La sublevación y el desafío democrático
domingo 15 de diciembre de 2013, 22:04h
Los saqueos y la sublevación policial ponen en tensión
distintas variables: la relación de las fuerzas de seguridad con la política,
el equilibrio entre lo local y lo nacional y la relación entre sindicalización
y profesionalización.
La sublevación policial término con un saldo trágico de
nueve personas fallecidas. No es sencillo encontrar en las fuentes
periodísticas sus nombres. El genérico "joven" o
"saqueador" o "policía" habla también de desigualdades
sociales, o más llanamente de una insensibilidad demasiado extendida, una
falencia democrática tan ostensible como poco señalada. Para no reproducir la
misma lógica del "sálvese quien pueda" que tan fácilmente se critica
desde los medios o las representaciones políticas, habría que empezar diciendo
lo obvio: murieron personas que no tenían en sus planes quedar atrapadas en un
enfrentamiento absurdo y salvaje, impropio de la misma sociedad que festejó
tres décadas de convivencia democrática.
¿Dónde está el culpable? Es una pregunta válida, más cuando
el saldo trágico es tan alto. Las altas jefaturas policiales de las provincias
son las primeras que deben señalarse, porque el acuartelamiento de sus
subordinados suspendió por demasiadas horas la norma social más elemental que
dice "eso no se puede hacer".
Las explicaciones que culpan genéricamente a "la sociedad",
así a secas, por los saqueos que se produjeron cuando las policías dejaron las
calles, encierran una matriz reaccionaria. Una sociedad capitalista, basada en
ansias de consumo y profundamente desigual, con franjas importantes que hoy
pueden tener resuelta la comida en la mesa, pero no la compra de un sinnúmero
de bienes, es fácilmente violentada si de un día para el otro las fuerzas de
seguridad deciden abandonar sus tareas. Si a esto se suman bandas organizadas
-como se denuncia- que fueron puntualmente avisadas de la oportunidad que se
les abría, la mirada debe ser quirúrgica, abandonando una postura, al final de
cuentas, idealista.
El foco tiene que estar sobre los cuerpos policiales y su
relación con la política. A partir de los acuartelamientos por reclamos
salariales, comenzó el debate sobre la "sindicalización" de las fuerzas de
seguridad. Cualquier idea al respecto choca con una pregunta central: ¿el
problema de la policía es su falta de poder? O, por el contrario, ¿está en su
"exceso", en su herencia maldita de autogobierno, en su regulación
autónoma del delito en el territorio, un nudo de la cuestión?. Al menos dentro
de la historia argentina, cualquier
estado de asamblea en las fuerzas de seguridad tiene como consecuencia que un
retroceso en la seguridad ciudadana. Pensemos un escenario concreto: cada
comienzo de año, cuando los trabajadores sindicalizados comienzan a discutir
sus paritarias y, donde, por ejemplo, los maestros suelen usar la herramienta
de la huelga en la negociación salarial,
habrá que asumir como parte de ese paisaje algunas semanas de descontrol
social, si las policías no quedan conformes con las remuneraciones. Y al mismo
tiempo, las cifras a veces irrisorias de los básicos de los agentes, dan cuenta
de un largo abandono de la dirigencia política, que suele privilegiar lo
instrumental (patrulleros, cámaras de seguridad, etc) sobre las condiciones
materiales de existencia de los que portan armas en nombre del Estado. A la
tesis de la sindicalización habría que oponerle, entonces, la de la
profesionalización de los cuerpos de seguridad.
Se agrega una pregunta que roza la coyuntura electoral: cuál
es el lugar de lo "local" y lo "nacional" en la seguridad.
Después de las elecciones de octubre candidatos y analistas políticos se
apresuraron a decretar la llegada de una era "municipalista", un
nuevo tiempo donde el "vecino" acerca su pequeño reclamo a la puerta del
intendente, desplazando a la figura de "ciudadano" como a las estructuras
políticas mayores. Los últimos días demostraron que unos cuantos policías
fueron suficientes para cargarse a gobiernos provinciales enteros, de distinto
signo político, y en su gran mayoría revalidados en las urnas hace menos poco
más de un mes. ¿Qué hubiera pasado si el reguero de sublevación policial
hubiera tenido enfrente a pequeños y fragmentados intendentes? La
municipalización policial (como de otros servicios) choca con un país que
avanzó por el camino inverso: nacionalizando conflictos y reconstruyendo poder
político en ese mismo nivel. En ese sentido, los diez años de kirchnerismo
produjeron una nacionalización en las grandes decisiones políticas y
económicas, pero sin recuperar aún
funciones concretas que habían sido cedidas a las provincias (educación
y salud, por ejemplo). En ese proceso inconcluso -necesario para construir un
país que sea más que la suma de las partes- habría que ubicar la cuestión de
las fuerzas de seguridad. En su discurso del viernes, la propia Presidenta
enmarcó esta cuestión desde los números: "Hemos desplegado en el
territorio a la Gendarmería nacional y seguimos colaborando, pero es
imprescindible que los más de 200.000 efectivos policiales cumplan la función
que tienen que cumplir, porque son muchos más que los 35.000 que tiene la
Gendarmería Nacional". ¿El orden público puede seguir dependiendo de la buena
voluntad de cuerpos policiales fragmentados, que apenas tienen un control lábil
por parte de los gobiernos provinciales?
Era un pronóstico fácil: si a la baja en los votos
oficialistas de octubre, se le suma la tradición de los poderes fácticos de
usar el fin de año para construir escenarios desestabilizadores, el cóctel
estaba listo. La sociedad argentina es climática: cada fin de año esconde una
tragedia, que parece guionada para hacernos acordar que este país, aún con 30
años de democracia y más de una década sin crisis, todavía convive con reflejos
de (in)gobernabilidad.
El desafío democrático que plantea la sublevación policial
sólo puede encararlo el único gobierno que decidió librar este tipo de batallas
desde hace años. Después de una política errática en ese sentido, con avances y
retrocesos, negociaciones al calor de las coyunturas, muchas veces cedió ante
reclamos de sectores reaccionarios, pero socialmente legitimados (penas más
duras como solución a la inseguridad, desentendimiento sobre las conducciones
de las policías provinciales). Ahora tiene una disyuntiva en las narices. Una
acción más en línea con el resto del programa oficial de ampliación de derechos
y restauración de la política como eje de poder democrático, va a enfrentar
resistencias autoritarias, sin dudas. Continuar en el mismo camino, además de
no solucionar la cuestión de fondo, también lo dejaría a la merced de nuevas
extorsiones para fijar agendas de caos social, que sin dudas no tendrá
problemas en encontrar intereses económicos y políticos donde sustentarse.