Día del periodista: la ley del oficio
sábado 07 de junio de 2014, 22:12h
A propósito de la celebración de un nuevo Día del
Periodista, viene a la memoria un episodio que tuvo lugar en 2002, cuando un
juez comercial que entendía en el concurso preventivo de la editorial Perfil
-violadora serial de todos los convenios laborales y de todos los derechos de
los trabajadores- tuvo la insólita pretensión de suspender por tres años la
vigencia del Estatuto del Periodista Profesional y del Convenio de Trabajo para
los trabajadores de prensa, de cuya elaboración me había tocado participar como
negociador paritario en 1975.
En su afán de salvar a la empresa - más precisamente, los
bolsillos de sus dueños-,el custodio de la legalidad se había llevado puestas
dos leyes resistidas desde siempre por los medios hegemónicos. Como para
entonces yo era diputado nacional presenté una iniciativa repudiando la
ilegítima pretensión del magistrado y, en una sesión a la que asistieron
trabajadores de Perfil, se declaró unánimemente la plena vigencia del Estatuto
Profesional del Periodista, aprobado durante el primer gobierno de Perón.
Fue necesario aquel recurso bastante estrafalario -que el
Congreso declarase la plena vigencia de una ley plenamente vigente- para poner
en evidencia la complicidad entre un magistrado capaz de cometer una tropelía
jurídica con tal de complacer el interés económico de una empresa amiga. Un
vínculo que, como sabemos, no constituye ninguna novedad.
El recuerdo de aquel hecho tiene que ver de algún modo con
la naturaleza de una batalla de sentido que enfrenta a la política -entendida
como esfera de autonomía ciudadana y herramienta de cambio- con el poder
hegemónico de los grandes medios, un poder no desafiado en la Argentina durante largas
décadas. Una disputa que ha tenido luces y sombras, victorias y derrotas, pero
cuyo saldo incuestionable es que ya nadie puede hacerse el distraído sobre
ciertas cuestiones que los periodistas conocíamos desde siempre.
La pretensión de asociar el poder omnímodo de los medios con
la libertad de expresión, por ejemplo, ha dejado de ser una verdad revelada. Y
el argentino medio que no se empeña en escuchar o leer sólo lo que confirma sus
preconceptos o prejuicios sabe que las noticias son construcciones y no el
reflejo de presuntas realidades objetivas.
Hasta no hace tanto, los propios periodistas tendían a
mirarse a sí mismos más como librepensadores que como trabajadores de prensa.
La formación de una conciencia de clase fue más compleja en este gremio que en
otros, tanto por la naturaleza propia de las tareas intelectuales como también
porque en algún momento existía una cierta identificación con el dueño del
medio, que era con frecuencia, él también, un periodista y tenía a la búsqueda
de la verdad como un objetivo más o menos plausible.
No hace falta decir que esos presupuestos han naufragado en medio
de la marcha del capitalismo, fundamentalmente en su fase neoliberal. Los
grandes medios son hoy parte de conglomerados económicos con múltiples
tentáculos, y las más de las veces el diario, la radio o el canal son
herramientas de presión o extorsión para allanar otros negocios más lucrativos.
En tanto, las condiciones de trabajo de los periodistas han sido avasalladas en
casi todas sus dimensiones, con el pluriempleo, la redacción multimedia, la
precarización de los contratos, la tercerización y otras tretas de que se valen
los adalides de la libertad de expresión.
Como en mis años de periodista y de militante sindical, sigo
creyendo que la libertad de expresión poco tiene que ver con la cuenta bancaria
o los discursos gerenciales en los foros patronales. Tal como entonces, creo
que el buen periodismo se construye en las redacciones con honestidad
intelectual, libertad de conciencia, buenas prácticas profesionales y, sobre
todo, respeto irrestricto de los derechos de los trabajadores. Esos derechos que
garantiza el Estatuto que las grandes empresas periodisticas siempre quieren
derogar.
Oscar Gonzàlez
Periodista. Secretario de Relaciones Parlamentarias del
gobierno nacional.