jueves 27 de noviembre de 2014, 13:18h
Mariano Rajoy echa de menos a Rubalcaba. Con el anterior
secretario general del PSOE, estaba más cómodo. Más relajado. Después de tantos
años de carrera política en paralelo -en puridad, toda una vida- se conocían y
funcionaban como cordiales antagonistas a la manera de algunas de las grandes
parejas de Hollywood tipo Walter Matthau y Jack Lemmon o en el cine de casa
Alfredo Landa y José Sacristán. Tras más de treinta años viviendo de y para la
política, se entendían divinamente. Cada uno en su papel, pero llevándose bien.
Hoy por ti, mañana por mí.
Eran previsibles en sus broncas parlamentarias porque uno y
otro sabían lo importante que es estar en la parta alta del cartel que anuncia
la película. En algún sentido, la marcha de Rubalcaba dejó descolocado a Rajoy.
De Rubalcaba lo sabía todo -lo último, lo del Faisán- y de Pedro Sánchez no
sabe nada. Por eso al nuevo le ataca por las cosas que dice mientras que al
otro le recordaba las cosas que había hecho. A Rajoy, de Sánchez, le descoloca
casi todo. Empezando por la diferencia de edad, circunstancia que en ocasiones
le ha llevado a emplear un registro paternalista que delata un aire de
condescendencia que se parece mucho a la soberbia. Gran pecado en los tiempos
que corren.
Con Rubalcaba casi todo estaba en su sitio. Los miércoles,
en la sesión de control, uno y otro preparaban las intervenciones pensando en
el titular que se transformaría en un "corte" en el telediario. La
cosa no pasaba de ahí. Por la tarde, en los debates del Congreso, grandes
palabras y hasta voces y réplicas destempladas pero, por la noche, secreteo
telefónico o cita en La Moncloa, para seguir repartiéndose el papel y el pastel
del poder. Uno al frente del Gobierno y el otro en la oposición, pero los dos
con despachos y coches oficiales.
Cuando se fue Rubalcaba, los medios afines al Partido
Popular -los mismos que llevaban décadas breándole- dijeron que era "un
hombre de Estado". En ésa figura que unas veces remite al significado
más noble de la palabra
"patriota" y otras se queda en la opinión que al respecto tenía el
doctor Samuel Johnson, es dónde está anclada la nostalgia de Rajoy.
De Pedro Sánchez, Rajoy sólo sabe lo que cuentan los
periódicos pero no conoce a su antagonista. Ni su personalidad ni el calado de sus convicciones. Por eso le
ha pillado de sorpresa que Sánchez le haya enmendado la plana a Zapatero por
haber embutido el déficit cero en la Constitución o cuando dio la orden a sus
eurodiputados de no votar a Juncker en Estrasburgo.
En el PP se consuelan pensado y diciendo que Sánchez actúa
mirando de reojo lo que proclama Pablo Iglesias en Podemos pero, en el fondo,
están desconcertados. Por eso Rajoy no disimula su añoranza de cuando Rubalcaba
era el jefe de la oposición. Alfredo era "previsible", la palabra
fetiche de Mariano. Por eso le echa de menos. Sánchez le descoloca. Hasta hace
poco le pasaba lo mismo con Rosa Díez, pero desde que las encuestas dicen lo
que dicen y el sueño de pactar con Convergencia se torna imposible parece que
mira con otros ojos a la a jefa de UPy D. Con el paso del tiempo puede que
también cambie de opinión y de talante al respecto del ciudadano Pedro Sánchez.