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Anti o pos, seguimos hablando de kirchnerismo

Anti o pos, seguimos hablando de kirchnerismo

Por Federico Vázquez
martes 16 de julio de 2013, 12:39h
El contexto político abierto por los diez años de kirchnerismo está signado por el reconocimiento de sus logros como punto de partida y la incorporación de una nueva generación de políticos surgidos y formados en democracia.
 
Desde el comienzo de la experiencia kirchnerista, las diversas oposiciones partidarias y fácticas tuvieron serios problemas  para proponer un proyecto político alternativo. La centralidad de un gobierno que surgió después de la Gran Crisis y acumuló una gran cantidad de aciertos económicos y sociales, contribuyó a que los perfiles opositores fueran poco más que respuestas espasmódicas, inconexas y, por sobre todo, culturalmente antiguas. En ese sentido, se puede decir que la oposición siempre "corrió de atrás", limitándose a opinar sobre lo que hacía el oficialismo. Nunca logró generar el chispazo inicial que debe tener toda experiencia política original: pensar el porvenir  desde los problemas del presente.
 
En ese sentido, la candidatura de Sergio Massa expresa un intento (habrá que ver con qué nivel de éxito electoral) por posicionarse en un lugar distinto. Al menos discursivamente, el Frente Renovador piensa su hipotético gobierno desde la experiencia kirchnerista antes que contra ella, como sigue siendo la visión del resto del arco opositor. La aceptación de una serie de políticas medulares de estos diez años (AUH, política de empleo y paritarias, retenciones al agro, intervención del Estado en diversas áreas) por parte del "massismo" muestra uno de los grandes triunfos político-culturales del kirchnerismo: volver sentido común lo que para los factores de poder siempre constituyeron herejías conceptuales.
 
Resulta entonces comprensible el silencio vergonzante que desde algunas tribunas ideológicas se hace de este viraje en la estrategia opositora. Siempre listas a la hora de encontrar las contradicciones entre el "relato oficial" y "la realidad", no parecen en cambio advertir mayores incomodidades en sostener que vivimos en una dictadura y, al mismo tiempo, proponer como salida a un exministro de la misma que, además, apoya explícitamente buena parte de las políticas oficiales. Algo no cuadra.
 
Para quienes desde hace años construyen laboriosamente un discurso donde el gobierno es el mal absoluto y sus políticas dignas de un país en crisis terminal, este cambio de paradigma del discurso opositor constituye una derrota ideológica y cultural inmensa.
 
En definitiva, la primera lectura que se puede hacer del comienzo de la campaña electoral de 2013 es que el discurso opositor más dinámico en términos de expectativas electorales parte de la aceptación de las políticas públicas desarrolladas en la última década. Antes que la incierta tarea de desnudar las intenciones ulteriores del massismo, esta simple y contundente victoria cultural es la mejor carta de presentación para el arranque de la campaña oficialista.  
 
El otro dato indiscutible es la inexistencia de un armado político nacional que, así sea incipientemente, le pueda disputar el primer lugar al Frente para la Victoria. El intento más "serio" no superó la instancia de una foto coyuntural en Córdoba a comienzos de mayo. De la Sota, Moyano, De Narváez y Lavagna no lograron conformar un espacio único, ni atraer al macrismo a esa vereda, volviendo cada uno a su juego individual, de escasa relevancia electoral en términos nacionales.
 
Por otro lado, más a modo de anécdota, el poblado espacio pan radical de la ciudad de Buenos Aires (el conglomerado de dirigentes de UNEN), se encamina a lograr un único y extrañísimo objetivo: revivir la figura de Elisa Carrió como líder capitalina después del naufragio electoral que supo tener en 2011. Si la urnas convalidan los números de las encuestas, la interna de este conjunto variopinto de personalidades la ganará el binomio Solanas-Carrió. El tema es que sea cual sea el desempeño de la dupla en octubre, difícilmente pueda ser el germen de una candidatura presidencial competitiva para 2015.
 
Estos esfuerzos opositores parecen tablados demasiado modestos desde donde vociferar alegremente el "fin de ciclo" de un gobierno y de una fuerza política que conduce el país desde hace diez años.
 
Así, tanto la irrupción del discurso de "década ganada" por parte del massismo, como la endenblez de los armados no peronistas, muestran una realidad que se ha modificado menos de lo que muchos quisieran respecto al 2011.
 
Concretamente: el kirchnerismo sigue siendo el centro de gravitación de la política argentina. No sólo porque ocupa el sillón de Rivadavia (algo que -está demostrado por nuestra historia reciente- puede significar mucho o muy poco), sino porque las respuestas a preguntas para el 2015 se encuentran el espacio kirchnerista antes que en los diversos proyectos opositores. Si esto no fuera así, no se comprende que todos los candidatos no oficialistas (incluyendo a Massa) sigan poniendo como piedra angular de su discurso el fantasma de la reelección presidencial, a pesar de no existir ningún proyecto conocido en ese sentido. Puede verse ahí un problema casi sicológico: lo que hace vacío en la política nacional sigue siendo el interrogante de quién será el candidato del FPV en dos años, antes que cualquier otra cosa. Si el "fin de ciclo" estuviera tan decantado, no se comprende que esto fuera un asunto de primer orden para el conjunto opositor.
 
Todo lo dicho anteriormente no invalida que estas elecciones marquen, cuanto menos, un cambio de aire para lo que vendrá de ahora en más. Una generación de dirigentes que vivieron toda su experiencia política en democracia y acumulan varios años de gestión (Martín Insaurralde, Sergio Massa) o participación legislativa (Juliana Di Tullio, Adrián Pérez , Juan Cabandié, Victoria Donda, por nombrar sólo a los que encabezan listas), quedan ahora en los primeros lugares de exposición y responsabilidad política de cara al futuro.  
 
La idea de transición se afirma así en los datos duros e inevitables de la biología. La instalación de un registro histórico exclusivamente democrático en los marcos de referencia de la dirigencia argentina es un cambio profundo que todavía pocos advierten. Si esto le ocurre a todas las fuerzas políticas, otra vez el kirchnerismo corre con ventaja por sobre el resto. Es el oficialismo, antes que cualquier otra fuerza, quien desde hace años impulsa abiertamente la incorporación de jóvenes en la política y la gestión pública, lo que increíblemente cosechó más críticas que elogios.
 
Se den como se den los resultados de octubre, esa nueva generación asumirá el debate de fondo sobre el rumbo del país de cara a 2015. Por primera vez en la historia, podrá mirar sin vergüenza a la generación anterior, porque la discusión partirá desde lo ganado en los últimos diez años y no a partir del inventario de una nueva demolición económica o social del país.
Antes que una corrida hacia una incierta "municipalización" de la política, como señalan muchos, el 2013 parece anticipar las avenidas ideológicas por donde se discutirá el 2015. Por un lado, las posturas conservadoras que ya asoman en las variantes opositoras, incluyendo al massismo (la AUH como "techo" de conquista social, la moderación de la intervención estatal en la economía como horizonte de gestión deseado) y, por otro, el desafío del kirchnerismo por mantener sus rasgos distintivo: su espíritu transformador y disruptivo, una agenda que se supere a sí misma, la diversidad de miradas y matices dentro de la unidad que otorga un liderazgo.
 
El Frente Renovador piensa su hipotético gobierno desde la experiencia kirchnerista antes que contra ella, como sigue siendo la visión del resto del arco opositor.
 
Lo que hace vacío en la política nacional sigue siendo el interrogante de quién será el candidato del FPV en dos años, antes que cualquier otra cosa.
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