Sin proyectos coincidentes, no hay acuerdos sólidos
jueves 11 de diciembre de 2014, 12:17h
Hay un enfoque difundido entre analistas de la política
nacional y la dirigencia opositora que postula un amplio acuerdo de la
oposición para reconstruir el Estado y la decencia, y dar sanas normas al
mercado. Se desconfía, con acierto, de que haya diferencias sustantivas en los
distintos proyectos políticos de la oposición, y se propone una etapa previa de
gobierno de reconstrucción para después abordar los problemas más delicados en
que existan diferencias. Se supone que, superando el afán protagónico de la
dirigencia, podrían gobernar juntos distintos partidos y grupos políticos.
Disiento de este enfoque. Por lo pronto, todos sabemos que
nuestra política hoy no es de partidos, sino de figuras electorales; pero el
problema agregado (y constituye una debilidad del impulso opositor) es que los
mensajes de la oposición están construidos fundamentalmente por el rechazo a
los vicios del Gobierno y el reclamo de las virtudes ausentes, y no
positivamente por proyectos de cambio mucho más allá. El problema central de la
política argentina, en el gobierno o la oposición, más allá del cacareo del
"relato" y el "contrarrelato", es la falta de un proyecto
integral para encarar los déficits estructurales de nuestra sociedad. Y esto
tiene la mayor importancia y condiciona la estrategia de la oposición.
En lo esencial, son ciertas las críticas a la política
oficial improvisada e irresponsable vigente, pero creo que las condiciones del
acuerdo de oposición propuesto condenan al fracaso (no necesariamente
electoral, sino de gobierno). En el mundo del pensamiento político occidental
siguen existiendo la derecha y la izquierda, aunque no representadas con la
claridad de antaño por los partidos políticos. Norberto Bobbio escribió que
frente al desdibujamiento actual de sus proyectos, el único parámetro central
para clasificarlos eran sus ideas y comportamiento frente al tema y valor de la
igualdad. Detengámonos un momento en su significado.
Por lo pronto, se supone que en una democracia republicana
la derecha y la izquierda coinciden en preservar determinados valores y
conductas societarias, como el respeto a las minorías, la división de poderes,
la probidad en la función publica y su eficiencia, la libertad de expresión, el
respeto a las leyes; todos ellos no son atributos de izquierda o de derecha:
son atributos de la democracia. Pero el tratamiento de la igualdad como
tendencia del proyecto -no de la equidad, concepto equívoco- difiere en los dos
polos del pensamiento político. Y eso se evidencia no tanto en el discurso electoral,
sino en los proyectos concretos y en las decisiones de gobierno. No es lo mismo
priorizar el transporte individual, con fomento industrial o inversión pública,
que invertir en ferrocarriles y transporte público; no es tampoco igual una
política de vivienda popular de amplio alcance que subsidiar los barrios
privados; o promover la educación como sistema lucrativo vs. la gratuita. Cosas
de esta índole cuestionaban los estudiantes chilenos y también muchos
brasileños frente a los gastos suntuarios del Mundial de fútbol.
En la reconstrucción de los atributos y raíces de la
democracia hay que buscar necesariamente acuerdos amplios (y uno de los pecados
mayores del oficialismo actual es no haberlos propiciado), así como en temas
específicos en que se puedan lograr políticas de Estado vigentes en sucesivos
gobiernos de distinto signo. Pero ellos deben estar por fuera de los acuerdos y
alianzas electorales, cuyos integrantes es necesario que tengan coincidencias
fundamentales en buena parte de "la letra chica" del proyecto
político, letra que la política muchas veces trata de esquivar porque ahí
reside buena parte de la confrontación de intereses en el seno de la sociedad,
que amenaza con perder votos.
La gente no se pelea habitualmente por los grandes principios,
y la ideología real no se expresa en la reivindicación del 17 de octubre o en
la evocación de la elección de 1916, sino en la letra chica de lo que
proponemos, medida, entre otros parámetros, por el camino hacia una igualdad
mayor en la ciudadanía. En una sociedad en la que la desigualdad llegó
aparentemente para quedarse, dividida la ciudadanía en dos polos de excluidos e
incluidos en los beneficios de la calidad de vida, esta definición compromete
el futuro de la democracia en que queremos vivir.
Se puede ganar una elección contando con la disconformidad
del pueblo con el oficialismo, pero no se puede gobernar sin tener rumbos
coincidentes en el perfil de sociedad a que se aspira. El resto es parafernalia
electoral de equilibristas políticos.
Aldo Neri