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La Venezuela de Hugo Chávez

La Venezuela de Hugo Chávez

 Escribo desde Caracas, donde llevo ya unos días de contactos y trabajo. Reconozco que, entre los primeros, he tenido ocasión de tratar más con sectores de la oposición que del gobierno: temo que es más fácil para el periodista que llega encontrarse con unos que llegar hasta los otros. Cuestión, acaso, de desconfianzas, de malas prácticas o, también, señal de que en Venezuela ocurre lo mismo que en el resto del mundo: que  el poder es más impermeable que quien quiere llegar al poder.

 Pero la verdad es que, como periodista, no puedo negar que detecto anomalías varias, no demasiado compatibles con un sistema democrático pleno: claro que hay libertad de expresión –en los periódicos, radios y televisiones se dicen cosas tremendas acerca del chavismo y de su máximo inspirador--, pero no menos cierto es que las televisiones oficiales silencian la labor de la oposición, precisamente ahora que ha comenzado la campaña electoral que desembocará en las elecciones regionales del próximo 23 de noviembre. Unas elecciones que, según todos los indicios ganarán los bolivarianos por algo así como 17 distritos a seis, aunque la batalla va a ser algo más reñida que en el pasado: no se olvide que, en esta ocasión, la dispersa, meliflua y fluída oposición concurrirá parcialmente unida en bastantes distritos.

 Resulta complicado no advertir hasta qué punto se da en Venezuela un fraccionamiento social, paralelo al político. Las desigualdades económicas, la trayectoria de una burguesía que no pocas veces se ha anclado en privilegios excesivos –en los que el chavismo, cómo no, hace hincapié venga o no a cuento— es el caldo de cultivo de una política oficial cuyas formas son, no pocas veces, intolerables. El venezolano medio se refugia en el humor, pero lo cierto es que desde el régimen –más que desde el gobierno—se cometen atropellos, lo cierto es que la inseguridad –nunca del todo aceptada oficialmente—es creciente y lo cierto es que la imagen exterior de Venezuela, de la mano de un Chavez viajero a países cuestionados y fustigador del peligroso enemigo Estados Unidos, se hunde.

Pude asistir, de refilón, a una de esas mareas rojas –es el color del chavismo—en un mítin electoral. La demagogia flamígera del discurso de Hugo Chávez ha prendido en sus seguidores. Es un discurso algo vindicativo, con tintes más frentistas que revolucionarios. Lo he escuchado recientemente en algunas voces bolivianas, ecuatorianas y nicaragüenses. Aquí, encima, se habla de un frustrado intento de golpe de Estado, del que apenas se dan informaciones difusas, más allá de la presunta complicidad de la embajada norteamericana, hipotéticamente vinculada a un intento de magnicidio contra Chávez. Pero no se han ofrecido demasiadas pruebas de todo esto, y la sensación que flota en el ambiente, mientras Chávez se reúne en Moscú con Vladimir Putin y con Medvedev, es la de que la trama tiene menos consistencia de lo que se quiere hacer parecer.

 ¿Hacia dónde va, en fin, Venezuela, el núcleo revolucionario de América Latina, el país cuyos mandatarios quieren ocupar el lugar de Cuba? Quién sabe. Lo que sí es seguro es que algo va a ocurrir, y que ocurrirá más a medio que a largo plazo. No se puede desafiar al Imperio y a la mitad de la propia población sin sufrir las consecuencias. Y eso que son muchas las cosas que se silencian: por ejemplo, los movimientos de cuentacorrentistas ante la nacionalización de algún banco. Es esa resistencia pasiva acaso mucho más importante, en el fondo, que el enfado que Washington pueda sentir por este régimen con el que, en el fondo, sigue colaborando económicamente: el petróleo es el petróleo, qué diablos.

Continuará, sin duda.
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