red.diariocritico.com
La ambigüedad moral del siglo XXI

La ambigüedad moral del siglo XXI

Vivimos en un mundo donde el pillaje es la moneda común en la vida cotidiana. Todo vale con tal de enriquecerse a costa de los demás y engañar con el argumento de la lucha a favor de los pobres o los más débiles. El siglo XXI, como ningún otro, será la época de una hipocresía sin límites y de múltiples engaños.

Se ha hecho una costumbre estar sofocados por noticias sobre la crisis de la economía, política y cultura en todo el mundo. Asimismo, se busca los “culpables” para destacarlos con letras mayúsculas pues la lógica de lobos y corderos es el símbolo que pone en marcha un torbellino de angustias del que suele alimentarse nuestra sociedad.

Todo está fuera de control ya que la normatividad parece disolverse como un copo de nieve calentado por el fulgor de las transgresiones. Otros creen estar ante una encrucijada sin la fuerza para tomar decisiones. La sociedad civil tiende a buscar una ley del equilibrio en la temperatura moral; es decir, suplica obsesivamente para que el mundo camine hacia un estado de cosas donde el mérito y el trabajo, la culpa y el pecado sean reconocidos; al mismo tiempo, la gente es capaz de sacrificar todos sus valores por obtener beneficios materiales rápidos, degenerando su comportamiento moral y justificando las barbaridades más estúpidas por dinero.

Todo el mundo habla de una crisis de los valores, pero ¿pueden ser realizados plenamente los valores humanos que nosotros reconocemos? ¿Se mueve la historia en una dirección determinada, la cual promete una compensación última y una justicia universal? La historia de las religiones del mundo nos da innumerables respuestas a aquéllas preguntas, pero también la política porque sin apelar a un ser divino resulta posible consolar a los hombres con la promesa y la visión de un final feliz hacia el que se encaminan todos los sufrimientos y fatigas; tanto la teología como la política (sucesora de la religión en la sociedad moderna) nos encierran en el agujero negro del más allá gratificante y del juicio final histórico. Esperanzas vanas que posiblemente nunca lleguen.

Quienes hablan de la crisis de valores se inclinan a pensar que éstos están desapareciendo vertiginosamente y, por lo tanto, sería necesario inventar otros valores para sentirnos seguros; en el fondo se trata de una obsesión desesperada para confiar la vida a nuevos dogmas. Los valores no se están destruyendo, están ahí como monedas en los bolsillos; por lo tanto, la vida de mucha gente se mueve en dos sentidos: por un lado, la sociedad cree que existe el riesgo de perder los valores actuales a cambio de los valores últimos en un más allá utópico que, supuestamente, es mejor pero posiblemente ilusorio; por otro lado, hay quienes piensan en el riesgo de perder valores mayores por dilapidar la vida en los valores del día.

Detrás de las concepciones apocalípticas de hoy, existe la idea, pesimista y optimista al mismo tiempo, de que en la historia de la humanidad nada ocurre en vano, nada puede perderse y todo sufrimiento es cuidadosamente anotado en el sabio registro de la misteriosa lógica del universo, creciendo la esperanza por obtener beneficios para las generaciones futuras.

Nuestra época es un verdadero cortocircuito ético porque cuando se reclaman valores y una moral más sólida, lo único que encontramos es la increíble capacidad del género humano para hacerse manipular y vivir conforme a hipocresías. La ambigüedad moral es lo que destruye nuestra fe en el futuro, así como prepara el terreno para comprender que todos moriremos tarde o temprano; por lo tanto, resulta inútil mentir a los demás y mentirse a uno mismo.

¿Te ha parecido interesante esta noticia?    Si (0)    No(0)

+
0 comentarios