La cubanización de Venezuela
Por
José Méndez La Fuente
lunes 04 de noviembre de 2013, 12:26h
Una de las mayores preocupaciones que tenían los venezolanos
cuando Chávez comenzó a gobernar era la de que Venezuela se convirtiese en una segunda Cuba. Era un tema que
estaba siempre latente, que los
opositores veían como el final de una
película ya conocida, que más tarde o más temprano llegaría, mientras que
los partidarios y seguidores del chavismo no querían aceptar o que
simplemente negaban porque les parecía
inverosímil. Y no nos referimos
solamente a la presencia de asesores cubanos en sectores como salud,
agricultura, electricidad, inteligencia y seguridad. La hermandad con Cuba busca igualamiento del modelo. Nos referimos al
modelo de control político que ha venido utilizando con éxito, durante más de medio siglo, el régimen cubano
sobre la población, con el único propósito de mantenerse en el poder. Si los soviéticos lo pudieron hacer en un país tan vasto, que sobrepasaba
en territorio y población a la Rusia actual, después de la experiencia cubana, repetirla en Venezuela no debe ser
tan difícil.
Durante más de una década, ya decidida su afinidad con el
socialismo cubano, el gobierno de Chávez
vino cocinando a fuego lento, sin necesidad de meter el acelerador a
fondo, a la sociedad venezolana en su
propia salsa, con la receta que le dieron en La Habana, sin casi percatarnos; o
lo que es peor, con la misma conciencia del sapito que se estaba bañando en una
olla de agua tibia, sin darse cuenta, hasta que se quemó, de que el agua estaba
hirviendo.
A los venezolanos
actuales les ocurre lo mismo que a aquellos
jabalíes que merodeaban libres por el campo buscando bellotas y
castañas, cuando de repente, un día
apareció frente a ellos una empalizada
cerca de la cual había mucha comida;
poco tiempo después vieron otra pegada a la anterior, con la cual formaba un
ángulo de noventa grados, no se preocuparon mucho pues había muchos frutos
secos entra las dos y cuando querían comer del otro lado simplemente le daban
la vuelta. Un día se despertaron con una tercera valla que con las otras dos
conformaban una especie de callejón en forma de U, pero como seguía habiendo
comida fácil y nada les impedía utilizar la única abertura que había, siguieron
entrando y saliendo como si nada, hasta que acostumbrados a aquella situación
cuando en una oportunidad se les ocurrió salir se encontraron con que
ya no había chance, pues una cuarta
cerca les tapaba la salida.
Quien puede negar que en los últimos catorce años, nos han
venido poniendo muros, tapias y barreras de todo tipo y que, ahora mismo, con Maduro, el agua de la cacerola está a punto de
ebullición. Recordemos, tan solo, como se ha venido desarrollando, poco a poco,
en todo este tiempo, el tema de la prohibición del dólar libre, que ya hoye en
día, afecta todos los demás asuntos de importancia humana, al imponerle
limitaciones a la gente, que tocan no solo su libertad económica, sino también
su libertad como personas, ambas contempladas en la Constitución de 1999. O
pensemos, en todos los días, meses y años
que los venezolanos hemos empleado en hablar, en la calle y en reuniones sociales, del tema de las
restricciones a la propiedad privada, el cual fue además propuesta medular de
una reforma constitucional que Chávez llevó a las urnas dos veces; o a
discutir sobre si vendría o no una tarjeta de racionamiento similar a la de la
isla caribeña, instrumento de control
social que ya se trató de implementar, hace poco, de manera electrónica
en estados fronterizos para la gasolina y artículos de primera necesidad.
Pero, en ambos casos
lo que tenemos que ver, es que al final, más allá de las intentonas frustradas
o habladurías de la gente, la enmienda
constitucional fue implantada y el racionamiento sin tarjeta, ya alcanza
prácticamente a todos los aspectos de nuestras necesidades diarias; hasta el
punto que la venta de pasajes aéreos
internacionales, queda también restringida a partir de enero próximo,
según fue anunciado recientemente por la asociación de líneas aéreas, lo que
bien pudiera constituirse en la cuarta tabla o
última baldosa que nos cierre la única salida que quedaba y nos
convierta, definitivamente, en una isla dentro de un continente.
La escasez y el racionamiento son, aunque nos cueste
entenderlo, una realidad inevitable en la
Venezuela actual del gobierno de Maduro. Como resulta igualmente
inevitable, que la felicidad se convierta en un asunto ministerial,
burocrático, o que el olvidado espíritu
de la Navidad se traté de instaurar por decreto.
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