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Calma, radicales

Calma, radicales

Por Ricardo Lafferriere
martes 15 de mayo de 2012, 23:28h
  La convivencia se está tensando peligrosamente.
                 Pocas dudas caben que la causa principal es la incertidumbre creciente sobre los próximos tiempos, la imprevisibilidad del futuro inmediato y el acercamiento de acontecimientos críticos a los que conduce el agotamiento de todas las reservas -económicas, monetarias y hasta energéticas- utilizadas en estos años para mantener la falsa ilusión de prosperidad.
                 Pero también agrega su ingrediente la actitud de los liderazgos políticos. Desde ya, marcha a la cabeza la primera funcionaria, cuyos discursos distan de mantener el decoro y las formas a las que obliga no sólo la buena democracia, sino la buena educación. Como lo sostuvimos días atrás, su comportamiento es modelo para muchos, y no precisamente un buen modelo.
                 Su desboque desató, como era previsible, respuestas airadas. Dirigentes obreros hasta ayer nomás alineados con el oficialismo respondieron a la agresión con similar descomedimiento. Pero también está llegando a los liderazgos opositores, que en sus pronunciamientos comienzan a destratar a sus adversarios internos con la misma falta de respeto que la presidenta utiliza para con quienes no comulgan con su visión.
                 Frente al oficialismo hay una fuerza política con responsabilidad especial, por configurar el único esqueleto articulador de una posible coalición alternativa. Su estructura no es propiedad exclusiva de su nomenclatura, sino de la democracia argentina entera. Esa fuerza es la que debiera mostrar la sabiduría y experiencia necesarias para organizar un eventual relevo institucional, que a la vez que mantenga en equilibrio los poderes democráticos conforme una red de seguridad frente al siempre posible estallido de crisis económicas o sociales.
                 Me refiero al radicalismo. De ahí que afecte a muchos, aún a no radicales, observar que dentro del radicalismo no se advierta esa responsabilidad convocante sino que, por el contrario, se introduzcan peligrosas cuñas argumentales con descalificaciones recíprocas. Se ha escuchado, por ejemplo, que los radicales que expresaron su oposición a la confiscación parcial de YPF ocultan la intención de formar un "partido conservador", o actúan como funcionales a la presunta intención del gobierno de dividir a la sociedad entre progresistas (liderados por el kirchnerismo) y conservadores (liderados, presuntamente, por el PRO).
                 Obviando la profunda desactualización ideológica que implica hoy dividir a las corrientes de pensamiento político con los moldes de la primera mitad del siglo XX, inaplicables a la agenda actual, resulta claro que ese análisis expresa sólo una opinión interpretativa, cuya validez en todo caso no tiene comprobación posible y más bien recrea un mecanismo mental conspirativo sobre el que es muy difícil construir una verdadera alternativa al poder kirchnerista.
                 Las cosas parecieran ser más simples. Los problemas más acuciantes de la Argentina se desprenden de su creciente anomia, y ésta tiene como causa última la inexistencia de un contrapeso político-institucional poderoso frente a la coalición de gobierno. Esa coalición alternativa de muchos que -obviamente- no son lo mismo, es compatible con toda la pluralidad del arco democrático-republicano, porque su agenda es encarrilar al país en la senda de su reconstrucción democrática en cuyo espacio, por definición, caben y deben estar todos. Dividir ese arco por presunciones ideológicas fuera de época, objetivamente, favorece por complicidad o por ingenuidad la persistencia del arco populista y su desemboque es la desarticulación creciente del estado de derecho.
                 En todo caso, lo peligroso es no advertirlo. Y lo reaccionario es comportarse de manera funcional al desmantelamiento de todas las instituciones -formales, legales y orgánicas- que tanto le costaron a los argentinos. Esto es especialmente trascendente en el radicalismo, cuya historia de reflexión y pluralidad interna contrasta con la práctica verticalista y acrítica de su tradicional rival justicialista. Quien esto escribe, que militó muchos años en el viejo partido, recuerda aún las palabras de ese inolvidable militante entrerriano que acompañara en la fórmula a Arturo Illia, Carlos H. Perette, cuando sintetizaba las diferencias con su recordada afirmación: "Frente al peronismo, que es una verticalidad que manda, los radicales somos en la democracia argentina la horizontalidad que orienta".
                 Ayer nomás titulaba una nota con el pedido de tranquilidad a la presidenta. Hoy pareciera necesario pedirlo también a la oposición. Tranquilidad para tolerarse, para "quererse más" -como pidiera en su último mensaje el recordado primer presidente de la democracia recuperada- y para comprender que la tarea de la construcción democrática es incompatible con descalificaciones apriorísticas y cuñas divisionistas. 
                Lo que viene pinta grave. No es cuestión de cavar fosas entre nosotros, sino de mostrar inteligencia para sortear en conjunto las dificultades que se avizoran.
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