Virtudes cardinales, atrapadas en la Red
viernes 10 de octubre de 2014, 16:12h
Estamos en una era de dislates, tiempos en los que la vida
de un perro parece valer más que la de un ser humano, sobre todo si es
africano. O en los que nada menos que un consejero de Sanidad puede insultar
públicamente a una mujer moribunda que ha tenido un comportamiento profesional
casi heroico. Pero el dislate es colectivo: comentaristas, médicos incluidos,
que nada saben de la enfermedad de la que hablan, y menos aún de los protocolos
para prevenirla, disertan sin fin acerca de lo que hay que hacer y lo que no,
repartiendo premios y culpas a discreción o, mejor, a indiscreción.
Y luego están las redes sociales. No hay cosa peor que caer
en las redes de las redes. Que se lo digan a Ana Mato, una ministra que no
debería haberlo sido desde el comienzo, pero cuya dimisión, aquí y ahora, en
pleno lío de cómo hay que ponerse y quitarse el traje anti-ébola, no hará sino
aumentar el caos: quizá por eso, mezclado con un rapto de pánico, no compareció
ante los informadores tras el Consejo de Ministros de este viernes. No importa:
será fusilada al amanecer en cualquier caso, por no dar la cara, como lo
hubiese sido dándola. Que para eso están los tuiteros y los facebookeros.
Soy comunicador, y por ello me preocupa especialmente el uso
que algunos, muchos más de lo que sería conveniente, hacen de los 140
caracteres a su disposición, que, en sus manos, se convierten en otros tantos
balines contra el honor de las personas, contra el sentido común y, a veces,
hasta contra la decencia.
Hay que recuperar urgentemente las tres cosas, honor,
sentido común y decencia. Y prudencia, justicia, fortaleza y templaza, virtudes
cardinales tan ausentes en este cuarto de hora por estos parajes que
frecuentamos. Y es que el verdadero dislate son las propias redes sociales, esa
maravillosa autopista de la comunicación, y algunos funcionarios a los que les
importa más la gracieta que puedan hacer en unas declaraciones que el bienestar
de una mujer que puede presumir de su hoja de servicios sin duda mucho más que
el señor consejero de Sanidad de una Comunidad autónoma y que, misteriosamente,
aún no ha sido cesado cuando este comentario acaba de escribirse.