Salir del populismo, entrar al mundo
lunes 20 de enero de 2014, 18:46h
El
retroceso en el debate público se ha marcado a fuego en la última década. Las
turbulencias del cambio de siglo se proyectaron en la vuelta de un esquema de
país que se resiste a morir, a pesar de pertenecer al estilo de otros tiempos.
Se agotó simbólicamente a fines de la década del 80, cuando concluyó el mundo
bipolar, la pretensión de autarquía, el aislamiento comunicacional y el
predominio de las grandes "estructuras".
En el
mundo, pero no acá. Montado en el sacudir de los sepulcros de los caídos en
tiempos de la orgía de sangre en las calles, la crisis de cambio de siglo
permitió renacer el sistema de la vieja Argentina. Dejamos de bucear en el
futuro y preferimos referenciarnos de nuevo en el ayer.
Pareció
más seguro porque convocaba certezas infantiles. En lugar de enfrentar los
problemas nuevos, preferimos reciclar los que ya conocíamos y en gran medida
estaban superados. El golpe fue fuerte y cual un aprendiz infantil de ciclista,
preferimos volver a la seguridad de los brazos paternos en lugar de insistir,
aprendiendo del error.
Ese ha
sido, tal vez, el mayor peso negativo de la herencia kirchnerista: el renacer
del populismo. A su compás se ha destrozado el país que quedaba, su infraestructura,
sus reservas, sus instituciones, su capacidad de convivir. Todo fue volcado a
la fiesta del consumo y la corrupción. Y su consecuencia: seguir razonando como
niños.
Cierto
que han existido, cual los intervalos lúcidos de los dementes, chispazos de
sentido común. Entre ellos un reflejo ancestral de parciales decisiones
justicieras. Pero aún éstas fueron distorsionadas por la manipulación
clientelar, la soberbia autoritaria y la apropiación del sentir colectivo. No
fueron montadas en la construcción de una ciudadanía madura, sino en la grosera
apropiación de banderas ajenas. No crearon ciudadanía sino clientelismo.
El
regreso populista impregnó el centro de gravedad de la conciencia política
nacional. El peronismo fue arrastrado a sus perfiles menos democráticos, de los
que había logrado alejarse desde 1983. El radicalismo dejó de hablar de Parque
Norte, cada vez más aturdido por la marea del regreso al pasado. El "Frente
Renovador", invocando juventud, se sumerge de cabeza en la visión arcaica de la
economía, al anunciar su iniciativa de enfrentar la desocupación con
herramientas de la más pura cepa populista.
Cierto
es que la Argentina moderna subyace en todas partes. Hay peronistas que saben
lo que pasa y radicales que prefieren sostener su mirada en el horizonte,
resistiendo la fuerte presión facilista. Hay liberales que comprenden la
diferencia entre la libertad y la deformación monopólica o delictiva de las
corporaciones, y socialistas que también perciben la ausencia de las visiones
modernas de sus cofrades europeos, o regionales de Chile, Brasil o Uruguay, que
han acertado en la articulación virtuosa de un Estado responsable y respetuoso
del mercado. Debe reconocerse sin embargo que su tarea no es sencilla, ni
mayoritaria.
Enfrentar un paradigma dominante, con mucha más razón en el campo de la
política, no es gratis. Las figuras conceptuales del pasado son muy funcionales
al debate cuando la crisis aún no se ha desatado en plenitud y las mentes
lúcidas sufren al comprender que por no mirar lo que pasará -y que ellas saben-
serán arrastradas a un torbellino del que será cada vez más difícil salir sin
sufrimientos.
Sin
embargo, de eso se trata la política.
Aun
crecientemente acelerados en el tobogán, queda la sensación que el rumbo
correcto sería una especie de rendición culposa, no un triunfo. Está claro que
así es para el populismo, que llegó a su límite y depende hoy de sus rivales simbólicos:
que el salvaje enemigo financiero externo -y aún los repudiables "fondos
buitres"- le faciliten salir de la autoencerrona, que los monopolios petroleros
extranjeros acepten invertir para extraer petróleo, que la vil oligarquía del
campo le adelante algunos dólares de la cosecha que viene a cambio de un premio
de tasas generosas...
En
cambio, no se advierte una reflexión potente de la imbricación virtuosa con el
escenario global, obvio camino de superación inteligente del corralito en el
que nos metió descaradamente el populismo. Alternativa que ya no tiene
secretos, porque seremos casi los últimos en llegar si es que Cuba y Corea del
Norte no nos ganan también de mano.
Un
Estado democrático y respetuoso de la ley. Una justicia independiente. Un
mercado trabajando libremente en el marco de reglas de juego fijadas por la
Constitución y la soberanía popular, a través del Congreso. Provincias
autónomas. Contratos que se respeten, especialmente por los organismos
públicos. Construcción franca y sólida de ciudadanía, dando poder a los
ciudadanos y limitando sustancialmente la discrecionalidad de los funcionarios.
Un Congreso que discuta con creatividad y pluralismo los objetivos de cada
momento. Organizaciones estatales con funcionamiento transparente y
responsable, con información abierta, gastando lo que hayan decidido los
cuerpos legislativos y cobrando los impuestos que allí se hayan establecido.
Sin delegaciones, sin trampas, sin palabras con doble sentido -o sin ningún
sentido-.
Reingresar al mundo teniendo claros nuestros objetivos nacionales. Ni más, ni menos. Esa es la salida.
Ricardo Lafferriere