martes 27 de mayo de 2014, 17:43h
En diez días, dos movilizaciones bien distintas fueron
convocadas a la Plaza de Mayo. En un país con tanta tradición de
manifestaciones políticas, los diferentes escenarios que cada una de esas
plazas construyó, permiten armar una lectura política sobre proyectos, debates,
cotinuidades y desvaríos.
Una chicana vieja de discusiones políticas en asambleas
sindicales e incluso ámbitos universitarios consistía hablar de "comunismo
sin obreros", para hacer especial hincapié en la composición de clase que
solían (suelen) tener las agrupaciones y los partidos de izquierda en los
grandes centros urbanos de nuestro país.
La presencia hegemónica de hombres dedicados a las
profesiones liberales, pertenecientes en general a las clases media y media
alta, daban a las agrupaciones, corrientes, capillas y sectas de la izquierda
tradicional, una estética que ponía en aprietos a los encendidos discursos
dirigidos a la clase obrera. Mucha barba y poco overol, le recriminaban con
maldad aunque no con poca precisión.
En los últimos años, ya sabemos, algunas cosas cambiaron, y
ya no es solo patrimonio de cierta izquierda esto de hablarle a los
trabajadores con argumentos de prestado, queriendo imponer en la agenda de la
representación sindical un "programa" que ningún asalariado quiere
discutir, como eran en otros tiempos las "armas para Bosnia" o la
"solidaridad con los mineros rusos de Vorkutá": hoy día, desde algún
sindicalismo que abandonó el frente de masas, se pretende llevar a la clase
trabajadora a discutir "problemas" que hasta no hace mucho formaban
parte del interminable listado de demandas que levanta ese conglomerado de voluntades
identificado mediáticamente como "vecinos indignados".
Es absurdo que trabajadores rurales, gastronómicos o
playeros de estaciones de servicio reclamen por la suba del mínimo no imponible
cuando ninguno de ellos se encuentra comprendido dentro del pequeño universo de
asalariados que paga el impuesto a las ganancias, como así también el reclamo
por mayor seguridad, una preocupación genuina de cualquier ciudadano de a pie
que lejos de resolverse con una marcha a Plaza de Mayo encontraría un mejor canal
de resolución si se le exigiera a los gobernadores de las provincias y al jefe
de gobierno de la Ciudad de Buenos Aires que cumplan con lo que dice la
Constitución.
Hace un par de semanas, como parte de esa discusión
desplazada, Hugo Moyano y Luis Barrionuevo llevaron a un puñado de
trabajadores, que seguramente desearían sentarse a discutir otras cosas, a la
Plaza de Mayo para reclamar por la seguridad y la suba del mínimo no imponible.
Las imágenes tomadas minutos antes del acto que se llevó a
cabo esa tarde fueron elocuentes: menos de un cuarto de plaza ocupada por los
manifestantes que fueron a escuchar a Moyano y Barrionuevo, con Juan Carlos
Blumberg como invitado especial.
Una hipótesis posible para pensar la raquítica convocatoria
tal vez sea lo ajena que resultaba una agenda de reclamos más vinculadas al
conjunto de lugares comunes de la oposición política en boca de un grupo de
dirigentes que parecen haber perdido el rumbo.
Pocos fueron. Pocos sintieron que en ese mitin hubiera algo convocante.
Diez días después, en el mismo lugar, el Gobierno nacional
convocó a festejar el 25 de mayo con una festival que incluía propuestas
artísticas aptas para todo público, además del discurso de la Presidenta
Cristina Fernández de Kirchner, anunciado con varios días de anticipación.
Quienes fueron a la plaza lo hicieron por su propia
voluntad, como a cualquier acto público de estas características, sabiendo que
iban a participar de una jornada cultural con un fuerte contenido político,
rasgo distintivo de los festivales populares que se han llevado a cabo durante
los últimos años del ciclo de gobierno kirchnerista.
El resultado de la convocatoria es -a esta altura- conocido
por todos, incluyendo a quienes intentaron minimizarla: más de doscientas mil
personas ocupando todo el espacio público que va desde la Casa Rosada hasta
bien la intersección de la Avenida de Mayo con la calle Perú, por lo
menos.
Nadie que haya ido a la plaza el 25 desconocía qué conjunto
de valores, políticas públicas o liderazgos estaba apoyando. Cualquiera sea la
posición que se tome, este gobierno tiene desde hace tiempo (11 años, diremos)
muy clara cuál es su propuesta.
En sociedades con tradición democrática, con ejercicio pleno
de su derecho a la movilización y a
la protesta, y con buena e histórica
práctica para ello como es el caso argentino; la capacidad de convocatoria, la
cantidad de personas que llenan o no una plaza -y más una tan connotada
políticamente como la Plaza de Mayo- suele decir algo acerca de los proyectos.
Con diez días de diferencia, las dos plazas se pronunciaron
sobre el presente político nacional.