Endeudarse con el porvenir
martes 03 de septiembre de 2013, 14:06h
Uno de los caballitos de batalla discursivos del
kirchnerismo es el supuesto éxito a la hora de desendeudarnos. Si una cuidadosa
contabilidad ya ponía en duda la cuestión, las novedades judiciales desde los
EEUU que han llevado al Gobierno a proponer una reapertura del canje terminan
de dar por tierra con la publicitada premisa.
La deuda no es intrínsecamente buena o mala. Un empresario
puede hacer uso de un crédito conveniente para invertir, mejorar su
productividad y obtener mejores resultados. Y otro buscar financiamiento caro
para tapar agujeros que se vuelven cada vez mayores. Las consecuencias de una
misma acción -endeudarse- resultan diametralmente distintas. De igual manera,
para un Estado no es equivalente utilizar créditos para desarrollar
infraestructura de largo plazo como trenes, autopistas, puertos o la
relacionada con la generación de energía, que procurar fondos para cubrir un
déficit en sus gastos de funcionamiento.
Desde 2003 hasta 2008 el gobierno nacional tuvo resultados
financieros positivos, es decir que sus ingresos eran mayores que sus
erogaciones (aún incluyendo el pago de los intereses de la deuda). Esa
situación de solvencia se debió tanto al efecto de la devaluación y el salto
inflacionario del 2002 como a la reestructuración de la deuda de 2005. Y fue
debido a esa fortaleza que, a pesar de la quita implementada en el canje, al
poco tiempo los mercados estaban dispuestos a prestarle a la Argentina a tasas similares
a las que pagaba Brasil. El Gobierno no hizo uso de esa oportunidad (de hecho,
hasta decidió cancelar anticipadamente y mediante el uso de reservas la deuda
con el FMI) y luego la dinamitó: en enero de 2007 comenzó la intervención del
Indec y el costo de nuestro financiamiento aumentó sensiblemente.
En las adversas circunstancias que siguieron el kirchnerismo
optó por no endeudarse en términos netos, pero el malgasto público continuó
creciendo exponencialmente hasta que el gobierno nacional entró en déficit. Y
entonces, empezaron distintas medidas para cubrir el faltante. Primero se
estatizaron las AFJP. El sistema de capitalización no es el adecuado para la
estructura socioeconómica argentina pero eso no es equivalente a utilizar los
recursos que deberían respaldar el pago de las futuras jubilaciones para
financiar gastos corrientes (algo que se profundizó con la colocación a Anses
de bonos del Tesoro a tasas sustancialmente menores a la inflación). El
siguiente paso del Gobierno fue utilizar las reservas del Banco Central. Y
finalmente optó, lisa y llanamente, por cambiar su Carta Orgánica y recurrir
descaradamente a la emisión monetaria.
De esta manera es cierto que no nos endeudamos con los
mercados financieros. Pero sí lo hicimos con el porvenir. Primero, con el más
lejano (los futuros jubilados), luego con el de mediano plazo (consumiendo las
reservas que ahora faltan), y finalmente con el inmediato (generando
inflación). Si la tan mentada recuperación de la soberanía de política
económica sirve para fines tan cortoplacistas y con tanto costo social presente
y futuro poca diferencia termina teniendo con una situación de dependencia.
A la Presidenta le gusta decir que su administración paga
deuda que no contrajo. En gran medida esto es verdad. Pero, como se ve, también
deja pesados compromisos que no afrontará. Por si ello fuera poco, si bien el
kirchnerismo no es responsable por el endeudamiento original, después de diez
años no puede desentenderse de la estrategia financiera. Y ahí están, a la vista
ahora más que nunca, sus resultados.
Ambas reestructuraciones de deuda (2005 y 2010)
representaron una quita nominal de aproximadamente 33.000 millones de dólares.
La existencia del cupón del PBI terminará compensando buena parte de esa quita
pero, además, los pagos indebidos del mismo, originados en la sobrestimación
del crecimiento de la economía representarán no menos de 3000 millones de
dólares. Si la Corte Suprema de los EEUU ratificara los fallos anteriores el
monto que debería abonar nuestro país a los litigantes se acercaría a los 1400
millones (la aplicación de un criterio de cálculo para el total de la deuda en
default daría 20.000 millones). Y ello dispararía también problemas (y
derechos) para todos aquellos que entraron al canje, lo cual nos retrotraería a
foja cero. Por ello es que el Gobierno intenta cambiar la jurisdicción de los
bonos ya emitidos para que se rijan por la ley argentina. Porque no podría
cumplir con las consecuencias plenas de un fallo negativo. Si terminamos allí
habremos vuelto innecesariamente al pasado.
Con una estrategia seria a través del tiempo hubiéramos
podido disponer desde hace algunos años de financiamiento barato para encarar
obras estructurales fundamentales. En lugar de eso, terminamos extremadamente
debilitados frente a un inescrupuloso pero mínimo grupo de holdouts, la deuda
con el Club de París se sigue acumulando (a pesar de que se la podría haber
resuelto en condiciones muy favorables durante 2008) y lo mismo pasa con los
juicios en el CIADI. Esto es sólo lo que debemos en el exterior, para lo cual
el gobierno nacional muestra que, después de una década, no tiene ninguna línea
clara de acción y comete errores graves. Y en el ámbito interno, en la deuda
con el futuro, sencillamente se hace el distraído.
De persistir en su obcecación y torpeza en ambos frentes, lo
que dejará para los años que siguen es una deuda contingente aún mayor a la que
encontró. Si continúa vanagloriándose del supuesto desendeudamiento es sólo
porque esconde sus desatinos detrás de los repudiables fondos buitres, y porque
sus principales acreedores locales -jubilados actuales y futuros, las víctimas
de la inflación y de los cepos de todo tipo que traban a la economía- no pueden
poner sus acreencias en un papel.