jueves 31 de enero de 2013, 15:51h
Al estilo de nuestras "Cartas abiertas" o
"plataformas", donde un grupo de intelectuales busca intervenir en la
escena política, el viernes pasado, reconocidas personalidades del Viejo
Continente, como Umberto Eco, Fernando Savater, Salman Rushdie y Bernard-Henri
Levy, firmaron el documento "Europa o el Caos". Sin embargo, la idea de Europa
que intenta recuperar ese texto, parece vivir hoy de manera más genuina en
otras regiones del mundo, como China o América Latina.
El pasado viernes 25 de enero los principales diarios
europeos publicaron el texto "Europa o el caos". En medio de las
malas noticias sobre el curso de la crisis económica que ya va para el lustro,
el pronunciamiento de algunos intelectuales despierta expectativa frente a la
chatura del debate político a que son sometidos los ciudadanos europeos.
Sin embargo, una leída atenta al manifiesto deja ver que las
dificultades para superar la asfixia financiera en que están inmersos los
Estados y las sociedades europeas no tienen en sus políticos los únicos
responsables. Sus intelectuales tampoco parecen estar a la altura de las
circunstancias.
Más allá de la amplitud ideológica de los firmantes,
podríamos decir que, a grandes rasgos, responden a valores progresistas. "Europa
no está en crisis. Europa está muriendo. No Europa como territorio,
naturalmente. Sino Europa como idea". ¿Cuál es la idea de Europa? Una que es
compartida fronteras afuera: "paz, prosperidad y una difusión de la
democracia." Habría que acortar la idea de Europa a los años de la posguerra, y
hacernos los distraídos con sus costumbres monárquicas pero, hecho esto, es
indudable que dentro del marco capitalista esa "idea de Europa" posibilitó la
construcción de sociedades desarrolladas con grandes dosis de equidad social.
El problema del manifiesto aparece cuando se apunta dónde y
por quién se está produciendo esa "muerte": "Se deshace en Atenas,
una de sus cunas". "Se deshace en Roma, su otro pedestal", a la que juzga
"contaminada por los venenos del berlusconismo". Y, finalmente, "Se deshace en
todas partes, de este a oeste, de norte a sur, con el ascenso de los
populismos, los chauvinismos, las ideologías de exclusión y odio que Europa
tenía precisamente como misión marginar, debilitar, y que vuelven vergonzosamente
a levantar la cabeza".
Increíblemente, el nombre de "Alemania" no aparece nunca.
Tampoco, al menos con claridad, el esquema financiero hoy existente, salvo una
vaguísima acusación sin sujeto político: "Europa se viene abajo por culpa de esta
interminable crisis del Euro".
El final sorprende, porque lejos de hacer algún replanteo
profundo al formato de integración regional (que parió justamente al Euro como
moneda común) los intelectuales afirman, graves: "Antes se decía: socialismo o
barbarie. Hoy debemos decir: unión política o barbarie".
La ausencia alemana es inexplicable, porque algunos números
de su economía ayudarían a comprender algo más de esa "crisis interminable".
Algo extraño pasa: supuestamente Europa está en crisis, pero su principal
economía....no.
Un ejemplo. En medio del desastre laboral que atraviesan
España, Italia o Grecia, Alemania logró este año seguir bajando su desocupación
por séptimo año consecutivo. La tasa de desempleo del 2012 fue del 5,3%, la más
baja de los últimos 20 años. Las exportaciones de la "locomotora" germana
subieron un 4, 3% en un contexto donde las economías que la rodean bajaron sus
números, y si bien el PBI creció poco (0.7%) viene logrando números positivos
consecutivos en medio de la recesión continental (el año pasado creció un 3%).
¿No resulta un poco extraña esta "crisis Europea" donde su
principal economía se muestra pujante, en crecimiento y logrando mantener a su
sociedad empleada y por lo tanto con cobertura social, jubilación y demás servicios
sociales que como "idea" los intelectuales europeos denuncian que está
muriendo?
Habría que pensar -al menos como hipótesis- que la crisis de
este capitalismo maduro en la cuna de Occidente parece tener elementos de una
crisis de concentración. Es decir, una crisis donde la tapa de los diarios se
la llevan los "parados" españoles o los "indignados" griegos, pero que tiene un
reverso en las cuentas de la economía alemana, quien aparece a kilómetros de
distancia de esas imágenes de naufragio.
Una de las formas de medir la salud de una economía en
sociedades altamente industrializadas es por la acumulación de patentes que sus
empresas y gobiernos registran cada año. En ese sentido, el grado de asimetría
alemana respecto de sus vecinos es gigante y le da un sustento material bien
evidente a la "muerte" europea. En el 2010, Alemania tuvo ingresos por
royalties (lo que el país cobra por el uso de algún producto patentado en su
territorio) de unos 55.000 millones de dólares. ¿Cuánto tuvo Italia? Apenas
9.800, con un balance final negativo, al computar lo que pagó por la tecnología
importada, de casi 6.000.
Para tener ideas de dimensiones, en ese mismo período EEUU
lideró el rubro con casi 90.000 millones de dólares cobrados por sus patentes
en todo el mundo (cada sucursal de Mac Donalds, programa de Microsoft, o equipo
de Hewlett-Packard le reporta al EEUU un ingreso "extra" por haber sido
inventado fronteras adentro). Lo que un país como Argentina recibe por sus
exportaciones totales en un año, EEUU lo embolsa solamente por el rubro de sus
patentes.
Más que en chimeneas humeantes, las asimetrías mundiales y
regionales del siglo XXI hay que medirlas por el grado de soberanía tecnológica.
Así las cosas, las miradas más interesantes sobre la
coyuntura europea parecen venir de afuera, antes que de sus cónclaves políticos
o intelectuales. Hace pocos meses, el ministro de economía de Brasil, Guido
Mantenga, realizó una gira por los países del Euro y, aún con el consabido
lenguaje diplomático, fue más claro que los hombres de letras criados en la
rebeldía del mayo francés.
"La estrategia definida principalmente por Alemania consiste
en llevar a cabo un primer saneamiento, reduciendo la deuda y recortando el
gasto, y solo después se les prestará asistencia a los países necesitados.
Debemos preguntarnos si es políticamente viable decirle a la gente que los
salarios seguirán cayendo y que el trabajo seguirá faltando durante los
próximos dos o tres años. ¡Me parece una estrategia temeraria porque ya vamos
por el cuarto año de crisis!"
Lo que Europa necesita, dijo, muy keynesianamente, es un
plan de inversiones en infraestructura.
A fines de octubre de 2012, el diario El País publicó un
extenso reportaje a Cui Hongjian, director de Estudios Europeos en el Instituto
de Estudios Internacionales de China. La solemne y orgullosa humildad china le
permitió traducir a este intelectual de un régimen de partido único una europea
que resulta una quimera en el continente de los museos: "China quiere tener un
desarrollo estable y sostenible durante otros 30 años, así que ahora es un buen
momento para aprender más de la experiencia europea. Queremos crecimiento
económico, pero necesitamos también justicia social. Y la experiencia está en
Europa. Quizás en los últimos 30 años, China aprendió demasiado de Estados
Unidos".
La "idea" de Europa no está muerta. El problema -al menos
para los europeos- es que hoy ese credo parece vivir con más vigor en otras
regiones del mundo.