miércoles 04 de junio de 2014, 11:23h
La abdicación del Rey Juan Carlos de Borbón es un intento
casi desesperado por salvar no sólo a la institución monárquica, sino al
conjunto de acuerdos políticos y económicos de la "transición española" que se
fundaron luego de la muerte del dictador Francisco Franco. La crisis económica
que arrastra España desde hace cinco años y los resultados de las elecciones
del pasado 25 de mayo, donde el bipartidismo del PP y el PSOE quedó jaqueado
por la abstención y el voto a la izquierda, crea un escenario por el que puede
colarse una refundación del país impensada hasta hace poco.
Las instituciones son, al final de cuentas, sus personas y
sus contextos históricos. Incluso las que parecen más atemporales.
La monarquía española, en ese sentido, pendía de unos
frágiles hilos, que luego de la abdicación de Juan Carlos quedaron todavía más
finos. La figura del Rey, quien jugó un rol importante en la transición de
España a la democracia a fines de la década del setenta, tuvo un largo
desgaste, acentuado en los últimos tiempos.
En pocos meses se sumaron escándalos de corrupción que
involucran a una de sus hijas y su yerno, con imágenes de Juan Carlos cazando
elefantes en África, como si reinara en un mundo paralelo, en vez de en España,
donde los jóvenes son ecologistas, y se encuentran en su mayoría desempleados,
producto de la crisis europea.
Una monarquía que en un momento había tenido un sentido
"político", ayudando a juntar los retazos de la España posfranquista, se había
convertido con el paso del tiempo, en un gasto
inútil para una sociedad en pleno ajuste de cinturones. Y para colmo, el derroche venía impregnado de mal gusto ético.
Los estudios de opinión reflejan este cambio: según la
encuesta permanente del CIS, la caída en la popularidad de la monarquía es
acentuada y persistente: cayó a la mitad en los últimos 20 años, sin
recuperarse nunca en todo ese lapso de tiempo.
Ahora bien, además de este fenómeno estructural, de una
sociedad que cada día parece menos complaciente con una institución hereditaria
que tiene a cargo nada menos que la jefatura del Estado, la caída en desgracia
de la monarquía tiene también una vinculación estrecha con la actual crisis
económica y política que vive España.
No es un hecho fortuito que la abdicación de Juan Carlos se
haya producido a pocos días de una elección aparentemente sin mucho
importancia, como la elección de diputados europeos del pasado 25 de mayo. Esa
elección, en su aparente inocencia, se ha llevado puesta a la cúpula del Psoe y
generado un sismo al interior del PP, el partido gobernante. Es decir, que lo
que parece descomponerse no es sólo el liderazgo del Rey, sino todo el andamiaje
del sistema político vigente desde la transición democrática.
En un hecho sin precedentes, los dos partidos que habían
sostenido el sistema político del país ni siquiera lograron reunir, sumados, el
50% de los votos. La otra mitad se repartió entre partidos de izquierda y
nacionalistas, mayormente.
En España se argumenta que la abdicación, y el intento de
coronar rápido a Felipe, el hijo de Juan Carlos, tiene la urgencia de que si
los resultados de las elecciones europeas se repitieran en las nacionales, peligraría
la votación de las leyes necesarias para legitimar el traspaso del trono. En
ese punto, la abdicación de Juan Carlos se conecta con la crisis de
representación política y busca ser, antes que una puerta para las "nuevas
generaciones", como dijo el Rey en su alocución de renuncia, una forma de
perpetuar el inmovilismo monárquico, cuando los vientos políticos parecen
comenzar a soplar en otras direcciones.
En ese sentido, hay que señalar que Podemos, uno de los
partidos que más creció en estas elecciones, no sólo lo hizo bajo un programa
muy crítico respecto a la Unión Europea, sino visibilizando posturas hasta
ahora casi tabú para el mainstream ideológico construido por el PP-PSOE: volver
a la república. Que no se trata de una idea marginal en la política española lo
evidencia que detrás de Podemos también se inscribió Izquierda Unida, varios
partidos nacionalistas e incluso la juventud del propio PSOE, quien ya lo pedía
públicamente antes de la abdicación. En el día de ayer, todas las plazas de España
se llenaron de miles de ciudadanos -especialmente jóvenes- quienes pidieron que
Felipe no sea coronado y se vote en un referéndum la continuidad o no del
sistema monárquico.
Como capas de cebolla, queda todavía una por analizar,
además de la deslegitimación de la familia real de los últimos años y la crisis
económica y política, como factores que están desestabilizando la continuidad
de la realeza y explican el apuro de Juan Carlos de pasar la posta. Y es que detrás de la Corona y el
bipartidismo, asoma la crisis del Pacto de la Moncloa de 1977 y la Constitución
de 1978. En aquel momento, los partidos políticos -incluyendo el Partido
Comunista Español- como las entidades empresarias y los sindicatos, firmaron
una serie de acuerdos como salida negociada del franquismo.
Esos acuerdos tuvieron una rubrica "real" cuando el 27 de
diciembre de 1978 el Rey sancionó la nueva Carta Magna. Una España que se
pretendía "moderna" buscaba así dejar atrás las décadas oscuras del franquismo.
Pero ese pacto de la transición tenía su sello: no perseguir los crímenes de
cuarenta años de dictadura, no cuestionar la reposición de la monarquía, ni la
tutela del catolicismo. La "nueva" España nacía vieja.
España entró, así, a la era democrática con un imaginario de
"transición" antes que de ruptura, con libertades civiles y "destape" cultural,
pero renunciando a revisar su historia. Para decirlo con una imagen
cinematográfica: fueron las películas de Almodóvar, alegres, vinculadas a las
neurosis de los sectores medios psiconoanalizados de Madrid, las que tiñeron el
color de la época. Se arrojaban hacia adelante, pero sin ver la historia que
dejaban detrás. Libertad, monarquía amigable y modernización económica. Un
cóctel que se prolongó cuando el ingreso a la Unión Europea potenció aún más el
clima de abundancia. España ya no era aquel país gris, debatiendo entre
republicanos izquierdistas y fascistas católicos, sino una playa y un mar que
recibía al turismo alemán, y sus inversiones inmobiliarias.
Pero nada es eterno. Cuando el Euro mostró su cara menos
amable y el boom de la construcción se vino abajo, cuando desapareció el
crédito y el Banco Central Europeo ordenó el ajuste, todo ese "consenso"
comenzó a mostrar sus grietas. España encontró que no se había convertido en
una potencia industrial, sino que era el lugar de veraneo de una potencia
industrial.
Y todavía más grave, que había generado una clase política
incapaz de defender sus intereses frente a la tecnocracia de Bruselas.
En este contexto se inscribe, entonces, la abdicación de
Juan Carlos. El auge de los nacionalismos separatistas, de los "indignados" de
la Plaza del Sol, y la caída de representación de los partidos políticos
tradicionales, se le suma ahora la desaparición del "símbolo" por excelencia
del todavía reino España.
Habrá que ver qué otros símbolos construye la sociedad
española en su reemplazo. Algunos andan por ahí gritando "República", como una
forma de recuperar la historia que quedó congelada bajo la Moncloa y la
Constitución del 78. El pasado como auxilio para imaginar otro futuro. Habrá
que ver.