miércoles 29 de octubre de 2014, 23:17h
Es curioso cómo algunos números disparan recuerdos, a pesar
de los años.
En este caso despertó en la memoria de quien esto escribe
sus tiempos adolescentes de formación política temprana, en veladas
interminables a fines de la década de los años sesenta del siglo pasado,
analizando y discutiendo en las reuniones de "formación política" del
viejo MURA -precursor en Santa Fe de la Franja Morada- los "hitos"
más importantes de la historia nacional.
La militancia en la Universidad del Litoral, fundada por
Yrigoyen en el corazón de la "Pampa Gringa" era un espacio cercano la
herencia cultural del Grito de Alcorta, la Reforma Universitaria, el pluralismo
democrático, las antípodas -en síntesis- tanto de la "Noche de los
bastones largos" de la dictadura de Onganía como de los llamados
insurreccionales de la "Tricontinental" y los grupos guerrilleros que
empezaban a formarse en el país.
Se trataba de hitos paradigmáticos, cuya comprensión era
necesaria para entender la esencia de las fuerzas en pugna, los procesos que
hicieron la Nación, las pasiones despertadas y las injusticias cometidas por
unos y otros, sin duda creyendo que hacían lo mejor.
La revolución de la que nació el país, la década de
"Revolución y Guerra" y las campañas libertadoras, la disolución del Estado
Nacional en 1820, la restauración conservadora, la rebelión de Lavalle, el
fusilamiento de Dorrego, el terror reaccionario del rosismo, el Pronunciamiento
de Urquiza, la Constitución, Pavón, la guerra del Paraguay, la gran
inmigración, la generación del 80, la Revolución del 90, se encontraban entre
estos hitos. Y en esa sucesión, las primeras luchas obreras provocando la
histérica pero comprensible reacción de una sociedad asustada de tantas caras
nuevas y lenguas inentendibles que irrumpían con demandas insólitas la siesta
provinciana de la Gran Aldea, la Buenos Aires de cambio de siglo XIX al XX.
La ley 4144 fue uno de esos hitos. Presentada por un prócer,
como lo era ya en esa época Miguel Cané, respondía a una iniciativa del Poder
Ejecutivo respondiendo a ese temor popular ante "lo extranjero" que,
mirado desde hoy, fuera el gran aporte dinamizador que sellaría la identidad de
la Argentina moderna. Como Senador oficialista, el autor de
"Juvenilia" confiaba que el gobierno al que pertenecía aplicaría la
norma con prudencia y sentido común. No previó tal vez que su vigencia se
extendería a más de medio siglo, hasta que fuera derogada durante la presidencia
de Arturo Frondizi, recién en 1958.
En el interín, fue utilizada desde los gobiernos del
"Régimen" para expulsar del país a dirigentes obreros hasta por
Perón, para disponer la de pequeños comerciantes españoles aplicándoles la
figura del "agio y la especulación". Nunca fue utilizada por
gobiernos radicales.
Como ocurre con las reacciones viscerales, contenía un alto
componente de injusticia. Así lo son todas las generalizaciones que incluyen a
seres humanos, que por definición son "únicos e irrepetibles" como lo
dijera hace pocas décadas Juan Pablo II. También significaba un retroceso ante
la progresista obra legislativa de la Generación del 80, que a pesar de
contener un colorido tan amplio como que incluía a Roca y Pellegrini, a Sáenz
Peña y a Cané, a Alem, Bernardo de Irigoyen y Aristóbulo del Valle, coincidía
en la visión de un país creciendo sobre las bases sólidas del estado de
derecho, la vigencia constitucional, la apertura al mundo, la libertad cada vez
más ampliada y la inclusión política y social, que algunos imaginaban
progresiva -como Pellegrini o Sáenz Peña- y otros urgente -como Alem, Alvear,
Yrigoyen, de la Torre y el joven Juan B. Justo-.
La ley 4144, que durante medio siglo colgara como espada de
Damocles contra todos los extranjeros, constaba de apenas cuatro artículos y
uno de forma. Permitía al Poder Ejecutivo "ordenar la salida del
territorio de la Nación a todo extranjero que haya sido condenado o sea
perseguido por los tribunales extranjeros por crímenes o delitos comunes"
así como "ordenar la salida de todo extranjero cuya conducta comprometa la
seguridad nacional o perturbe el orden público", amplia definición dentro de la
cual cabía cualquier interpretación discrecional.
Cincuenta y seis años después de su derogación -triunfo de décadas
de reclamos y luchas de dirigentes populares, radicales, socialistas,
comunistas del viejo PC y militantes obreros- la expulsión de extranjeros
volverá al derecho argentino.
La sociedad está hoy tan alterada como en 1902. La violencia
necesita "chivos emisarios" y los extranjeros siempre están a mano. Por eso
comprendemos a quienes tienen hoy la misma reacción visceral que hace más de un
siglo. Por nuestra parte, seguimos pensando que todos los hombres son iguales
en derechos y diferentes en su identidad, seres "únicos e irrepetibles" cuya
pertenencia a un colectivo artificial no debería establecer diferencias a la
hora de requerir el cumplimiento de sus obligaciones ni de disfrutar sus
derechos humanos elementales. Entre otros, el de "entrar, permanecer, transitar
y salir del territorio argentino".
Es justo destacar que ahora será una facultad judicial.
Aunque en estos tiempos, la diferencia pueda no significar tanto.
Ricardo Lafferriere