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El discurso presidencial

El discurso presidencial

Por Ricardo Lafferriere
domingo 03 de marzo de 2013, 13:02h
El 29 de setiembre del 2011, luego de las "internas abiertas" en las que Cristina Fernández concitara más del cuarenta por ciento del electorado, era evidente lo que ocurriría: una gigantesca concentración de poder pondría en riesgo la existencia de la propia democracia.

No había que ser mago para observar esta realidad, que sin embargo desde el "escenario" político era ocultada por las pasiones y el ideologismo vacío. En ese contexto, desde este sitio publicamos una "Carta Abierta a los presidenciales no oficialistas", en la que los convocábamos a confluir en una sola propuesta. Esto decíamos:

"Carta abierta a los presidenciables no oficialistas
Como están las cosas, ninguno llega. Y todos ustedes lo saben.

No sólo eso: están llevando a la Argentina a una concentración de poder tan inédita que las tentaciones de bordear la ley para quienes lo detenten serán irresistibles, porque así funciona el poder. La democracia, esa construcción que recomenzamos en 1983 y nos ha costado tanto, correrá el peligro tantas veces alertado de su plano inclinado hacia un territorio incógnito, pero curiosamente conocido -porque tenemos historia, y sabemos lo que nos ha costado luego salir de esa zona cuando allí caemos-.

El escenario de un triunfo que se presente como "abrumador", el dominio de ambas Cámaras, la recuperación del Consejo de la Magistratura, la manipulación de la opinión pública tras el avance sobre la cuotificación amañada del papel de diarios, la mopolización del discurso público con el manejo absoluto de los medios audiovisuales, es un escenario en el que las cuotas de inseguridad institucional y personal se ampliarán. Todo será más endeble: los derechos de los ciudadanos, la libertad de las empresas, gremios y entidades intermedias, la autonomía -e incluso la propia vigencia- de las administraciones locales autónomas, todo quedará en la sola voluntad, correcta o equivocada pero altamente discrecional, de una persona.

Los candidatos opositores tienen hoy una sola posibilidad de convertirse en alternativa, y nivelar la cancha. Esa posibilidad requiere audacia, decisión, generosidad pero, fundamentalmente, patriotismo y vocación democrática.

Sus proyectos no son incompatibles, y una reunión de dirigentes puede, sin esfuerzo, acordar las bases del gobierno alternativo. Un acuerdo de gobierno plural, sostenido por su base parlamentaria también plural, en el que todos tengan participación en su cuota de representación y poder, tampoco es imposible. El ejemplo de la Concertación chilena, que así funcionó exitosamente durante dos décadas, o la propia experiencia brasileña con su cultura de coaliciones son magníficos ejemplos.

A la elección debe llegar un candidato de ese acuerdo, para lo cual los demás deben declinar su candidatura. El elegido deberá mostrar la grandeza de defender no sólo sus diputados, sino a todas las listas, absteniéndose sin embargo de privilegiar a los propios por sobre los demás. Y deberá asumir la estatura de estadista, con apertura, tolerancia e inclusión del diferente.

¿Quién debe ser ese elegido? Les corresponde a ustedes decidirlo. Tienen experiencia suficiente para intuir con madurez quién está en mejores condiciones. Los demás debieran declinar, con el compromiso del candidato único de respetar a los aspirantes locales, a las listas parlamentarias y a las cuotas de poder que se pacten para un gobierno de coalición.

Y si no alcanza, al menos se habrá nivelado la fuerza institucional para evitar locuras, y se habrá demostrado a la sociedad que existen reservas de madurez democrática en los liderazgos opositores que privilegian el bien del país antes que su legítima ambición personal.
Porque -y eso también lo saben- en el camino que van, todos habrán visto el fin de sus carreras políticas el mismo día de la elección. No habrán pasado a la historia -como podrían hacerlo-, sino que habrán licuado sus historias militantes en un final inmerecido para la trayectoria de lucha de cada uno de ustedes."

Lamentablemente, todos siguieron en carrera y sus "patéticas miserabilidades" abrieron la puerta al infierno, que ha quedado expresado en el discurso de ayer en la Asamblea Legislativa luego del camino elaborado en este año y medio de caída. Cierto es que el sectarismo no era privativo de ellos: muchas de sus bases, consciente o inconscientemente, preferían e -increíblemente- aún prefieren ignorar el peligro. Hasta una intelectual del nivel de Beatríz Sarlo ridiculizaba este peligro en una nota de "La Nación" en la que sostenía que "no se ven tropas extranjeras desfilando en el país" que ameriten una confluencia de miradas que consideraba "tan diferentes".

Hoy, hemos llegado hasta donde hemos llegado. Las oposiciones históricas han sufrido ataques inmisericordes, al punto de debilitarse como opciones políticas, disgregadas, chantajeadas, cooptadas o compradas por un oficialismo sin escrúpulos.

Los tres candidatos alternativos, como se mencionaba en aquella nota, han liquidado sus carreras políticas o están en camino de hacerlo por su estrechez de miras, confusión estratégica o complicidad -cualquiera de estas causas, suficientes para inhabilitarlos como conductores-. Por supuesto, de una construcción colectiva, ni hablar...

Pero el legado de entonces lo sufre la ciudadanía democrática, castrada de conducciones orgánicas y en la búsqueda desesperada de una alternativa política, orgánica o personal.

El futuro es opaco. Nadie puede asegurar que el kirchnerismo logre su propósito de desmantelar definitivamente la democracia argentina, porque millones de compatriotas, hoy sin representación pero dispuestos a autoconvocarse para llenar las calles han mostrado que el país tiene reservas morales, políticas, humanas. Intuyo, por eso, que esas mayorías darán vuelta una página y comenzarán a escribir un capítulo diferente, superando tal vez en forma definitiva los ecos impotentes pero impostados de las historias del siglo XX.

Ricardo Lafferriere
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