Casi un millón de pingüinos se reúnen en Punta Tombo
viernes 04 de octubre de 2013, 22:39h
Chubut con una atracción imperdible
El mundo se vuelve blanco y negro y está dominado por los
pingüinos magallánicos al llegar a la reserva natural de Punta Tombo, en la
costa de Chubut, adonde casi un millón de estas aves llega cada año en la
primavera.
Como cada año, en agosto comenzaron a llegar los machos a
esa reserva natural chubutense, que se reencuentran con sus hembras en
septiembre tras permanecer en el mar separados unos siete meses, y suman más de
500 mil ejemplares.
En esta estrecha punta pedregosa que penetra en mar
patagónico, las parejas anidarán en la misma cueva del año anterior, desovarán
empollarán, criarán y adiestrarán a los pichones y cambiarán su plumaje, para
volver a partir durante el verano.
Ya cerca de la estación cálida, según autoridades
ambientales, llegarán otros 300 mil ejemplares juveniles, algunos de los cuales
formarán pareja, pero la mayoría sólo permanecerá para cambiar su plumaje.
Ésta es la pingüinera continental más grande del mundo de
esta especie, que vive en aguas templadas y se caracteriza por su tamaño medio
y el doble collar que separa el plumaje blanco del pecho y el vientre y el
negro del lomo y las alas.
"Las normas son claras: acá mandan los pingüinos",
dijo amable aunque sin broma un guardafauna a Télam, y explicó que los
visitantes tienen la posibilidad de encontrarse con pingüinos prácticamente
entre sus pies, pero está prohibido tocarlos.
Un camino bordeado de piedras marca el sendero del que no
debe salir la gente, además de varias pasarelas de madera, entre las que se
destaca una elevada, de 150 metros, recientemente inaugurada y que permite
llegar al mirador natural de Rocas Rojas.
Desde allí, con el ruido de la rompiente una decena de
metros abajo, se tiene un vista panorámica de la colonia que cubre las arenas
amarillas y el amplio paisaje de las soledades patagónicas.
Muchos pingüinos juguetean entre la espuma blanca que genera
el mar verde esmeralda en "El Piletón", bajo el brillante sol del
mediodía y el fuerte azul del cielo sureño, en contraste con las rápidas nubes
que lleva el viento y el rojo del mencionado promontorio que completa la
colorida postal.
El visitante, como indicó el guía, tiene instrucción de no
interferir en la vida de los pingüinos, aún cuando éstos invadan la franja
peatonal: se debe evitar asustarlos o enojarlos, en caso de que ataquen a
picotazos hay que alejarse lentamente y siempre cederles el paso al cruzarse
con ellos.
Desde los senderos se los puede ver en el área de
nidificación, donde algunas parejas duermen o ya empollan sus dos huevos
anuales en la cueva, mientras otros limpian el nido en espera de la hembra y
algunos cavan uno nuevo si encontraron el suyo destruido.
La figuras bicolores cubren las suaves praderas hasta el
horizonte, entre los bajos matorrales de la estepa, de los que a veces
sobresalen las peludas figuras marrones y amarillentas de los guanacos, que
también viven en manadas en la reserva.
El sonido que predomina sobre el fondo del rumor marino es
el canto de los pinguinos, para el que estiran sus cuellos hacia el cielo y
mantienen abierto el pico para emitir un fuerte y entrecortado ronquido similar
a un rebuzno.
No todo es paz y entre los machos suele haber peleas, en
general por territorio y a veces por las hembras, y entonces sus fuertes picos
terminados en forma de gancho causan heridas y se pueden ver algunos pingüinos
con la cabeza ensangrentada o tuertos, ya que en la lucha muchos apuntan a los
ojos.
La famosa foto de dos pinguinos con el pecho pegado y
tocándose con los picos, puede parecer la de una romántica pareja que se
encuentra después de siete meses en el mar, pero también la de dos machos al
comenzar una disputa.
Otros, ya junto a su pareja, parecen escarbar con el pico
entre las diminutas plumas como escamas, pero en realidad lo que hacen es
cubrirla de la natural crema impermeabilizante que extraen de sus glándulas
uropígeas, también llamadas "de acicalamiento".
Esa cobertura que se aplican a sí mismos o uno al otro,
además de darles un elegante brillo al plumaje, los protegen para que puedan
estar horas y días en las aguas saladas y frías del mar austral.
Esta pingüinera de unas 210 héctáreas y ubicada a 100
kilómetros de Trelew fue creada en 1979 y desde entonces aumenta cada año su
población, debido a la amistosa relación de pingüinos y humanos.
Los pingüinos conviven también con aves como gaviotas
cocineras y australes, gaviotines, skúas y cormoranes, y mamíferos como maras,
zorros, peludos y guanacos, aunque algunas de estas especies son predadoras de
sus huevos o de las crías.
La temporada de pingüinos, que comenzó esta semana en
coincidencia con la temporada de ballenas en la también chubutense Península
Valdés, se extenderá hasta fines del verano.