lunes 29 de diciembre de 2014, 13:50h
Yo llamo individualista al que con mayor frecuencia se
aparta del rebaño. Saludo como individualista a cualquiera que en una época
religiosa se muestra impío, en un ambiente ortodoxo se manifiesta herético, en
un periodo de civismo sabe reír de la ciudad o maldecir los crímenes de la
patria.
Han Ryner
Siempre me acongojaron los cumpleaños de quince, las bodas,
las comuniones. Odio a los empleados públicos y las maestrías internacionales.
Odio - no desapego, no desamor, no desencanto - las despedidas de soltero, las
fiestas navideñas, las recetas de cocina, la beatería laica o religiosa, el mal
gusto, los lugares comunes, la sonrisa de los políticos y los homenajes. Los
póstumos y los otros.
Nunca compartí secretos, nunca conté una aventura del lecho
o del alma. Un secreto entre dos no es un secreto, decía mi padre. Sé que nada
es impune. Sé también que nuestros antepasados históricos están honrados por
latrocinios, estupros, mistificaciones, oprobios y rezos. Crueldad, sadismo,
perversión, malignidad. La falsa conciencia se elabora a través de
adoctrinamientos en las propias estructuras deshumanizadas. Vemos aliados y
enemigos, cómplices y gestos de una cultura de fachada. Teatralidad, mutaciones
y mutilaciones. La perversión idiomática posee sus figurones, sus parnasos, sus
carraspeos hipócritas, sus pactos. Vocaciones admonitorias nos hablan de
revolucionarios, de víctimas, de vigorosas hazañas. Un maccarthismo de
izquierda. Debo enfatizar: generaciones traicionadas. Cada uno es un precursor
del doble discurso. Degradación, agotamiento; un engranaje de engaño y fraude.
Una vez más: escarapelas melancólicas y teorías reivindicativas.
Confieso mi perplejidad ante las masas imbéciles y ante el
individuo imbécil. Asco, aburrimiento, mal humor. Creo en el poema, en la
búsqueda estética y ética de cada línea, de cada silencio. La creación tiene
sus raíces en la fugacidad del amor, en el compromiso y entrega por el otro, en
el misterio que inaugura el enigma. Se une talento y disciplina, se advierte la
palabra como acto, la obra provista de humanidad nos eleva. Sólo a partir de la
creación el hombre se pone de pie, se siente libre. Cambia la mirada, cambia el
tono de voz, la manera de caminar. La belleza nos ilumina, convoca lo íntimo y
lo insurgente, la pasión, la evaluación del alma.
Jamás he sentido simpatía alguna por la épica de los
caudillos. Ni líderes ni santos. Ni revolucionarios o héroes. Ni víctimas ni
verdugos, una vez más. Descreo de los hombres providenciales, de las
conmemoraciones, del idilio entre el pueblo y su líder, de las manifestaciones
con bombos y redoblantes, del populismo hegemónico al compás de cumbias y latas
de cerveza. De lo pintoresco y de lo anecdótico. De lo folklórico, de los
mausoleos, de lo grosero, de lo demagógico.
Los modelos son siempre autoritarios y verticales, con
alambradas visibles o no. Corrupción, aquelarre sanguinario en nombre de la
nación o el internacionalismo, combatiendo la explotación y la injusticia
social. Triste, lamentable. Con muertes, persecuciones, cárceles. Infamia y
chovinismo en la voz del supremo. Ocultamiento y mito.
La historia es una gran enciclopedia de despojos, de codicia
y ferocidad. Se diezman pueblos, se exterminan conciencias. Ya casi no se tiene
necesidad de prohibir libros ni obras ni voces. Muy pocos leen, muy pocos
entienden, muy pocos sienten. Recordemos - por favor recordemos - que los
dogmas libertarios son tan despóticos como cualquier otro. Problemas de
latitudes, veneración o estadísticas. Me importa poco.
Soy enemigo de los nacionalismos. Generaron guerras,
carnicerías, banderas y torpezas sin límites. Es lo más parecido a la religión,
al atraso del pensamiento y de la libertad. De eso estamos hablando:
compromiso, belleza, dignidad, armonía, solidaridad. El vuelo del pájaro y lo
vital del cielo.
Odio los matrimonios, los registros civiles, las promesas de
felicidad. Odio los discursos apodícticos y los otros, las bienaventuranzas,
las palmadas en la espalda, los teléfonos celulares. Odio que me hablen de
enfermedades, del mal de ojo, de los sueños y del horóscopo, de los juegos de
mesa, de los motores de los automóviles. Odio las máscaras cotidianas, a los
que comulgan, a los neuróticos y a las histéricas. Odio las medallas de
reconocimiento y las placas ilustres, los aplausos y las proclamas redentoras.
Odio los héroes emblemáticos y los retratos de los virreyes. A los
imperialistas tanto como a los alcahuetes. A los alcahuetes tanto como a los
señores formales. A los señores formales como a obispos, generales, empresarios
y jueces. A los académicos y a los poetas con barbijo. A los profesionales, a
los estudiantes de marketing, a los agentes de bolsa. Y a las convicciones
victorianas.
El poema introduce inconformidad y rebeldía. Resiste la
adversidad, lucha contra lo intolerable, contra el desprecio y el desasosiego,
contra lo execrable del ser humano. Y puebla nuestras utopías, nuestros
recuerdos, nuestro compromiso con los afectos, con los desheredados. Es una
experiencia emocionante y aleccionadora. El poema derrumba templos, proclamas,
instituciones, contubernios. El resto nos ahoga, nos domestica, nos hace
mediocres, cobardes. En el poema aceptamos la vida íntima, el instante que
vibra entre el espacio y el tiempo. Pero también es conexión con lo social, con
lo imaginario, con lo sensible: una educación del sentimiento y una búsqueda
con el otro, una resonancia del estallido más intenso. La lectura del cuerpo,
lo escuchado por nuestros mayores; la metamorfosis de la pureza y lo absoluto.
Amo a los vagabundos, a los amantes, a los perros callejeros,
a los nadadores, a las burguesas, a las banderas rojas. A los que despiertan
mirando las estrellas, a las viejas fotografías, a los insumisos, a los actores
tanto como a los escultores, a los plásticos como a los poetas, a los artesanos
y a los volatineros, a los que necesitan suicidarse en una plaza otoñal. Amo lo
irracional y lo racional, lo mágico y lo científico, lo absurdo y el misterio
del más allá, los senos de una adolescente y los muslos de su madre, las calles
de los barrios y las montañas nevadas, los cafés de las grandes ciudades y las
huelgas insurrectas. Amo los mitos griegos, las leyendas de los celtas, las
canciones infantiles, los viejos puertos con sus muelles y el lamento de los
buques. Los repiques furiosos de las campanas y las sirenas de las fábricas.
Amo las pizarras de las escuelas y los muros de las iglesias románicas, los
tableros de ajedrez y los guantes de box, los museos del mundo y los platos
humildes, los hoteles perdidos entre lágrimas y confesiones. Amo cDEFANGED_Onmoverme
ante la puesta de sol en la orilla del mar y el viento del bosque. Amo una copa
de vino y el agua fresca del manantial. El tedio es humillante.
Carlos Penelas