De cómo la producción derrotó al populismo
martes 20 de agosto de 2013, 17:51h
El Estado nacional, que necesita cada vez más dinero para
financiar su déficit, no está en condiciones de destinar recursos tributarios a
la promoción de la economía.
Casi 80 por ciento del producto bruto de la Argentina
proviene de la Provincia de Buenos Aires, Mendoza, Santa Fe, Córdoba y la
Ciudad de Buenos Aires. Santa Cruz es, a su vez, una de las que tienen mayor
ingreso per cápita.
En las primarias del domingo pasado, el gobierno perdió en
todos esos distritos.
¿Cómo se explica esto en un país que, después de siete años
de recesión, creció entre 2003 a 2012 a "tasas chinas"?
¿Es cierto que el gobierno fue castigado por su heterodoxia
institucional, una gran intolerancia y los hechos de corrupción?
Esos factores ya existían en 2011, cuando la Presidenta ganó
con 54 por ciento de los votos. No obstante, ríos de tinta corren en estos
días, procurando vincular la caída del oficialismo a los ataques a la justicia,
el aislamiento político y graves irregularidades.
Sin duda, esos son hechos concurrentes que no deben
subestimarse. Pero basta superponer el mapa electoral al mapa económico del
país para advertir una correlación entre la disminución de fuerza electoral y
la economía.
Los analistas políticos son poco proclives a las
explicaciones económicas, pero es imposible hacer un análisis certero sin
reparar en un hecho: el PIB, que había crecido 9,2 por ciento en 2010 y 8,9 en
2011, descendió abruptamente a 1,9 el año pasado.
Se podría vincular el descenso a la crisis de la Unión
Europea, que provocó una disminución de nuestras exportaciones a esa región;
pero Europa no es el principal destino de nuestros productos y, en cualquier
caso, eso está muy lejos de justificar una caída de 7 puntos en el PIB.
Es más plausible asociar la reducción del PIB a la política
económica, que desde la reelección se ha vuelto más errática, intervencionista,
arbitraria e ineficiente, y ha castigado los sectores más productivos.
La intervención del Estado es positiva cuando éste
planifica, orienta y promueve el desarrollo económico. No cuando abandona su
rol y deja todo en manos del mercado. Tampoco cuando distorsiona y coarta. Uno
de los casos de fatal intervencionismo es el que se hizo en el sector petrolero
durante los últimos diez años: las importaciones de combustibles crecieron
1.765 por ciento y el año pasado se llevaron 10.000 millones de dólares. Desde
2011 ocurrieron, además, muchas cosas.
Inflación, presión impositiva, cepo cambiario e inseguridad
jurídica conspiran hoy contra la producción. La inflación aumentó, entre el día
de la elección de 2011 y el 21 de julio pasado, 48 por ciento. El Estado
nacional, que necesita cada vez más dinero para financiar su déficit, no está
en condiciones de destinar recursos tributarios a la promoción de la economía.
El cepo cambiario impide la libre importación de insumos industriales y la
disposición de divisas para amortizar créditos internacionales o inversiones
del exterior.
La inseguridad jurídica se ha agravado. El Estado tenía todo
el derecho a expropiar YPF, pero eso requería, según lo prescribe la
Constitución, una ley anterior que declarase la utilidad pública de la
expropiación, y una indemnización previa al apoderamiento.
La de YPF se hizo por decreto y sin indemnización. Actos de
ese tipo crean incertidumbre y ahuyentan a la inversión, que ya es 5 veces
inferior a la de Brasil, 2 veces y media menor que la de Chile, la mitad de la
que recibe Colombia y la misma que va al Perú.
No parece que Chevron vaya a revertir la tendencia: su
inversión proviene de la liberación de un embargo solicitado por la justicia de
Ecuador, según algunos analistas, aportes que en realidad hace YPF. Más lo que
debe soportar el Tesoro, ya que se libera a la empresa norteamericana de las
retenciones y le otorga la libre disponibilidad de divisas.
La minera Potasio Río Colorado, subsidiaria del gigante
brasileño Vale, desistió este año de un proyecto minero de 11.000 millones de
dólares: la explotación y comercialización de cloruro de potasio en Mendoza. Se
ha dicho que la decisión obedeció a problemas impositivos de Vale en Brasil. La
minera dijo que, después de haber invertido 1.800 millones de dólares, se
obligaba a suspender el proyecto "a causa del contexto macroeconómico actual".
Someter las inversiones a la incertidumbre es muy peligroso
para un país que, para sustentar una tasa moderada de crecimiento, necesita
invertir 9.000 millones de dólares por año a fin de producir la necesaria
energía, que ya hoy no alcanza para acompañar el módico crecimiento al que nos
hemos visto reducidos.
Es posible que los empresarios del campo exageren la crisis
actual, pero es indudable que los costos de producción y la regulación del
dólar están afectando seriamente a distintos sectores. Aun la soja se hace cada
vez menos rentable, sobre todo para el pequeño productor, que por efecto de la
inflación y el nivel de retenciones, está recibiendo el equivalente a un dólar
de 3,25.
Todo esto ha afectado a las provincias donde el oficialismo
perdió la elección. También a la Ciudad de Buenos Aires, que es el reflejo de
la economía nacional.
Aquellos distritos en los que el oficialismo triunfó son los
beneficiarios de subsidios y una asistencia social que, por su distribución y
montos, bajan la productividad y ocultan el desempleo de quienes viven merced a
esas dispensas del Estado. Esas políticas no alteran la inequidad estructural
ni favorecen el desarrollo económico, pero producen un bienestar narcótico que
favorece transitoriamente la popularidad de quien gobierna. Es a eso a lo que
se llama populismo.
Sin desistir de recursos tributarios imprescindibles ni de
la asistencia social justificada, el Estado debe transferir crecientes recursos
a la promoción del desarrollo y el empleo genuino.
Al gobierno eso le valdría mucho más que dilapidar recursos
públicos, apabullar con propaganda oficial, refugiarse en la retórica, todo
para terminar perdiendo respaldo social