Argentina, desendeudamiento y después
martes 24 de junio de 2014, 09:08h
Mucho se ha hablado de la deuda por estos días. Sin embargo,
confusa o directamente falaz resulta gran parte de lo que se comenta. En ese
marco, lo que no puede negarse es que el desempeño del kirchnerismo en materia
de deuda externa ha sido en beneficio de la Argentina y de las futuras
generaciones, incluidos los gobiernos que lo sucedan.
La deuda pública bruta equivalía cuando Néstor Kirchner
asumió al 166% de nuestro PBI; esa misma medición da hoy 40%. De ese total, en
2003, más del 95% correspondía a deuda con privados y organismos
multilaterales. Hoy, en cambio, la deuda neta es de sólo el 16% en relación a
nuestro PBI. Y, si miramos -lo más importante- la deuda con privados, esta
significa apenas el 10% del producto.
Estos ratios de deuda no sólo son de los más bajos para la
Argentina en términos históricos desde que comenzó la trágica historia de la
deuda externa, sino que son de los más bajos a escala internacional. La
economía argentina ha consolidado en los últimos once años un elevado grado de
solvencia, de la mano de la férrea política de desendeudamiento, en la
inteligencia de que esa carga había significado un importante limitante para el
crecimiento, el desarrollo productivo de
la Nación y la generación de empleo.
La solvencia tiene que ver con el perfil de la deuda. Y, si
bien se busca crear confusión o restar importancia al significativo esfuerzo
realizado por el país para normalizar su situación financiera y alivianar la
carga de la deuda, lo cierto es que la asfixia de la deuda está dada por
aquella parte de la misma nominada en moneda extranjera, que ha significado
cuantiosas transferencias de riqueza generada en el país hacia el exterior,
debilitando nuestro circuito productivo.
En este sentido, en nada se parecen los esfuerzos de una
economía para saldar una deuda en pesos, intra-sector público (pesos que
circulan dentro de nuestra propia economía y que nuestra economía produce) con
aquellos que deben hacerse ára saldar una deuda en divisas que sólo se generan
a partir de nuestro comercio exterior; divisas que, por otra parte, son
necesarias para financiar el crecimiento y la industrialización, atendiendo la
demanda de importaciones.
En otros periodos de nuestra historia, por caso, las divisas
fueron obtenidas mediante mayor endeudamiento, pagando deuda con más deuda en
condiciones siempre desfavorables y sujetos -aquellos créditos- a
condicionalidades de política económica que significaron otra vía de
cercenamiento de las posibilidades de crecimiento de la economía.
Para despejar la cuestión, cuando miramos la evolución de la
deuda externa no ya en términos relativos, en relación a nuestro PBI -que es
como debe mirarse, porque ello da la medida de la solvencia, de la capacidad de
pago del país- sino en términos absolutos, vemos también la drástica reducción
de la deuda externa pública, que pasó, gracias a la exitosa política de
desendeudamiento, de cerca de 120 mil millones de dólares, en 2003, a menos de
60 mil millones en el presente.
Eso incluye, por supuesto la histórica reestructuración con
quita del 70%. A propósito de esto, hace
unos días, The New York Times sostenía en su editorial: "Es difícil reunir
mucha simpatía por Argentina, que optó por enfundarse en un plan de
reestructuración brutal años después del default, cuando razonablemente podría
haber sido más generosa".
Sin embargo, la generosidad que la Argentina no tuvo con el
capital financiero la tuvo en pos de nuestro propio porvenir, imprimiendo una
clara ruptura en la lógica de la negociación de la deuda sobre la base de
primero crecer, generar las condiciones y la capacidad de pago y luego, de
acuerdo a las posibilidades del país y sin sacrificar la sustentabilidad del
crecimiento ni hipotecar el futuro, honrar los compromisos.
De hecho, el peso de los vencimientos, se vuelve cada vez
más liviano en los años que siguen. Ya en 2016 habrá una caída abrupta, con
sólo 3200 millones de dólares, en tanto que en 2017 sube hasta 7100 millones.
De ahí en más, cae fuertemente, con 1900 millones en 2018, 1800 millones en
2019, 1900 millones en 2020 y 1700 millones en 2021. A esto hay que sumar los
compromisos más recientes, como el del Club de París, que se estructuró
precisamente cuidando que los pagos fueran más suaves en 2015 y 2017 (donde los
compromisos previos tienen mayor peso).
De este modo se cumplió sistemáticamente con los
vencimientos, cuestión que también reconoce TNYT. Con este criterio se
manejaron cada uno de los pasos que fue dando el país en los últimos tiempos y
será, asimismo, el criterio que guíe los pasos a seguir en la disputa con los
Buitres. Porque de lo que se trata no es de, como se dice, patear el problema
para adelante, sino de resolverlo garantizando la sustentabilidad de nuestro
propio desarrollo económico y social presente y futuro.