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Por Enrique Szewach
lunes 11 de febrero de 2013, 17:54h
Está claro que la  tasa de inflación de la Argentina, tanto medida por el índice oficial (duplica a la inflación regional y quintuplica  a la de los países desarrollados), como por los índices alternativos, es elevada.


Está claro, también, que dicha tasa de inflación no es producto de una "efecto no deseado", si no una parte central del modelo político macroeconómico.


Y digo modelo "político", por que el objetivo central ha sido maximizar el ingreso de corto plazo de los votantes,  a través de un fuerte incremento del gasto público, sea en subsidios a ciertos precios o sectores,  sea en aumentos de empleo y salarios públicos, sea en mayor cobertura del sistema de seguridad social, o sea en obras públicas.


Maximizar el ingreso de corto plazo de los votantes mediante el gasto público y no privado, permite, simultáneamente, tener votantes "contentos", pero a la vez, tener votantes "agradecidos" a quién maneja el gasto, y líderes partidarios "dependientes" y controlados por el manejo centralizado de dicho gasto.



En otras palabras, el modelo político de la macroeconomía ha sido aprovechar las extraordinarias condiciones internacionales, y transformarlas en una explosión de gasto público.



Ahora bien, como la Argentina no se puede endeudar en el exterior, al menos en cantidades y tasas aceptables, -como en otros períodos similares de nuestra historia- este mayor gasto sólo puede financiarse con más presión tributaria y con más impuesto inflacionario. Es en ese sentido, que la tasa de inflación actual es parte y consecuencia del esquema macro.


Esta tasa de inflación es la que "cierra" el financiamiento del gasto público.

Hasta no hace mucho, como parte del incremento del gasto se traducía en mayor crecimiento económico, la inflación era un "negocio político" aceptable. Una parte de la sociedad interpretaba al impuesto inflacionario como un "mal menor". Un costo a pagar para mantener una economía con salarios reales crecientes y generando empleo.


Pero el 2012 empezó a mostrar el "lado oscuro de la inflación elevada", el que hace que la mayoría de las sociedades la rechace como mecanismo de financiamiento del gasto.


La economía dejó de crecer, los salarios reales formales, en el mejor de los casos, le "empataron" a la suba de precios, mientras los informales perdieron, y el empleo privado, no aumentó.


Pese al esfuerzo del gobierno por mantener el discurso de la "inflación benigna" frente a la "estabilidad de los cementerios", una parte de la sociedad argentina comenzó a reflejar, entre otros motivos, su descontento por la combinación de más impuestos, más inflación y estancamiento.


Entiéndase bien, el estancamiento no es consecuencia exclusiva de la inflación pero la inflación es parte del problema. La mala cosecha, la devaluación brasileña, la mala praxis en el mercado de cambios, frenaron la economía, y el gobierno, al intentar compensar esta situación con más gasto financiado con inflación, agravó el estancamiento.



Pero el gobierno necesita recuperar popularidad para ganar -en el sentido de hacer viable una eventual reforma constitucional- las elecciones legislativas de este año.

Se enfrenta, entonces, a una trampa de la que no le resultará fácil escapar.

Para recuperar popularidad, debería  reducir la tasa de inflación. Pero ello implica o bien reemplazar el impuesto inflacionario por otros impuestos, o bien desacelerar el incremento del gasto público en algunos rubros. Más impuestos, es un ataque a los votantes "independientes" o a la rentabilidad de las empresas, lo que se refleja en menos salarios y empleos.

Y desacelerar el gasto público es un ataque directo a sus "votantes cautivos" si se hace sobre rubros sociales, o alimentar la inflación, y el descontento de muchos, si se reducen subsidios a los precios, en el conurbano bonaerense. (Transporte, energía).



Por ahora, lo único que se le ha ocurrido es tratar de "combatir expectativas", mediante un "acuerdo" transitorio de congelamiento de algunos precios. Y ver si ello permite desacelerar los aumentos salariales sin demasiados conflictos.



En lenguaje futbolístico, es tirar la pelota lo más lejos posible, y colgarse del travesaño, con la esperanza de llegar a los penales. Como esto difícilmente alcance, me atrevo a pronosticar que estamos ante el principio de un conjunto creciente de "inventos" cuya intensidad y magnitud dependerán cada vez más de las encuestas.



La verdadera política antiinflacionaria y pro crecimiento, lamentablemente, deberá esperar.





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