Bastardeando buenas causas
viernes 12 de abril de 2013, 15:46h
No hay
gobierno que "todo lo haga mal". Como lo hemos repetido hasta el cansancio,
hasta Hitler hizo en su país autopistas que aún hoy se usan y Mussolini un
Código del Trabajo que incorporaba derechos obreros en ese tiempo aún
cuestionados.
Ello
no significaba que las iniciativas debieran apoyarse. Las primeras, porque
tenían como objetivo contar con pistas de aviación desde las que lanzar sus
"blitzkriegs" aéreos que asolaron Gran Bretaña, Francia, y antes Polonia y
Checoslovaquia. El segundo, porque lo que buscaba era disimular su ataque y
desmantelamiento de los sindicatos opositores.
Pero
no es necesario irnos tan lejos en la geografía y en la historia. Tenemos
ejemplos más cercanos.
La
"reforma previsional" se justificó en la necesidad de limitar las usurarias
comisiones de las AFJP. Tras ese justo objetivo, se produjo la confiscación
grosera de todos los ahorros previsionales que los ciudadanos habían realizado
durante años, protegidos por la ley argentina, para prever su futuro. Fueron
despojados de esos ahorros y enviados al "fuentón de la mínima", en el que
comparten la suerte con quienes reciben el haber de subsistencia por no haber
aportado nunca al sistema. Pero el
objetivo, lo sabemos ahora y algunos lo denunciamos entonces, era engrosar la
caja discrecional del oficialismo con esos fondos mal habidos, que hoy se han
dilapidado en las aventuras de corrupción y dispendio clientelar, sin decisión
parlamentaria ni control alguno.
¿Qué
no decir de otra "reforma" aparentemente justa, la del espacio audiovisual?
Despertaron la ilusión de miles de bien intencionados que creyeron en las
banderas de la pluralidad informativa, el florecimiento de productoras, la
multiplicación de canales alternativos, las voces para las minorías... y terminan
viendo, pocos años después, el verdadero objetivo: alinear, disciplinar y
conformar un gigantesco monopolio corporativo oficial que ahoga cualquier voz
disidente del relato hegemónico, al punto de insistir en su lucha despiadada
frente a los poquísimos medios que aún no controla y obligar a los trabajadores
de prensa a "alinearse" en uno u otro grupo, oficial u opositor, como
únicos espacios de trabajo.
¿No
son suficientes ejemplos? Hay muchos más. Lo que no hay es tanto espacio. Así
que vayamos al grano: la reforma judicial.
Siguiendo el manual "K", se señalan las falencias de la justicia. Y con
la misma práctica perversa, se pretende el apoyo de las víctimas, para
concentrar más poder y disciplinar el único espacio público que no le responde
en forma automática: la justicia.
Como
toda la sociedad, la justicia está llena de luces y sombras. La pretensión
oficial es terminar con las luces y mandarla toda a la sombra. Obtener el pase
libre para su pretensión hegemónica definitivamente convertida en dictatorial,
"totalitaria"en el sentido de dominar todo.
Por
supuesto que hay "cosas buenas" en la reforma propuesta, como las había en la
reforma previsional, o en la de medios. En las autopistas de Hitler y en
elCódigo del Trabajo del fascismo. Pero la experiencia nos dice que esas cosas
buenas esconden las macabras.
Dominar el Consejo de la Magistratura por encima de la manda
constitucional, limitar la aplicación de las medidas cautelares -que existen
así desde el derecho romano...-porque no le permite a los caprichos
presidenciales avanzar sobre los derechos constitucionales de los ciudadanos,
manipular la designación y cesantía de jueces como hemos visto que ha sido la
norma en estos años...y así hasta el cansancio.
No hay
"buena fe" en esta propuesta. Si no fuera así, carecería de
justificación la expresión del Senador Fernández en el sentido de que "no
se admitirán cambios". Una reforma que afecta al poder cuya función es,
por definición, resguardar los derechos de todos los ciudadanos frente al poder
político y económico, dejará afuera del debate, al menos, a la mitad del país.
Así se ha anunciado.
Por
eso fue una buena noticia no ver entre los aplaudidores a los representantes
legislativos opositores. Tal vez sea una imagen que, comenzando por la
negativa, pueda pavimentar el camino de lo positivo, un gran acuerdo patriótico
que termine de una vez con esta pesadilla que nos ha tocado soportar durante la
primer década de la actual centuria.
Y que entre todos los compatriotas con
vocación democrática y republicana, entre los cuales hay muchos que creyeron de
buena fe -y aún creen- en las buenas intenciones del kirchnerismo, podamos
retomar el rumbo de la construcción democrática, iniciada en 1983 y detenida
hasta hoy por los traumáticos acontecimientos del cambio de siglo.
Ricardo Lafferriere