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Grecia

Grecia

Por Enrique Szewach
lunes 21 de mayo de 2012, 16:02h
Europa ha vuelto a generar serias dudas en torno a la probabilidad de continuar por el camino que se había trazado para superar los problemas de sobreendeudamiento y competitividad de los países mediterráneos, dentro de una moneda única.


A las preocupaciones que ya manifestaban los "técnicos" respecto de si se había elegido la dosis adecuada de ajuste fiscal, política monetaria, reforma estructural y nuevo endeudamiento, se le fueron sumando resultados electorales en dónde la "opinión" de los votantes ha sido, en general, negativa, respecto de las políticas instrumentadas.


Particularmente, en el caso griego, en dónde un partido de izquierda extrema, "amenaza" con romper todos los acuerdos alcanzados, pero continuar en el Euro. Algo que, para la Europa que financia, resulta, en principio, inaceptable. Lo que llevaría, al final del día, a la salida de Grecia del Euro.


Obviamente, abandonar el Euro, implica pasar de una moneda de "buena calidad" a una moneda "de mala calidad". Por supuesto, si se defaultea y devalúa, los problemas de deuda y competitividad se solucionan mágicamente, pero el pequeño detalle es que nadie quiere ahorrar en monedas de baja calidad. Es decir, el costo de elegir el camino políticamente más sencillo, es quedarse sin ahorro de largo plazo y sin crédito de largo plazo, algo que los argentinos conocemos muy bien.


Por lo tanto, a lo que asistiremos en los próximos días, a menos que haya alguna política tranquilizadora, es a una corrida de depósitos sobre los bancos griegos y, eventualmente, sobre los de otros países mediterráneos que pudieran, en las expectativas del público, seguir el mismo camino de Grecia, por temor a que sus ahorros se transformen a moneda de baja calidad.


¿Por qué hablo de Europa, en esta columna?


Por dos razones. La primera es porque si Europa empeora, se fortalece el dólar, cae el precio de los commodities, y Brasil ajusta su moneda, lo que directa e indirectamente afecta el ciclo económico argentino.


Lo segundo, porque el gobierno está intentando imponer una moneda de "muy baja calidad" (20-25% de inflación anual como mínimo), a los ciudadanos argentinos y esto, claramente, puede hacerse por un tiempo, dado que el stock de ahorros más importante ya se fue de la economía argentina, pero no por mucho tiempo.


Lo paradójico, es que el gobierno interpreta la lógica respuesta al intento de cobrarnos tanto impuesto inflacionario (sumado al resto de los impuestos que ya pagamos), como un "golpe de mercado", al que hay que combatir con la policía.


Esto significa que seguimos sin "macroeconomía" y sin reformas estructurales en la micro.


 A los problemas de competitividad, el cierre de la frontera, la Aduana, el control.

 A los problemas derivados de la elevada inflación y la demanda de dólares, la policía.


A los problemas estructurales surgidos de la mala regulación y de la destrucción del sistema de precios, estatización.


Pero esta combinación de "políticas", no revierte los problemas, en el mejor de los casos los deja como está y lo más probable es que los empeore.


El control de importaciones, reduce importaciones y nivel de actividad, pero no genera negocios para exportar. (Con la economía cerrada, sólo conviene vender caro en el mercado interno, sin competencia, y no vender barato, con mucha competencia, salvo que se pueda hacer volumen. Pero no se puede hacer volumen, porque están limitadas las importaciones y la inversión).

En otras palabras, el control de importaciones resuelve la emergencia, no cambia la tendencia, porque no genera industria exportadora, salvo excepciones que ya estaban.


El control policíaco de cambios, por su parte, modera la salida de capitales, hasta podría paralizarla, pero no genera ingreso de capitales. Es decir, como máximo estabiliza el problema, pero no lo revierte.


La estatización, finalmente, puede hacer que se destinen algunos fondos más a la producción de petróleo y gas en YPF, o que se use la "maquinita" del Central, para seguir pagando los salarios de las empresas de servicios públicos, pero sin cambio en precios y reglas, el problema continúa.


En síntesis, sin modificaciones en la política macroeconómica, lo mejor que puede pasar, si el mundo no empeora mucho, es que sigamos desacelerando crecimiento, emparchando las cuestiones estructurales, y con una moneda de baja calidad.


Poco, muy poco, para una revolución
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