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Casi tres décadas

Casi tres décadas

Por Ricardo Lafferriere
martes 30 de octubre de 2012, 22:08h
Hace veintinueve años, en elecciones libres y equilibradas como pocas en la historia argentina, Raúl Alfonsín era elegido presidente de la Nación, dando fin al proceso dictatorial que se iniciara el 24 de marzo de 1976.

 

Es difícil reproducir las esperanzas que producía en los argentinos el comienzo de este nuevo período. Complejas demandas históricas se conjugaban con urgentes reivindicaciones políticas, sobre una coalición de una amplitud tal que abarcaba desde el pensamiento progresista de entonces, nucleado en el "CPP", hasta el apoyo de los partidos provinciales de base conservadora.

 

Las banderas del candidato triunfante se englobaban en una síntesis que recorrió el país: el preámbulo de la Constitución, mostrando que aunque la sociedad periódicamente se extraviara en atajos autoritarios, siempre subyacía en los argentinos el mandato fundacional democrático, republicano y federal.

 

Y una vez más, como tantas en que se hacía necesario recuperar la senda, era el viejo radicalismo renovado con savia joven el aparato político que contenía y sobre el que se asentaba el esfuerzo por la recuperación de la convivencia, luego de tanta muerte, terror y sangre en las calles.

 

Estos densos años han tenido claroscuros, avances y retrocesos. Hay deudas que no sólo no se han saldado, sino que hasta parecen haberse incrementado -como el nivel estructural de desocupación, la polarización social, los espacios de pobreza extrema, la calidad y extensión de la educación y la convivencia con un piso de justicia aceptable-.

 

Pero claramente hay un escalón que ha resultado irreversible, a pesar de haber atravesado en estos años crisis sistémicas que parecían terminales. Ese escalón es la superación, al parecer definitiva, de cualquier legitimación del poder que no se apoyare en la soberanía del pueblo, libremente expresada en el sufragio.

 

Hoy, las demandas son otras. Tal vez igual de movilizantes, pero que no conllevan el dramatismo vital de la negación absoluta de los derechos ciudadanos. La Constitución sigue esperando su turno de regir en plenitud, pero el debate político se expresa en un plano cualitativo de mayor civilización política. El adversario ya no desaparece, o muere, o es detenido arbitrariamente, o debe exilarse.

 

Hay otros problemas, más vinculados a la deformación de la democracia que a la negación lisa y llana de la soberanía popular. Es lo que moviliza a miles de ciudadanos, convocados unos a otros por tecnologías desconocidas hace tres décadas que permiten una interacción "persona a persona", con escasa intermediación institucional -con lo bueno y lo malo que ello implica-.

 

En este escenario, que desorienta no sólo a quienes ejercen el poder sino también a las antiguas estructuras de representación, la búsqueda ciudadana sigue siendo la misma que en 1983. Y afinando la mirada, la misma de hace más de doscientos años: un país en el que las consignas de la canción patria que por tres veces reclaman "libertad" y proclaman "el trono a la noble igualdad" se conviertan al fin en una realidad cotidiana.

 

Un país de ciudadanos, sin la pobreza extrema que conduce a la humillación del clientelismo, con instituciones rigiendo en plenitud y lanzado a la construcción de un futuro conseguido en conjunto, sin polarizaciones y con solidaridad, sin prepotencias y con diálogo, sin exclusiones y con capacidad de generación de consensos.

 

 Como se expresara en la jornada fundacional de 1983 y como lo soñara Alfonsín.
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