jueves 16 de octubre de 2014, 13:42h
Esto es la locura. A esa consulta informal, remedo de
referéndum, encuesta callejera o como quiera el molt honorable Artur Mas que se
llame eso que ha organizado para el próximo 9 de noviembre, o sea, para ya
mismo, es a lo que me refiero. Por supuesto, estoy en contra del proceso secesionista
en Cataluña y figuro entre los que, con entusiasmo, se adhieren a que algo hay
que hacer con urgencia para que los catalanes, todos los catalanes, acepten con
al menos algo de satisfacción seguir donde siempre, desde que el territorio
nacional es territorio nacional, estuvieron: con el resto de los españoles.
Pero, una vez hecha esta 'declaración de afectos', tengo que decir, como mirón
profesional de la cosa política que soy, que jamás, en cuarenta y dos años de
ejercicio profesional, había visto tal desbarajuste, tal ceremonia de la
confusión dirigida contra el ciudadano, con el único y solo objetivo de que un
gobernante salve la cara y saque del cenagal la pata que ha metido muy, pero
que muy hasta el fondo.
No me extraña que hasta los pegajosos 'socios' de Esquerra
estén, ya ni siquiera de forma tácita, hartos de los enredos de Artur Mas,
enredos que, en primer lugar, le afectan a él mismo, que se ha hecho, por
emplear términos rajonianos, 'un lío'. Menos aún me extraña que el todavía
coligado Josep Antoni Duran i Lleida esté buscando terreno hacia el que dar el
salto, lejos de su viejo pacto con Convergencia. Ni me extraña tampoco que en
la propia Convergencia se adviertan síntomas de grave desconcierto: es que se
ha perdido el norte. Peor: se ha perdido la brújula y el timón da vueltas como
loco. La última ocurrencia ha sido que la 'consulta' -adoptemos este
nombre-pueda desarrollarse a lo largo de quince días. Sin censo fiable. Sin
locales adecuados. Sin vigilancia alguna. Sin garantías. Eso no sirve ni como
trabajo demoscópico, y no lo tome usted, amable lector, como desdén a la
iniciativa política de un presidente de la Generalitat que ya no merece serlo:
esto es una crítica política procedente de alguien que, como quien suscribe, ha
sido testigo de muchos dislates, pero ninguno, nunca, de la dimensión del que
nos ocupa.
Me atreveré a hacer algunas predicciones: lo del día 9 va a
ser de aurora boreal por varias razones. Primero, supongo que la propia
Esquerra, que es una catástrofe ambulante, pero no tonta, se desmarcará
prudentemente -perdón por la contradicción intrínseca-de la iniciativa de Mas,
consciente de que el molt honorable, al que, a este paso, le queda poco para
ser ex, lo único que pretende es salvarse del incendio que él mismo ha provocado.
Segundo, la 'marca Cataluña' va a quedar como resulta imaginable, especialmente
después de que el president Mas se comprometiese, por carta, ante todos los
primeros ministros de Europa a realizar una consulta que va a derivar en una
charlotada: eso quiere decir que las exportaciones catalanas podrían
experimentar un serio retroceso, y lo mismo la llegada de turistas. Tercero,
este paso de Mas ha dado un protagonismo, sin duda indeseado por el propio
president, al PSC, que se convierte en el árbitro de la permanencia o no de CiU
en el Govern. Cuarto, el proceso independentista -y no puedo decir que lo
sienta-experimenta un retroceso de años: el riesgo ahora es que Mas cometa un
nuevo error, lo que no sería extraño, y se precipite a anticipar unas elecciones
que ganaría, es de temer, ERC, que es, por cierto, la gran culpable de todas
las desgracias acaecidas a Cataluña desde los años treinta del siglo pasado.
Porque solamente hay una locura mayor que la que viene
mostrando Artur Mas desde hace un par de años: la de los talibanes de una
Esquerra que busca la rebelión, la declaración unilateral de independencia. Y a
veces hasta pienso que también parece buscar la catástrofe que a eso seguiría,
y prefiero no invocar precedentes históricos que me ponen los pelos de punta.
Ignoro si, ante este panorama insertable de lleno en el
surrealismo, que sucede a otros pasajes surrealistas, aunque no tanto,
protagonizados por Maragall y Montilla en sus tiempos, el inquilino de La
Moncloa se estará frotando las manos o tirándose de los pelos, por los peligros
que presenta toda situación en la que el piloto de la nave ha perdido por
completo el control. Y ese, exactamente ese, es el caso. Que alguien pueda aún
no verlo así y justificar lo injustificable, es decir, apostar por la puesta en
escena de la charlotada de Mas, es, quizá, lo que me aterra en mayor medida.
Pero ¿es que esto no tiene remedio? Yo todavía quiero creer que, tras las
bambalinas, alguien esté hablando -negociando-con alguien. Pero el día 9 se
acerca y el funambulista de la plaza Sant Jaume cada día da saltos más raros en
el trapecio.