Fondos buitres: Cuando el mundo cambia
miércoles 10 de septiembre de 2014, 21:54h
La histórica votación de la ONU refleja, como hace medio
siglo cuando se votó la resolución que puso fin al colonialismo, un mundo que
está cambiando. La votación es poderosa porque da cuenta del auge de nuevos
polos (China, Rusia, América latina) y una crisis al interior de los
tradicionales (Europa votó dividida, Estados Unidos perdió su poder de
seducción). Lo que arrancó en el 2003, con un Kirchner solitario diciendo que
"los muertos no pagan", se cierra con Cristina diciendo lo mismo, en el mismo
lugar, pero apoyada por otros 132 países.
Los débiles necesitan asociarse con otros para conseguir
cosas. Solos, lo único que logran es reforzar su situación de debilidad. Esa
ley de la vida también funciona para explicar la relación entre los países. La
hegemonía solitaria que Estados Unidos ostentó durante los últimos 25 años es
un ejemplo de ese comportamiento, como también la gran coalición multilateral
que, en los últimos tiempos, intenta reemplazarla. Unos y otros,
necesariamente, funcionan con lógicas distintas. Esa gran coalición
internacional se anotó ayer un punto muy importante en la Asamblea General de
la ONU.
124 países de los cinco continentes lograron, por primera
vez en la historia de la ONU, que la Asamblea discuta una normativa sobre las
reestructuraciones de deuda soberana. Hasta el día de ayer ese tema era de
exclusiva competencia de los agentes privados y los organismos financieros
internacionales, y por supuesto los propios estados involucrados. Ayer, los
"mercados" perdieron una batalla internacional frente a las soberanías
nacionales. Y lo hicieron, además, frente a los países menos poderosos del
mundo, que tuvieron que amucharse de a decenas para torcer la costumbre.
La pregunta no deja de tener sentido: ¿sirve la ONU? Podría
pensarse que la Asamblea General, órgano permanente donde están representados
los países y todos valen un voto, es un
lugar donde declaraciones en favor de la humanidad y las buenas intenciones es
moneda corriente, que lo que se disponga en esos salones difícilmente pueda con
el avance del capitalismo financiero, animal que no suele detenerse frente a
sensiblerías políticas. Sí y no.
A diferencia de una campaña de UNICEF, la declaración del
día de ayer, donde se estipula que antes de fin de año Naciones Unidas tendrá
una propuesta de marco regulatorio para reestructurar deudas soberanas, fue una
larga aspiración de muchos países y cumbres de Presidentes de los últimos años.
El impulso diplomático argentino y, tanto como eso, el temor de otros países de
verse en la misma situación de chantaje judicial que hoy vive la Argentina con
los fondos buitres, funcionaron como aceleradores.
Habría que anotar otra razón: la situación de prolongación
de la crisis europea, y dentro de ella la crisis de deuda de algunos de sus
países, quebró la solidez del frente "primermundista". Italia, España y
Francia, no votaron junto a Estados Unidos, Gran Bretaña y Alemania. A
diferencia de estos últimos que lo hicieron en contra (la representante de
Estados Unidos fue la primera en dar un discurso contra la resolución, sin
medias tintas, diciendo que su aprobación era una mala señal para los
mercados), los primeros se abstuvieron, discretamente. La abstención reunió 41
votos. Casi todos se explican por la posición europea. Salvo Inglaterra y
Alemania -las únicas economías que todavía tienen algo para festejar en el
Viejo Continente- el resto de Europa usó el "abstain" como forma de señalar que
la deuda y el descontrol del sistema financiero está lejos de ser un problema
de los países pobres.
Es otra "ley" del mundo: los cambios se abren paso cuando
los que mandan están en crisis y, por lo tanto, les cuesta imponer su discurso
a los demás, aún a sus socios cercanos.
Pero todavía queda picando la pregunta sobre la utilidad
ONU. Si bien, luego de esta votación, falta que se apruebe un mecanismo
concreto de regulación, el estado de opinión del mundo puede que sea ya irreversible.
El 14 de diciembre de 1960, la Asamblea General de la ONU
aprobó la declaración 1514, que pasaría a la historia como la "Declaración
sobre la concesión de la independencia a los países y pueblos coloniales".
Desde el fin de la segunda guerra mundial había comenzado una oleada de
rebeliones coloniales en distintas partes del mundo. A partir de la resolución,
que estipulaba la "necesidad de poner fin rápida e incondicionalmente al
colonialismo en todas sus formas y manifestaciones", prácticamente todo el continente africano y
buena parte del sudeste asiático, lograron su independencia de las potencias
europeas, en pocos años. Se trataba de algo impensable unos años antes, como lo
atestiguan las encarnizadas defensas militares, apelando incluso a técnicas de
terrorismo de estado, que las potencias europeas llevaron a cabo en sus
colonias. No es que el papel firmado en una sala de Nueva York haya derretido
mágicamente el poder de las "fuerzas especiales" francesas en Argelia, sino que
esa votación puso de manifiesto que había un conjunto de luchas anticoloniales,
simultáneas, algunas de las cuales, como la independencia de la India, ya
habían triunfado.
Algo similar ocurre ahora: la votación de la ONU no fue una
ocurrencia de un bienpensante. Ni siquiera estuvo ligada a luchas "globales"
como el impuesto a la tasa Tobin para las transacciones financieras o el
"Jubileo de la deuda" que de tanto en tanto impulsa la Iglesia. No, se trató de
una acumulación política (y económica) de una parte del mundo que ya lleva más
de una década. El ascenso de China, la resurrección de Rusia, la integración
latinoamericana, son procesos diferentes pero que comparten una dirección, como
lo demostró la última reunión de los BRICS. Ese mundo ya existía y tenía cada
año un lugar más importante como motor económico del mundo, como red de
intercambio comercial, como alianza geopolítica. La votación de la ONU expresó,
en forma de legislación internacional, ese nuevo escenario.
El último tramo del gobierno de Cristina muestra, así, un
posicionamiento internacional de la Argentina claro, entendible, lógico. Néstor
Kirchner, en la Asamblea General de 2003, dijo que "los muertos no pagan". En
pocos días, Cristina podrá sostener ese mismo argumento en ese mismo lugar,
pero ya no en soledad, sino legitimada con la voz y el voto de otros 132
países. El éxito estuvo, como siempre en la política, en saber construir poder.