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Nuncios y  borracheras

Nuncios y borracheras

lunes 30 de enero de 2012, 16:24h
Humpty Dumpty -Cuando yo empleo la palabra, significa con exactitud lo que yo quiero que signifique, ni más ni menos.

Alicia -La cuestión es si Usted puede hacer que las palabras signifiquen tantas cosas distintas.
Humpty Dumpty- La cuestión es quién manda, nada más...
Lewis Carrol en Alicia a través del espejo
 

Por las dudas, desconfiado leedor. La palabra nuncio proviene del latín: nuntios. Mensajero, el que anuncia. Existe un verbo, nunciar; hacer saber, anunciar, notificar. La voz entró con el italiano al castellano y al francés: nunzio. El de la Santa Sede es un delegado apostólico. Pero, en lo político, en lo terrenal tenemos nuncios por todas partes. Un poco desde la picaresca, desde el más acá. No sé si mejores o peores. Pero los tenemos en las bibliotecas, en los hospitales, en los palacios presidenciales, en los laboratorios, en los bancos, en los supuestos gobiernos revolucionarios, en las financieras, en las tabernas. Siga usted la lista, me cansé.


Vivimos una promiscuidad mental, una promiscuidad física. Vivimos el populismo como una religión, entre el Gauchito Gil y la Madre María, entre la Marcha de San Lorenzo y Los Muchachos Peronistas. Primera Comunión, Reyes Magos y Montoneros. Oprobio, villancicos y balas. Hablan de lo nacional y lo popular y llevan vidas suntuosas. Uno queda perplejo ante tanto discurso "revolucionario". Tal vez desde siempre fue así. Desde que se debía escribir en la escuela primaria: "Mi mamá me ama. Evita me ama". En fin, todo es una gran confusión: casamientos, revistas, fotografías en Hola, conmovedores discursos a favor de la igualdad, negocios privados, aviones particulares. Uno sospechó que en el siglo XXI ciertos temas no existirían. Todo se ha vuelto vulgar y obsceno, banalidad que invade de manera corriente cada gesto, cada nuevo hábito. El deseo no existe, existe el poder, el discurso político, la afectación, la fachada; simulacro, parodia. Sobre eso se montan mitos, leyendas, delirio, saturación, desvergüenza. Vivimos el espejismo de la pasión, de lo otro, charlatanerías prolijas y hasta correctas, pornografía en el arte, en la información, en las estadísticas, en referencias de la vacuidad. El salón embellecido por luces y adornos pueblerinos, acto escolar, todos puestos de pie para la entrada triunfal de la maestra. Aplausos, admiración y gratitud.

Enternecedor y asfixiante. Aplausos, morir de pequeñez, apoteosis, tono subyugante, conmovedora la sonrisa. Teatralidad y simulación.


El fascismo de derecha sabemos qué es, qué representa. Lo que nos negamos a ver es el fascismo de izquierda con sus poetas, artistas, profesores, intelectuales, doblando la espina dorsal sin pudor, con anhelos apocalípticos o rituales multitudinarios. Calladitos, tapaditos, grises. Pero siempre con el culto a  la personalidad, deformando lo real con políticas maquiavélicas, creyendo -con un infantilismo ideológico impensable es este siglo- que si se rebela la miseria, el despojo del hombre, se logra la revolución.


Apóstoles de iconografías y símbolos comparten la visión polarizada del Estado. Y escriben o vociferan pueblo en un proceso que pocas veces los tuvo en cuenta más que para hacer número. Además, desde un púlpito sacro, discuten la democracia, la burguesía, el liberalismo. Sin terminar de entender muy bien cada cosa. Confundiéndolo todo; a veces por ignorancia, otras por mala fe.


La historia, la sociedad, crece en términos de complejidad e incertidumbre. Baudelaire afirmaba que debíamos de ser sublimes sin interrupción. Pero los muchachos ven hasta el borde del campamento y siente hasta donde el bombo le da permiso. Por eso no se cansan de hablar de "la cultura del vasallaje" o de "los intereses apatridas y globalizados". También suelen recordar la "contaminación" de la música extranjera. Y enfrentan al Teatro Colón con la cumbia, la ópera con la chacarera. En fin, hay más y en todo se imponen las purgas, lo extranjerizante de Virgilio o de Dante. Pero no la tradición judeo-cristiana o el Código Romano. Y allí están con banderas y asados, argentinos más que nunca, nacionalistas con fijador o botulinum tipo A  los burócratas, los serviles, los obsecuentes. Uno se cansa, se agota.


Debemos recurrir a uno de los escritores suecos verdaderamente brillante. Me refiero a Stig Dagerman.
Leamos: "Ni necesito ni deseo vuestra disciplina. En cuanto a mis experiencias, quiero hacerlas yo mismo. Es de ellas y no de vosotros de donde sacar mi regla de conducta. Quiero vivir mi vida. Me inspiran horror los esclavos y los lacayos. Detesto a quien domina y me repugna quien se deja dominar. El que consiente en inclinar la espalda bajo el látigo no vale más que el que lo azota. Amo el peligro y me seduce lo incierto, lo imprevisto. Deseo la aventura y me importa un cuerno el éxito. Odio vuestra sociedad de funcionarios y administrados, millonarios y mendigos. No quiero adaptarme a vuestras costumbres hipócritas ni a vuestras falsas cortesías. Quiero vivir mis entusiasmos en medio del aire puro de la libertad. Vuestras calles trazadas con regla me torturan la mirada, y vuestros edificios uniformes hacer hervir de impaciencia la sangre de mis venas. Ignoro a donde voy. Y esto me basta."


Bueno, que uno se cansa, se harta, se siente agobiado. Mienten, difaman, roban. Podemos hablar de Lorenzo Miguel, de Saúl Querido, de Augusto Timoteo, de Moyano, de Cámpora, de la Revolución Libertadora, de López Rega, de los hermanos Cardozo, del General Osinde, de la P 2, de la gloriosa, de los goles de Angelillo, de Luis Elías. O de Giovanni Dupré y las esculturas del palacio Chigi Saracini de Siena. O de los diagnósticos médicos, de la salud pública y de la salud privada, del pánico quirúrgico en el cirujano, de los gastos, de la SIDE, de Rajoy, de Vutton, de Ahmadinejad, de el Mossad, ... Pecata minuta. No doy más.


Carlos Penelas
Buenos Aires, febrero de 2012
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