lunes 17 de febrero de 2014, 10:34h
Después de varios años mintiendo en torno a la verdadera
tasa de inflación, insultando, persiguiendo, multando, acusando, a quienes
sosteníamos que la tasa de inflación de la Argentina era superior a la
informada por el INDEC.
Después de varios años bajo la ficción de que en la
Argentina la inflación no era un problema, el gobierno decidió blanquear, al
menos parcialmente, lo que todos sabíamos.
Lo hizo con su particular estilo. Sin dar explicaciones
sobre lo pasado, sin pedir disculpas, inclusive reiterando ataques e insultos a
las mediciones privadas que tuvieron razón en todo este tiempo.
Pero bueno, pedirle una autocrítica, a un gobierno que sólo
ve conspiraciones en todos aquellos que no coinciden con sus planteos, o que se
atreven a contradecirlo, es demasiado.
Tenemos, entonces, al menos provisoriamente, un gobierno que
reconoce una tasa de inflación parecida a la real. Es un comienzo.
Ahora, claramente, el problema de la Argentina no es que
teníamos fallado el termómetro, sobre todo en los últimos años, en dónde todos
nos comportábamos sabiendo que el termómetro oficial no funcionaba, y
utilizábamos sustitutos, imperfectos por cierto, pero sustitutos al fin. El
problema de la Argentina es la fiebre.
Por supuesto que la existencia de estadísticas oficiales
creíbles ayuda en el proceso de "coordinación de expectativas" (siempre es
bueno sentarse a una mesa de discusión, sin tener que acordar primero los
datos), y seguramente, un INDEC menos mentiroso, sirva para mejorar la imagen
externa de la Argentina e intentar el visto bueno del FMI, para negociar con el
Club de Paris y, eventualmente, tener acceso a algún crédito externo, pero,
insisto, el problema del índice es un problema de los "financieros", el
problema macro de la Argentina, en cambio, es el problema de todos, y requiere
no sólo de un buen termómetro, se necesitan buenos remedios.
En ese sentido, la explicación que acompañó la presentación
del nuevo índice no permite proyectar cambios sustanciales en la política
oficial.
En efecto, el "salto" inflacionario de enero, fue
presentado como la consecuencia de un mal traslado del "corrimiento del
tipo de cambio" (sic) a los precios, fogoneado por los medios y analistas
opositores. Dicho sea de paso, ¿Qué diario lee el Ministro de Transporte que
aumentó el precio del boleto de colectivo un 66%?.
Es decir, la inflación de enero fue una excepción que se
combate cuidando precios y con la Presidenta hablando por teléfono con los
consumidores que denuncian por Facebook a los inescrupulosos.
Pero, otra vez, inescrupulosos hubo siempre aquí y en el
resto del mundo. Las grandes cadenas de supermercados operan globalmente, sin
embargo sólo son "perversos" aquí. El problema clave de la Argentina
de hoy, es que para sostener artificialmente el consumo, y remar contra la
corriente de precios relativos del mundo, se mantuvo la suba del tipo de
cambio, por debajo de la inflación y de la tasa de interés en pesos, y se
subsidiaron los precios de servicios públicos, y otros productos con gasto
público, y con restricciones e impuestos a los productores.
El resultado, fue un déficit fiscal financiado por el Banco
Central, con emisión, la destrucción de la oferta de energía y del agro
"no soja", y un desastre en los precios relativos, que tienen que dar
las señales correctas para la inversión, y la demanda.
Ese "modelo" es el que está haciendo crisis, más
allá de los complots, y las conspiraciones.
En ese contexto, el gobierno está intentando corregir el
precio del dólar al menor costo inflacionario de corto plazo posible, y
defendiendo las reservas, pero ello implica, trasladar emisión presente a
emisión futura, colocando deuda del Banco Central, y forzar la oferta de
dólares obligando a vender sus tenencias a los bancos, obteniendo anticipos de
exportadores y presionando a importadores a financiarse en el exterior.
Pero este es sólo un remedio de corto plazo.
Al no querer reconocer el verdadero precio del dólar, lo que
se minimiza de inflación hoy, se paga con nivel de actividad y empleo. Y al no
corregir los precios relativos de los servicios públicos, no sólo se mantiene
el desequilibrio fiscal, si no que se sigue sin dar las señales para alentar
nueva oferta en sectores clave.
Arreglar el termómetro, es un paso en la dirección correcta,
pero sin cambiar los remedios, cualquier calma será transitoria.