Ezker Batua, versión vasca de Izquierda Unida, se ha comportado, a la hora de conformar la Diputación Foral de Álava, como en Extremadura. Gracias a la abstención, el Gobierno foral estará en manos de Javier de Andrés, cabeza de lista del PP. Y lo está, no sólo gracias a esta abstención, sino que ha sido decisiva la posición del PSE que ha optado, a diferencia de la legislatura anterior, por dar su apoyo expreso a quienes, en definitiva, permiten que Patxi López esté en Ajuria Enea.
Ezker Batua, ya sin el veterano Javier Madrazo al frente, ha negociado con el PNV. Ha planteado a los nacionalistas un auténtico programa de máximos que afectaban, de manera especial, a la política fiscal y económica. Precisamente en ambas cuestiones, el PNV, de manera tradicional, ha venido aplicando una política, una forma de entender la economía vasca que en poco o nada se parece a los planteamientos de izquierda.
Álava no es Cáceres, ni el País Vasco Extremadura, pero la izquierda no nacionalista se ha planteado a sí misma reflexiones muy parecidas a las de sus compañeros extremeños. Los resultados electorales de Ezker Batua les ha colocado, por su escasez, en una situación de riesgo y al margen de no haber logrado compromiso alguno por parte del PNV, también ellos se plantean si su política de pactos en el País Vasco ha sido el adecuado.
A EB les hace menos daños que a Izquierda Unida el llamado voto útil del PSOE y durante años han venido apoyando al PNV, llegando a formar parte del famoso tripartito liderado por Ibarretxe. En este gobierno, Javier Madrazo se hizo con la cartera de Vivienda en donde trató -y lo consiguió- marcar perfil propio y no cabe decir que su política fuera un fracaso. Sin embargo, el problema, posiblemente, no haya sido su apoyo al PNV, sino el acriticismo, la desidia manifestada ante posiciones e iniciativas claramente soberanistas, que nada tienen que ver con la izquierda-izquierda que dice querer representar.
Cuando Madrazo entró en el Gobierno vasco, EB se hallaba al borde de la quiebra y la decisión adoptada en aquel momento les salvó del cierre de persiana. Pero el tiempo pasa y las circunstancias cambian y es ahora, cuando en el conjunto de España se prevé un cambio radical y en el País Vasco se viven "nuevos tiempos" como gusta decir a Bildu, cuando Ezker Batua opta por la reflexión interna.
La decisión adoptada tanto en Álava como Mérida no deja de tener sus riesgos y solo las urnas dirán si los ciudadanos entienden y avalan que con su abstención permitan gobiernos del Partido Popular. En Álava, y en general en el País Vasco, EB ha visto como durante años y años el PNV ha controlado todos los resortes del poder y a ellos, a juzgar por los resultados, no les ha salido rentable tanto apoyo, tanto seguidismo. En Mérida, la reflexión no es muy distinta y en ambos lugares Izquierda Unida ha decidido colocarse en una rampa distinta.
Ambas decisiones cuestionan y mucho el ya de por si etéreo liderazgo de Cayo Lara y es esta sensación de caída de autoridad lo que puede pasar factura a Izquierda Unida. Está comprobado que si algo no gusta a los ciudadanos son partidos desunidos y sin liderazgo reconocible. Izquierda Unida parece caminar en esta senda y de aquí a las elecciones generales tienen una importante tarea interna. El PSOE, de manera especial, está dolido. Tan dolido que en los últimos tiempos, algunos de sus dirigentes lanzan discursos que no los mejora ni Cayo Lara ni Gaspar Llamazares, de manera que Izquierda Unida tiene una doble tarea: un discurso que no sea arrebatable por el PSOE y una cohesión interna que ofrezca certezas a sus votantes.