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Sobre amarretes y avaros

Sobre amarretes y avaros

Por Alberto Dearriba
viernes 08 de junio de 2012, 18:46h
El "abuelito amarrete" que realizó una presentación judicial contra el estado porque quiso regalarle diez dólares a sus nietos pero no pudo por las restricciones de la AFIP y  la estudiante sanjuanina sancionada por cuestionar la dictadura militar en un acto escolar expresan dos modelos de sociedad antitéticos.

Para unos los derechos individuales están siempre por encima del conjunto y para los otros debe primar el bien común. El abogado Julio César Durán -al igual que otros argentinos ávidos por dólares-considera que sus libertades individuales fueron violadas porque no les permiten especular con divisas extranjeras, mientras que la estudiante Micaela Lisola piensa en términos sociales y pretende recordarles a sus compatriotas el horror de la dictadura para que nunca más vuelva a ocurrir..

Quienes insisten en beneficiarse con la especulación cambiaria creen que sus supuestos derechos no deben ser coartados siquiera cuando ejercerlos, perjudicaría a la mayoría, en tanto que quienes abogan por mantener viva la memoria del horror, lo hacen no sólo para defender sus libertades sino la de los demás.

Es obvio que quienes insisten en beneficiarse con el añejo viejo vicio verde argentino están en las antípodas de quienes apuestan para que impere la verdad, la justicia, y la democracia. Unos piensan sólo en términos de acumulación individual y otros lo hacen a partir de una obvia concepción social. El abuelo expresa claramente un país para pocos y la chica sanjuanina un país para todos.

No debe haber muchos caceroleros de hoy que hayan salido a defender las libertades individuales cuando eran realmente avasalladas por la dictadura, cuando jóvenes como Micaela eran torturados y asesinados por luchar por una sociedad más solidaria, en la que los ciudadanos no se miraran solo el ombligo.

El "abuelito amarrete" criticado por Cristina Fernández se parece mucho a los "avaros" del campo apostrofados por la presidenta días atrás por negarse a pagar impuestos acordes a los bienes inmobiliarios que poseen, en lo que también representa una actitud extremadamente individualista.

Son adalides de la libertad de mercado para defender sus intereses frente al Estado, pero se convierten en estatistas cuando los acechan las dificultades. Se niegan a aportar los tributos que les impone el Estado en cumplimiento de su facultad recaudatoria, pero reclaman luego auxilio estatal cuando se producen inundaciones o sequías.

Avaros y amarretes confunden interesadamente a las leyes del libre mercado con sus libertades y derechos individuales. Desconocen que el gobierno no sólo tiene el derecho de actuar a favor del bien común, sino la obligación de equilibrar los excesos del mercado y de atender a las mayorías.

Sólo un 3 por ciento de los argentinos puede acceder a la especulación cambiaria. Muchos de ellos tienen además capacidad contributiva, por poseer campos muy fértiles y resultaron ganadores en los últimos diez años por la decisión política de mantener el dólar relativamente alto. Pero ahora claman por una maxidevaluación que maximice sus ganancias. En la otra vereda están los que generan riqueza con su trabajo, padecen para llegar a fin de mes y sufrieran una transferencia regresiva de ingresos si el gobierno cediera al chantaje cambiario.

Es cierto que en el capitalismo siempre hay grandes desequilibrios sociales. Pero cualquier gobierno con sensibilidad debe aplicar políticas dirigidas a preservar los derechos e intereses de las mayorías y no de los que pretenden imponer su modelo de país sobre la desgracia ajena
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