Multilateralismo, etapa superior del antiimperialismo
miércoles 28 de mayo de 2014, 18:45h
El mes próximo habrá una reunión de los BRICS en Brasil. La
alianza entre Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica es económica, pero
también política. Vladimir Putin y Xi Jinping visitarán la Argentina en el
marco de la reunión y no se descarta una incorporación de nuestro país al
bloque, más aún luego de que Argentina sea invitada por Rusia a participar de
la reunón de Fortaleza. El mundo cambió, aunque Estados Unidos parece no darse
cuenta.
Hubo una época donde Estados Unidos podía decidir, sin costo
alguno, comenzar una guerra. Hasta la formalidad de la ONU, al igual que
cualquier otra negociación multilateral, parecía superflua. Así fue cuando,
embriagado por la victoria de la Guerra Fría, Bush padre hizo la guerra del
Golfo en 1991. Así fue cuando en 1999, bajo el paraguas de una OTAN
todopoderosa, el gobierno de Clinton bombardeó Yugoslavia. Otro tanto pasó en
Irak en el 2003, cuando Bush hijo, con las imágenes de los atentados a las
Torres Gemelas detrás, invadió, derrocó y asesinó al presidente de ese país,
Sadam Hussein.
Diez años después de esa última gran aventura, Estados
Unidos se enfrenta a un cambio del escenario geopolítico. El año pasado, cuando
estaba a punto de comenzar otro capítulo más de intervención solitaria, esta
vez contra Siria, el liderazgo de Rusia -un país llamado "emergente" pero que
en realidad sólo está recuperando parte de un poder que tuvo durante todo el
siglo pasado- logró frenar lo que parecía casi inevitable.
En estos días, los sucesos de Ucrania parecen mostrar que
EEUU no asimiló bien el sacudón geopolítico de Siria, y busca tomarse revancha
frente a Rusia, intentando por todos los medios arrebatarle un país que
históricamente estuvo bajo la influencia de Moscú.
Rusia y Vladimir Putin son presentados en los medios como
una remake mala del tablero mundial que existía en el siglo pasado: una disputa
entre el modelo soviético y el norteamericano. Sin embargo, la historia se
niega a repetirse. La originalidad de comienzos del siglo XXI es que, apoyada
en poderes regionales y nacionales, la declamada (pero tan resistida por
Occidente) multilateralidad, se está haciendo efectivamente una realidad.
Lejos de cualquier necesidad de palabrerío técnico, el
término "multipolaridad" puede resumirse como una situación donde los actores
nacionales, por más poderosos que seas en términos individuales, deben tener en
cuenta para sus acciones el poder de los otros. Esa cuestión tan simple y casi
obvia para entenderse en un mundo donde hay 193 países soberanos reconocidos
por la ONU fue, durante casi 25 años, desconocida por Estados Unidos, no en
virtud de un plan maquiavélico engendrado por Washington, sino por pura
traducción del tamaño del triunfo que había logrado en 1989.
Sin embargo, puede ser que el gobierno de Obama -y habrá que
ver hasta qué punto el conjunto del establishment norteamericano- no esté
advirtiendo que las cosas cambiaron drásticamente mientras avanza su última
gestión en la Casa Blanca.
En la última década no surgió un bloque unificado contra la
hegemonía norteamericana, como había ocurrido en el siglo pasado. Pasó algo más
grave para los intereses de Washington. Un conjunto de países, repartidos en
cuatro continentes, consolidaron sus economías y se lanzaron a un desarrollo
acelerado de sus sociedades. Para más problemas, China, Rusia, India y Brasil,
por nombrar a los más importantes, "emergieron" dentro del propio sistema
capitalista y del mercado mundial, lo que lejos de suponer un alivio se
transformó en un peligro más real a los intereses concretos del liderazgo de
Estados Unidos de que lo que fue la URSS y el bloque socialista en el siglo
pasado. Y es que la guerra fría, una vez
consolidada sus fronteras, funcionó con una lógica de mundos separados y, por
lo tanto, no constituyó un peligro para el liderazgo norteamericano al interior
del suyo. Hoy, el combate es por el mismo territorio "global".
El enemigo, entonces, está adentro. Si antes Estados Unidos
debía cuidar sus patios traseros (donde no hay que contar sólo a América
latina, sino también a Europa, que desde la Segunda Guerra Mundial quedó
amputada en sus facultades de hacer política exterior independiente) ahora debe
hacer equilibrio para que las demás regiones del planeta no se escapen a sus
designios.
El reciente acuerdo por el cual Rusia le proveerá gas a
China a partir de 2018 es un ejemplo de eso: repercute directamente en la Unión
Europea (primer consumidor del gas ruso) y por ende en la economía mundial. En
la misma semana, ambos votaron en el Consejo de Seguridad de la ONU contra una
resolución de Francia y EEUU contra Siria. Es decir, que a la convergencia
económica le sigue, también, un acercamiento de las posiciones políticas.
Brasil, Rusia, China, India y Sudáfrica, el famoso BRIC, ya
es más de un tercio del PBI mundial. Pero tan importante como eso es que
durante la última década multiplicó por diez el comercio entre sus países. Este
dato es clave porque muestra el crecimiento de una dinámica económica
endogámica, y por lo tanto de independencia respecto a los centros de poder
tradicionales. En julio de este año, en la sexta reunión de los BRICS que se
hará en Fortaleza, Brasil, es muy probable que se impulse un Banco propio, lo
que dejaría todavía más desdibujado el rol del Fondo Monetario Internacional
como prestamista. Algunos hablan, incluso, que se podría ampliar la lista de
socios, e incluyen entre los candidatos nuestro país.
Así las cosas, el multilateralismo económico y político
parece, finalmente, ser el rumbo que va tomando el mundo. Pero a diferencia de
lo que se pronosticaba durante los años 90, no está surgiendo de un amistoso
consenso en los sillones de las Naciones Unidas ni, menos aún, como una dádiva
graciosa de la primer potencia mundial. Por el contrario, como suele ocurrir
con los cambios reales, está consolidándose por el surgimiento de nuevas
fuerzas que lo empujan. Como todo "desplazamiento", hay una fuerza que debe
retroceder para que se haga lugar y es allí donde Estados Unidos no parece
estar dando los pasos necesarios para realizar un aterrizaje suave del
-atípico- ciclo histórico de liderazgo absoluto y solitario del que gozó
después de la caída del Muro de Berlín.