Mano a mano contra todo adversario
sábado 18 de mayo de 2013, 21:12h
Un recorrido por los conflictos a los cuales se enfrentó el
kirchnerismo y de los cuales, por más que le pese a la oposición, siempre supo
salir fortalecido y dar batalla. Y, frente a esa situación, ningún partido
político ha sabido erigirse como opción. Diez años en donde el kirchnerismo no
se enfrentó a pares, sino a coporaciones y actores fácticos.
De Carlos Menem a Mauricio Macri (pasando por Eduardo
Duhalde). De Jorge Rafael Videla a Héctor Magnetto. De la oligarquía del campo
a la clase media de las grandes ciudades. De su propio vicepresidente a su ex
jefe de gabinete. Del PJ a la CGT. De Elisa Carrió a Elisa Carrió. Si algo
puede decirse del kirchnerismo, a diez años de su llegada al poder, es que no
ha rehuido al conflicto. Aceptando los riesgos, porque hasta al campeón le
entran algunos golpes, desde que Néstor Kirchner asumió la presidencia de la
Nación con el 22 por ciento de los votos, y a lo mejor porque asumió la
presidencia de la Nación con el 22 por ciento de los votos, la acumulación de
poder, simbólico y real, se disputó mano a mano contra el adversario de turno.
Y, como suele suceder con los que defienden la corona (si se me permite
completar la metáfora pugilística), pudo ir eligiendo a medida de sus
necesidades.
Hubo una constante durante estos años y fue que nunca en
toda la década un partido o movimiento político diferente al kirchnerismo pudo
conducir a la oposición en el marco de un debate democrático moderno, sino que
siempre fueron actores fácticos los que tomaron la iniciativa y establecieron
con más o menos éxito una agenda alternativa a la del gobierno. Lo que en un
principio era una razonable consecuencia de un sistema político que había
quedado patas para arriba y fuertemente cuestionado por la sociedad, con el
tiempo se volvió una anemia crónica que aún subsiste, acaso, en estado casi
terminal, a juzgar por el desembozado tutelaje que ejerce hoy el Grupo Clarín
sobre prácticamente todo el espectro no kirchnerista.
El kirchnerismo nació como fuerza a nivel nacional sobre las
cenizas tibias de la carrera política de Carlos Menem. Y en su reflejo escogió
uno de los dos avatares elegidos para definirse por oposición; el otro fue la
dictadura militar. Ambos aparecen como las manifestaciones más acabadas que
tomó en la Argentina el neoliberalismo, del que Néstor Kirchner primero y CFK
después buscan posicionarse en las antípodas. Los primeros pasos de NK después
de asumir la presidencia avanzan directamente contra esos dos espacios
simbólicos, que además aparecen (¡oh, sorpresa!) estrechamente entrelazados: la
remoción de la Corte Suprema de matriz menemista era una condición necesaria
para avanzar con los juicios por los crímenes de lesa humanidad. Ese esquema ha
perdurado en el tiempo y teñido muchos de los debates que se sostuvieron en
esta década:sin ir más lejos, el Grupo
Clarín, némesis dilecta del kirchnerismo durante su segundo lustro, funge como
el resumen perfecto de lo peor de esas dos etapas de la historia reciente.
La maniobra que concluyó en la destitución de los jueces de
la mayoría automática y el comienzo de los juicios contra los militares
significó también el final de su alianza con Eduardo Duhalde. El ex presidente
interino fue lo más parecido que tuvo Néstor Kirchner a un opositor político
durante su mandato (entre paréntesis: como recuerda cada tanto CFK, durante esa
etapa la voz cantante de la oposición también la llevaba un medio: el diario La
Nación). Por entonces, el santacruceño todavía adhería a la teoría ditelliana
de conformar en la Argentina dos grandes partidos, uno de caracter conservador
y otro de centroizquierda con raíces peronistas, aunque en ese entonces, épocas
de transversalidad, fue la época de mayor distancia entre el kirchnerismo y el
PJ. La resistencia de Duhalde sólo duró dos años, hasta 2005. Después de los
comicios legislativos y hasta el final de la presidencia NK, parecía que todo
era oficialismo: la oposición flotaba en una nebulosa (la UCR, desorientada,
fue a elecciones con un candidato a presidente peronista, el ex ministro de
Economía Roberto Lavagna) y sólo Carrió lograba destacarse consiguiendo en 2007
su mejor resultado histórico, un lejanísimo segundo lugar.
El conflicto con las patronales rurales inauguró, de alguna
manera, el primer mandato de Cristina Fernández de Kirchner, volando por los
aires la alianza que la había depositado en la Casa Rosada: el voto no positivo
del vicepresidente Julio Cobos significó el virtual fin de la concertación
transversal que había ideado Néstor Kirchner, mientras que los resabios del
duhaldismo y otras expresiones conservadoras en el seno del justicialismo
volvían a romper con el gobierno bajo el nombre de peronismo disidente. Sin
embargo, fue durante este período que se dio un normal juego democrático en el
parlamento. Leyes como la estatización de Aerolíneas Argentinas o los fondos
jubilatorios, y luego la de Servicios de Comunicación Audiovisual o el
matrimonio igualitario fueron aprobadas durante este período con mayorías
obtenidas de forma perpendicular al arco político y tras negociaciones y
concesiones de las partes. Quizás eso explique, en parte, la buena performance
opositora en los comicios de 2009, además de la crisis económica y algunos
errores no forzados del oficialismo.
Sin embargo Clarín metió la cola. El pacto que había entre
el gobierno y el multimedio comenzó a resquebrajarse durante la campaña
presidencial de 2007, mostró grietas importantes durante el lock out agrario y
estalló en mil pedazos cuando comenzó a tratarse la LSCA. El peso específico
del grupo empresario es tal que diluyó la densidad relativa de cualquier
propuesta política opositoria, impregnandolo todo con su propia agenda. Cabe
recordar, como ejemplos extremos de ese mimetismo, el derrotero de la ex
radical Silvana Giudici o las exclamaciones del ex cineasta Fernando
"Pino" Solanas acerca del devenir de su salud mental en caso de que
interrumpieran el servicio de internet que le brindaba una empresa del Grupo.
Así, la oposición política desaprovechó un momento de fortaleza relativa tras
el recambio de 2009 intentando transformar el Congreso en un órgano de
desestabilización del Poder Ejecutivo siguiendo los mandados vertidos por los
popes de Clarín a través de columnas de opinión de sus empleados o trasmitidas,
tete a tete, en recurrentes tertulias.
Durante los dos años que fueron de la derrota oficialista en
las legislativas a las elecciones de 2011 el multimedio inventó al menos una
docena de candidatos presidenciales: Ricardo Alfonsín, Ernesto Sanz, Gerardo
Morales, Hermes Binner, Carlos Reutemann, José Manuel de la Sota, Daniel
Scioli, Mauricio Macri, Gabriela Michetti, Eduardo Duhalde, Alberto Rodríguez
Saá, Francisco de Narváez (amparo judicial mediante), Elisa Carrió y hasta el
mismo Solanas fueron, al menos por un cuarto de hora warholiano, caballo del
comisario. Una vaporosa certeza (instalada por el mismo Clarín) de que el
kirchnerismo estaba acabado desató entre ellos una carrera feroz para ser
cabeza de ratón y llegar, así, a la Casa Rosada durante el siguiente turno
electoral. El resultado es por todos conocidos.
Todavía hoy, veinte meses después de la categórica paliza
electoral del Frente para la Victoria, la oposición no logra reponerse del
golpe. Clarín sigue conduciendo el barco, aunque algunos grumetes dudan de la
mano del timonel y del destino de la nave. La falta de liderazgos opositores
dieron lugar a una serie de manifestaciones antikirchneristas multitudinarias
cuidadosamente improvisadas. A pesar de los deseos de los caceroleros y de
quienes promovieron esta modalidad de protesta, sigue sin aparecer un candidato
que logre aglutinar, detrás suyo, a todo el arco antikirchnerista, la única
posibilidad que parecen tener los sectores conservadores de alcanzar el poder a
través de las urnas. El efecto Capriles pegó fuerte, pero por ahora no alcanzó
para sumar voluntades. Mauricio Macri, el nuevo alumno favorito, hasta ahora
siempre le rehuyó elecciones nacionales con pronóstico reservado, sigue sin
convencer a muchos y se hace zancadillas él solo en su gestión municipal.
En términos políticos, todavía faltan incontables kalpas
hasta el 2015, y todo puede suceder. Es un lugar común del análisis político decir
también que las elecciones presidenciales las gana o las pierde el oficialismo,
de acuerdo a la evaluación de su gestión. Pero la historia reciente nos ha
demostrado de la peor manera posible lo que sucede cuando se deja caer por su
propio peso a un gobierno, sin preocuparse por qué viene después. Para que la
democracia argentina termine de madurar y deje atrás vicios que arrastra desde
hace treinta años, es deseable, por no decir imprescindible, que la oposición
política se deshaga de la tutela de las corporaciones, se calce los pantalones
largos y comience a escribir su propia historia.