jueves 16 de mayo de 2013, 16:30h
El Decreto de Necesidad y Urgencia de Mauricio Macri para
"defender la libertad de prensa" no es más que un mecanismo que
pretende no solo salvaguardar los intereses del Grupo Clarín sino,
fundamentalmente, debilitar al Estado frente al poder de las grandes corporaciones
multimediales.
Desde hace tiempo ya que en Argentina (como en otros países
de la región) los medios de comunicación concentrados comenzaron a reemplazar a
los partidos y dirigentes políticos en el rol de opositores a los gobiernos
nacionales.
El año 2008, con el conflicto por las retenciones a la soja,
este reemplazo tomó un carácter insoslayable y, podríamos decir, sistemático.
Sin embargo, ya desde el mismo inicio del gobierno de Néstor Kirchner la
oposición mediática tomó un protagonismo que eclipsó a la partidaria: allí está
la célebre editorial de José Escribano en La Nación, con su traducción
televisiva en los dichos de Mirtha Legrand, cuando sintetizó al nuevo gobierno
con la frase "se vino el zurdaje". Dicho rápidamente, desde ese
momento hasta nuestros días, o sea, durante una década ya, vivimos un proceso
de creciente dependencia ideológica de los líderes y partidos opositores frente
a periodistas y dueños de medios de comunicación. Ya se dijo esto hasta el
cansancio.
Lo impactante, la novedad, es que desde el martes, esta saga
incluye ahora una dependencia ya no en el discurso, sino en la acción concreta
de un gobierno. El Decreto de Necesidad y Urgencia de Mauricio Macri lleva
hasta el ridículo la situación de dominación de la que es presa la oposición
política desde hace años. Concretamente, el artículo 16 de ese DNU es una
capitulación sin matices en favor de los intereses del grupo Clarín que
encontró en su radicación territorial en la Ciudad de Buenos Aires, una nueva
forma de evadir el cumplimiento de la Ley de Medios: "estarán protegidas (las
empresas periodísticas) inclusive frente a expropiaciones por motivos de
interés o utilidad pública, decomisos, confiscaciones, secuestros y ejecuciones
administrativas".
La brutalidad del DNU tiene, por lo menos, la virtud de
terminar con un discurso que había sido el refugio opositor desde la sanción de
la Ley de Medios Audiovisuales. Muchos dirigentes políticos que no habían
votado la ley sostenían que no estaban en contra de su espíritu, ni de que se
discuta una norma sobre el tema, pero que en manos del oficialismo, la legislación
se convertía en peligrosa, porque favorecía las
pretensiones hegemónicas del kirchnerismo. Ahora, de forma explícita, se
deja en claro que el rechazo a la ley supera cualquier diferencia por su
reglamentación o intencionalidad del gobierno de turno, en tanto el DNU de
Macri pretende negar el derecho del Estado a regular en alguna medida el
entramado empresario de los medios.
Repasemos la escena: apenas 48 hs. después de que desde un
programa de televisión del Grupo Clarín, sin ninguna prueba más que trascendidos
no confirmados, se dijera que el gobierno nacional preparaba un desembarco en
los contenidos periodísticos del Grupo Clarín (tal la tautología de la
"denuncia"), un gobierno elegido mediante el voto popular firmó un Decreto de
Necesidad y Urgencia, es decir, de cumplimiento inmediato y sin ningún tipo de
discusión de los demás poderes republicanos, que protege al grupo. Para
despejar cualquier duda, el propio Jefe de Gobierno explicitó que la denuncia
mediática había sido el disparador de su decisión, cuando aclaró que "El TSJ (Tribunal Supremo de Justicia de la
Ciudad) deberá decidir qué es de mayor envergadura, si la libertad de expresión
o una ley de la CNV (Comisión Nacional de Valores)", dando como un hecho una
intervención que nunca ocurrió, ni fue siquiera admitida como posibilidad desde
el gobierno nacional.
Pero lo más extraño es la creación de un fuero especial en
el Poder Judicial de la Ciudad para atender las causas que las empresas
mediáticas entiendan como un ataque a la libertad de expresión. Extraño, porque
una de las críticas más escuchadas en boca de los opositores (y especialmente
por parte de los legisladores de Pro) en los últimos tiempos, había sido el
tratamiento exprés en el Congreso Nacional de los proyectos de democratización
judicial. En este caso, ni eso: por simple decreto el Jefe de Gobierno resuelve
que ante cualquier disposición gubernamental por la que una empresa de medios
se sienta perjudicada, la justicia porteña podrá frenarla, sin importar el
carácter nacional de la legislación en cuestión.
Pero más allá de este desliz jurídico, la cuestión de fondo
es la exposición de una escena políticamente pornográfica: un gobierno elegido
mediante el voto popular decide asumir como propias las necesidades de un grupo
empresario. Se trata de una síntesis posible para llenar de contenido palabras
que a veces se vuelven huecas como "neoliberalismo", o yendo más al hueso, la
ahora reflotada "corrupción". ¿Existe acaso un acto más corrupto que el de
entregar el mandato popular a los intereses concretos y coyunturales de un
grupo empresario? Porque, en definitiva, detrás de esa palabra existe siempre
una relación entre negocios y política. La honorabilidad individual de
cualquier funcionario público es una forma de pensar este problema, pero la
cuestión estructural implica necesariamente tomar posición sobre el grado de
dependencia entre los gobiernos y las empresas. El DNU macrista ejemplifica una
forma de saldar este asunto.
A diferencia de lo que reza el principio liberal, el achicamiento
del Estado contribuye a la debilidad de éste frente a los negocios y, por lo
tanto, aumenta la posibilidad de que los privados logren corromper el mandato
social y político que los votantes entregaron a sus representantes. Por el
contrario, un Estado más fuerte, que mira desde arriba el poder de cualquier
grupo empresario por más grande que sea, es la base para construir una ética
política, que si no puede funcionar como garante del comportamiento individual
de sus miembros, permite al menos aumentar las chances de que el mandato social
de las urnas no sea entregado como prenda de negociación ante un grupo privado.
Sacando la maleza de los debates cotidianos, esa es la matriz de la discusión
política de la última década. El accionar del Gobierno de la Ciudad demuestra
que no se trata de una cuestión saldada y que aún existen fuerzas políticas
dispuestas a cargar en sus hombros la defensa de los intereses corporativos. La
novedad es que esta vez le pusieron la firma.