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Lecciones de Polonia

Lecciones de Polonia

martes 12 de junio de 2012, 23:53h
En estos días de fútbol polaco no sé dónde leído que España y Polonia tienen mucho en común. No lo creo. Siempre me ha gustado pensar, por aquello de mirarse el ombligo, que tal vez sea al revés. Pensamos más bien que todos tienen mucho en común con nosotros porque acaso sea el español medio uno de los sujetos más igualitarios, adaptables, reacios a la diferencia y dispuestos a la mezcla y al mestizaje del mundo. Cosas de nuestra historia.
   
Varsovia lleva de gala más de un año, y vestida de largo una buena temporada. Recuerda Polonia a la España de 2006 y basta pasear por sus ciudades para observar un contraste asaz significativo. Las grandes superficies que rodeaban las medianas urbes españolas; los vastos centros metropolitanos y temáticos dedicados a una logística de consumo común no conocido Europa jamás, se agolpan ahora en las afueras de Varsovia, sobre todo al sur, al otro lado del Vístula y hacia Tarczyn. Parece que Madrid, Valladolid, Palencia o León han volatilizado sus polígonos y sus pequeños comercios y los han implantado allí. Ojalá fuera así.
   
Pero Varsovia está de gala y de largo, porque su valor turístico está en el luto y el Dolor. En agosto de 2011 se celebró el aniversario del alzamiento de 1944. Y toda Varsovia  se vistió de color, y el Armja Krajowa volvió a salir de las alcantarillas con uniformes robados a los alemanes. Y la calle se llenó de tokarevs, k98, mossins, goliaths y toda clase de armamento artesanal que haría las delicias de cualquier aficionado. También, en cada esquina, aún  lucen hoy cientos de velas de los nietos de los más de doscientos cincuenta mil civiles muertos en aquellos días. Estremecen los balazos en las paredes del hospital, aún visibles, donde las Brigadas del RONA, rusos fascistas a las órdenes de Kaminski, literalmente compitieron una de esas tardes en crueldad con los alemanes de Dirlewanger, psicópata y pederasta convicto a quien los nazis hicieron Coronel y jefe de aquellos vente mil asesinos ebrios de sangre y licor. Se afanaron tanto que el primero tuvo el dudoso y extraño honor de ser fusilado por los nazis por crímenes de guerra.
   
Más estremece aún recordar, cuando uno deja el barrio de Wola y se acerca a ver el Vístula desde lo alto, que al otro lado del río se concentraban en ese mismo momento un millón de Rusos, un cuerpo de ejército entero, que fácilmente podían haber evitado la masacre y que fueron testigos directos de lo que no quisieron evitar. Pero Polonia tenía que ser Alemana o Rusa. Los polacos lo recuerdan muy bien y saben lo que es el totalitarismo. Están tanto o  más orgullosos de ser los primeros en echar a los comunistas que de haber combatido al fascismo, y el monumento a las víctimas polacas del Gulag es uno más junto a las frases eternas del Palacio de Justicia, la plaza de la Insurrección, el niño soldado o lo queda del muro del Gueto judío. Hoy, el llamado por los propios polacos "gótico estalinista", gris y cutre, cede su sitio al no menos alegre reino de los rascacielos. Y tranvías de madera conviven con coches de lujo.  Pero la muerte se sigue mascando en cada esquina, y muchos viajeros suelen  tener bastante con aquello y pierden las ganas de visitar Auschwitz.
   
Allí estamos Jugando al Fútbol, y se compite ahora por un balón el país  que desapareció tres veces del mapa en el curso de un siglo, con una capital que ha sido literalmente reconstruida desde los cimientos desde la última vez que, alemanes primero y rusos después, la barrieron los mayores espantos del Siglo XX. Y aún nos quejamos.
   
Dicen que todo lo  bueno que se va,  ya no vuelve. Quizá se haya ido lo malo de verdad. No sé si los polacos vivirán el mismo espejismo que el resto de Europa y si sabrán gastar o sus zlotis de los fondos europeos con sabiduría, pero tal vez lo positivo de visitar países como Polonia sea concluir  que el dilema y el esfuerzo de Europa, es que por primera vez merece tanto la pena vivir en ella que no queremos destruirla para acabar con otra crisis o someterla.
   
Aprendamos pues los españoles, igualitarios, alegres, adaptables y reacios a la diferencia, de los polacos y su espíritu de resistencia, tolerancia, sufrimiento y capacidad. Porque la alegría de Polonia ya no es fúnebre, y está en saber que el Ave Fénix de la última Europa seguramente nació allí.

Daniel Muñoz Doyague. Abogado y Politólogo.
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