lunes 17 de junio de 2013, 09:35h
El populismo ha cometido un nuevo asesinato esta semana. Fue
en Castelar. Como antes había sido en Once. O en un paso a nivel de Flores. O
en cualquier ruta poceada, o sin banquinas del país, o en inundaciones varias.
El populismo privilegia el corto plazo, el consumismo, la
alegría de los votantes, por encima del largo plazo, de la inversión y el
consumo sustentable.
Con esas prioridades, todo aquello vinculado con
infraestructura se posterga y se permite su deterioro hasta el límite.
Cuando ello sucede, lamentablemente, el populismo mata.
Y luego de matar, se retrae en busca de una "tregua".
Intenta una solución de compromiso. A veces, anunciando
inversiones, dónde antes no había puesto un peso. A veces, incorporando al sector privado, dónde antes estaba el Estado. A veces,
estatizando dónde antes predominaban los contratos con el sector privado.
Pero, como un asesino serial, una vez recompuesto algo el
capital destruido, vuelve a las andadas, descapitalizando las nuevas
inversiones, y ajustando por calidad el servicio.
Vuelve a matar, y vuelve a empezar.
Muchas veces, todo esto se justifica en un marco de penuria
económico-financiera. Otras veces, aún en abundancia y récord de recursos, el
ADN se impone, hasta que los
"siniestros" contradicen el relato y surge la búsqueda de culpables y las
invocaciones a complots o a manos negras que bajan palancas o no sostienen
adecuadamente el freno.
Por supuesto, que detrás de todo "siniestro", cualquiera que
fuere, existe un error humano.
Las máquinas no se equivocan. No piensan por su cuenta. Se
comportan en base a las decisiones y
tareas que realizan los humanos que las fabrican, programan, revisan, controlan, y manejan.
Es por ello, y para ello, que se diseñan normas de
procedimiento, manuales de fabricación y mantenimiento, controles y sistemas de
seguridad. Precisamente, para minimizar las consecuencias de los errores
humanos que generan los "siniestros".
Cuando, a pesar de ello, los siniestros se producen, es
porque algo falló en el sistema.
Porque no se previó algo que, finalmente pasó. Algo se hizo
mal, en el diseño, en la fabricación, en el mantenimiento, en los controles, en
los manuales de procedimiento, o en los sistemas de seguridad. Y esto pasa, con
populismos honestos -si existen- o
corruptos.
Porque la corrupción empeora las cosas, por supuesto, pero
la base está en el sistema.
¿O se olvidan que los servicios públicos eran también un
desastre en los "honestos" ochentas? ¿O nos quieren convencer, ahora, que ENTEL
o SEGBA, o Ferrocarriles Argentinos, eran empresas ejemplares que destruyó la
privatización? ¿O que la Argentina de los sesenta y setenta estaba surcada y
atravesada por autopistas de ocho manos cada una, que sepultó con pasto el
neoliberalismo perverso?
Volviendo al caso ferrroviario, obviamente ignoro qué falló
el jueves, pero algo falló, sin dudas.
Por lo tanto, tengo una propuesta, para tratar de evitar
nuevos asesinatos.
Básicamente, se requieren tres cosas fundamentales: 1) que
los trenes, que circulan sobre vías y no pueden desviarse de ellas, no
descarrilen. 2) que no choquen, y 3) que funcionen correctamente las barreras
que regulan el tránsito en los pasos a nivel. Por supuesto, adicionalmente, los
coches que transportan a los pasajeros deben reunir las mínimas condiciones de
mantenimiento.
Pero cumplidos estos requisitos, por más malo que sea el
servicio, si los trenes no descarrilan, no chocan, y las barreras funcionan, la
probabilidad de asesinatos se reduce sustancialmente.
Por lo tanto, propongo la solución "fútbol". (El gobierno no
puede garantizar la seguridad en los estadios, por lo tanto, se juega sin
público).
Con el mismo criterio, hasta que no se pueda colocar un
sistema de freno automático en las vías y trenes, no se brinda el servicio.
Y cuando se pueda, para que no descarrilen, y hasta que se
renueven las vías, se circulará a velocidad mínima.
Y mientras no se pueda lograr que las barreras funcionen
correctamente, pedirle a la entusiasta juventud maravillosa de la Cámpora que,
en lugar de "mirar para cuidar" los precios, trabajen de "guardabarreras", como
cuando yo era chiquito y controlen que las mismas estén bajas cuando pasa el
tren.
Suena a una solución muy primitiva, lo sé. Pero en ese
estadio primitivo, vivimos hoy. En medio de una gran ruleta rusa colectiva, que
la sociedad acepta o tolera.