del Frente Nacional, o el UKIP en el caso de Gran
Bretaña. E
Finalmente, también hay una "conexión" externa, si se
comprueban los lazos con grupos terroristas de Medio Oriente de los jóvenes
franceses que realizaron la masacre. Pero esa conexión con el terrorismo
internacional no queda tampoco ajena a decisiones políticas tomadas por los
gobiernos del Primer Mundo. Desde la primavera árabe de 2011, hubo una
destrucción sistemática de los estados en el norte de África y la península
arábiga. Libia, Irak y Siria son territorios caotizados, donde ISIS siembra el
terror y realiza propaganda viral en Internet para que nuevos contingentes de
jóvenes europeos se sumen a sus filas. En el caso de Libia, la participación
francesa en el derrocamiento de Kadafi fue directa e inocultable. El gobierno
de Kadafi no fue remplazado por una democracia ejemplar, sino por la
destrucción del país, a partir del cual creció la influencia del islamismo
extremista que, de modos brutales, impone un orden donde los europeos dejaron
caos.
Lo que pasó en las oficinas de Charlie Hebdo no fue un
ataque "externo", sino un hecho brutal, asesino y extremista que,
lamentablemente, también refleja a parte de la sociedad europea. Una sociedad
donde, desde ya, también existen valores y fuerzas democráticas y libertarias.
Ojalá, por el bien de Europa y del mundo, ganen los segundos.